Este año se cumple un cuarto de siglo de cultivo de maíz transgénico en España. Hasta la fecha solo se permite en nuestro país el empleo de una única variedad, mientras que en otras áreas del mundo es algo mucho más habitual y la Unión Europea importa miles de toneladas de estos productos todos los años. Para conocer cuál es la situación de este tipo de organismos modificados en España y en Europa, sus beneficios o los posibles problemas que puede causar, Cultum ha hablado con Soledad de Juan, presidenta de Antama (Fundación para la Aplicación de Nuevas Tecnologías en la Agricultura, el Medio Ambiente y la Alimentación), organismo que nació hace 22 años con el objetivo de promocionar las nuevas tecnologías aplicadas a la agroalimentación y el medio ambiente; y también con Luis Fuentes, técnico de ANOVE (Asociación Nacional de Obtentores Vegetales).
Según explica la presidenta de Antama, los cultivos de la Unión Europea apenas cubren un 5% de la demanda interna de soja, un ingrediente esencial en la fabricación de piensos para alimentar al ganado. Más del 90% de la que se emplea viene de fuera. Y casi toda esa soja que viene de fuera es transgénica. De hecho, un 80% de la soja que se cultiva en el mundo es transgénica y, por poner un ejemplo, en 2015 se trajeron a la UE 30 millones de toneladas de soja transgénica.
Esta soja transgénica que llega de fuera (principalmente de Argentina, Brasil y Estados Unidos) tiene el visto bueno de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), pero a los agricultores europeos se les prohíbe cultivarla. Soledad de Juan no sabe cuál es la razón. Cree que se debe más a asuntos ideológicos que a argumentos científicos, a presiones de ciertos grupos. Porque a pesar de la aprobación de la EFSA, el Parlamento Europeo, que es quien tiene que autorizar su cultivo, lo tiene vetado.
¿Qué ocurre con los transgénicos?En el territorio de la UE está permitido sembrar un solo evento (es la denominación que se le da a las semillas con modificaciones genéticas). Se trata del maíz Bt, una variedad de esta planta que es resistente a la plaga del taladro. Este taladro es en realidad una mariposa, o más concretamente sus orugas, que penetran en la caña y matan la planta. El maíz Bt lleva un gen de una bacteria, Bacillus thuringiensis, que le hace producir una proteína que es tóxica para estas orugas, con lo cual se libra del ataque de estos insectos.
Pero ¿a qué precio? A ningún precio. Este gen, que evita que los cultivos sean atacados, no provoca ningún efecto adverso, en todo caso al contrario. La consecuencia más importante del uso de esta semilla la experimenta el agricultor, que mantiene protegida a su cosecha y además se ahorra un dinero en fitosanitarios, ya que es la propia planta la que rechaza la plaga sin necesidad del uso de ningún producto. Pero además esa ausencia de plaguicidas, lógicamente, beneficia a la fauna y la flora de la zona. De hecho Luis Fuentes, de ANOVE, comenta que el CSIC comprobó que, dada la ausencia de fitosanitarios, las parcelas de maíz Bt dan cobijo a una mayor biodiversidad que otros cultivos.
A pesar de ello, el maíz Bt solo se cultiva en España (testimonialmente en Portugal) porque el resto de países de la UE no lo permite, aunque esta semilla sí está aprobada a escala comunitaria y nos vemos obligados a importar gran cantidad cada año, explica de Juan. Es decir, primero tiene que aprobarlo la Unión Europea, pero luego cada país tiene en sus manos permitir que sus agricultores se beneficien de ello.
¿Qué ocurre con los transgénicos? - Foto: Christian Castrillo¿Por qué no se permite cultivar, pero se importa? La presidenta de Antama no tiene respuesta para esta cuestión. Esta realidad recuerda a la que se da con otros cultivos en cuanto al uso de fitosanitarios. En la UE no podemos usar determinadas sustancias, pero luego permitimos la importación desde países terceros de vegetales cultivados con esas sustancias aquí prohibidas (tomates, cítricos…) Con los transgénicos ocurre algo parecido: no se permite cultivarlos, pero cada año se importan miles de toneladas para alimentación animal, humana y otros usos. No tiene sentido, pero ocurre.
Beneficios.
