Es como una historia de Cuarto Milenio del siglo XVII. Los archivos toledanos atesoran testimonios únicos, como la historia de 'cazafantasmas' que publicó el pasado vienes el blog del Archivo Histórico Provincial de Toledo (AHPT).
Ente los papeles de este Archivo figura una 'copia simple' de un expedientes de fantasmas, recogido el 14 de octubre de 1608 en una carta del que más adelante sería importante médico español, Gaspar Caldera de Heredia. Entonces tenía todavía 17 años y debía de haber acabado recientemente sus estudios en Salamanca. Actuó como inquisidor, es decir, como investigador, cuando «el tiempo que ha que se comenzaron a oír los gemidos en las viñas de Calahorra» (localidad al este de Granada). Resume todo en este escrito al duque del Infantado, señor del Marquesado del Cenete.
Nos acercamos, apunta el director del Archivo, Carlos Flores, casi a una investigación criminal sobre «unos ruidos curiosos, que se oyen de día y de noche con total claridad». El propio inquisidor «los oye, monta una batida y en un momento determinado cree cercado al espíritu, le hace un conjuro y allí no hay nada». El documento ha sido «una absoluta sorpresa», una 'copia simple', encuadernada en un tomo procedente de las delegaciones de Hacienda con copias de documentos variopintos curiosos, al que también quiere dedicar otra entrada del blog. El original del informe está en el Archivo Histórico de la Nobleza, dentro del fondo de la casa de Osuna, a un espacio al que los investigadores todavía no han llegado.
‘Cazafantasmas’ en los archivos toledanosEl informe descrito en el blog apunta que a primeros de septiembre Caldera de Heredia llegó a Jerez del Marquesado y se informó del cura y de otras personas de confianza. Según ellos, a finales de junio, estando en las labores de siega «oyeron los gemidos que a V.E. tengo escritos en una haza de una viuda que llaman la de Juan Calvo, y dijeron los segadores que los gemidos se les vinieron acercando de manera que entre los haces del trigo que hacían los oían y que se les acercaban tanto que entre las mieses que cortaban oían los gemidos, y ninguno vio cosa alguna. Tuvo esto como quince días y nunca más los oyeron en Jerez, adonde se dijeron algunas misas por si era ánima que padecía». Parece que en julio se repitió el fenómeno en la vecina localidad Aldeire. Poco después se trasladó a unas viñas en el camino de La Calahorra a Guadix y «a la fama, comenzaron a salir algunos vecinos del lugar a oírlos y todos los oían a cualquier hora del día o de la noche».
Las historias de los del lugar hicieron apresurarse al joven inquisidor, enviado desde Granada y convertido en 'cazafantasmas', destaca el Archivo. Nada más llegar, el 6 de septiembre, organizó una expedición para escuchar los famosos gemidos, en la que contó con los curas de La Calahorra y de Alquife, el gobernador del Marquesado, un médico que había traído de Granada y «un genovés que se llama Juan Ambrosio Bondanani». Cuenta el Archivo que se dividieron en dos grupos, cada uno capitaneado por uno de los sacerdotes. Los gemidos no se hicieron esperar, desde lugares distintos pero siempre muy cerca de los grupos y sin que en ningún momento pudiesen ver nada. Dice el inquisidor que «son unos gemidos que no causan horror ni espanto, ni se eriza el cabello, pero en general causa una lastimosa conmiseración y lástima, como de hombre o ánima que padece». Al fin, consiguen localizar el lugar concreto de donde salen los gemidos y van cercándolos. «Llegando cerca díjele [al que gemía] que de parte de Dios le pedía me manifestase su pena, que le prometía todo lo que yo pudiese para su descanso, y esto dos veces. No respondió. Llegamos mirando con cuidado. No hallamos ni vimos cosa alguna, y esto es lo que más me ha admirado».
Interrogatorios. Además, el inquisidor interrogó al guarda de las viñas en dos ocasiones, «y las historias que cuenta son cada vez más estrambóticas», destaca Flores, que duda que Caldera de Heredia llegara a creerlo, «aunque no dice nada». En la primera, el guarda, que tiene su cabaña en el límite de las viñas, afirma que oye los gemidos de día «y que una noche, como a la una, estando a la puerta de su cabaña con su lanzón en la mano vio venir hacia él un bulto como de un mastín grande y volvió el lanzón para darle con la punta, y no halló cosa alguna ni vio el bulto». En el segundo, dijo que «de cuatro o cinco noches atrás, como a las nueve, comenzaba un ruido muy grande en la viña que parecía que andaban quinientos mil de a caballo en ella y que no dejaban árbol ni cepa en pie, y que esto había turado [sic] hasta las once poco más o menos, y que luego cesaba y se oían de nuevo los gemidos como de antes. Y que hacía ya tres noches que se venía a su casa y no osaba volver a la viña hasta pasada la media noche, y que a aquella hora iba sin temor por haber ya pasado la hora en que oía aquel ruido que tanto temor le daba, porque los gemidos decía que ya le hacían compañía».
Ha querido el destino que nos quedemos sin saber la resolución de este misterio, porque el documento del Archivo Provincial se corta aquí bruscamente. Afortunadamente, el original de esta copia también está en Toledo, en el Archivo Histórico de la Nobleza, donde quizás algún investigador, si es que no se corta allí también, pueda algún día terminar de revisar la historia.