El primer cultivo transgénico se llevó a cabo en Estados Unidos en 1996. En España, el maíz Bt llegó en 1998. Sin embargo no hemos pasado de ahí, mientras que en muchas otras partes del mundo es algo habitual; de hecho, el cultivo de transgénicos en la UE supone menos de una milésima parte del total mundial. Estados Unidos, Brasil, Argentina, Canadá e India son los que más producen. En 2019, el 79% del algodón, el 74% de la soja, el 31% del maíz y el 27% de la colza fueron cultivos modificados genéticamente a nivel mundial. Y la superficie ocupada por ellos va creciendo porque en estos casi 30 años de existencia se ha comprobado que no existen perjuicios asociados a este tipo de semillas, pero en cambio sí numerosos beneficios.
En primer lugar, aumenta los rendimientos, garantizando así la soberanía alimentaria de quienes lo cultivan. Gracias al trabajo de laboratorio, las nuevas variedades son capaces de hacer frente a plagas, sequías, suelos salinos y otros problemas que merman la productividad. Además evitan el uso de muchos productos fitosanitarios que perjudican al medio ambiente e incluso a las personas que consumen esos productos. En los últimos años, además, se están obteniendo cultivos que potencian la presencia de determinados nutrientes para mejorar la alimentación humana.
También pueden suponer un factor de lucha contra el cambio climático. Un estudio realizado recientemente por la Universidad de Bonn (Alemania) concluye que si la UE permitiera la adopción de los cultivos transgénicos que existen y que están presentes en el resto de países, Europa podría reducir las emisiones agrícolas de gases de efecto invernadero un 7,5% en un año, concretamente referido a 2017, lo que equivale a 33 millones de toneladas de CO2. Los investigadores resaltan que el aumento de rendimientos de los cultivos transgénicos pueden ayudar a mitigar el cambio climático, pero que hasta la fecha no se había cuantificado en estudios anteriores. Explican que el aumento del rendimiento ayuda a prevenir emisiones adicionales de CO2 al reducir la necesidad de convertir nuevas tierras en superficies agrícolas.
La realidad es que dependemos de estos productos transgénicos. A día de hoy sería complicado obtener piensos para el ganado sin usarlos y manteniendo unos precios competitivos. Un estudio elaborado por el doctor Francisco J. Areal (Universidad de Reading, Reino Unido) para la Fundación Antama en 2015 concluye que el intento de sustitución de las importaciones de soja modificada genéticamente por soja convencional supondría una falta de abastecimiento de esta materia prima para la industria de fabricación de piensos. Esto originaría un aumento en los precios a corto plazo de las habas de soja y harina de soja de 291% y 301%, respectivamente. Es decir, supondría el cierre de muchas explotaciones por no poder hacer frente a los gastos de alimentación de los animales.
Pero los cultivos transgénicos no son solo sinónimo de piensos para el ganado. De hecho, convivimos con ellos sin darnos cuenta. Por poner un ejemplo, la práctica totalidad de la insulina que se usa para tratar a los enfermos de diabetes la segregan organismos modificados genéticamente. Y muchos de nuestros billetes y de nuestras prendas de vestir están fabricados con fibras de algodón transgénico. Por eso cuesta aún más comprender que la EFSA autorice el consumo de muchos productos pero la UE no permita sembrarlos en territorio comunitario.
En la situación actual, con aumentos de precio y escasez de materias primas, contar con estos cultivos habría sido un punto a favor para mantener la soberanía alimentaria. De hecho, a pesar de que la visión de estos cultivos en la sociedad está asociada a problemas medioambientales y de salud sin ningún fundamento, los agricultores saben que solo aporta beneficios y demandan que se autoricen más eventos para poder cultivarlos. Es el caso, por ejemplo, del algodón en el sur de España.
Fundación Antama.
La Fundación Antama es una organización privada y sin ánimo de lucro constituida en el año 1999. Cuenta con el apoyo de destacadas empresas en investigación y desarrollo de tecnologías para la agricultura a nivel internacional, que apuestan por la mejora genética como herramienta para que los agricultores incrementen su productividad, con un uso más eficiente y sostenible de los recursos naturales en beneficio de los consumidores. Su misión es la promoción de las nuevas tecnologías aplicadas a la agroalimentación y el medio ambiente con un compromiso de comunicación basado exclusivamente en evidencias científicas que pretende acercar las nuevas herramientas a los medios de comunicación, a los políticos, legisladores y administraciones públicas, a los agricultores, a los consumidores, a los investigadores, a los educadores y a cualquier persona interesada en el desarrollo de nuevas tecnologías. Colabora con otras entidades inmersas en este campo, así como con la comunidad científica nacional e internacional que trabaja en mejora genética vegetal y animal. Un trabajo centrado en ofrecer la información más completa y actualizada sobre las últimas tecnologías agroalimentarias.