El problema del PSOE no es Ábalos. Tampoco Koldo. Ni Santos Cerdán. Ni siquiera cualquiera de los ministros acusados de trapichear con la trama. El gran quebradero de cabeza de Sánchez y de los que le acompañan sin rechistar se llama Víctor de Aldama, un tipo desconocido para la gran mayoría hasta que los casos de Begoña Gómez, de Delcy Rodríguez y el rescate de Air Europa le pusieron en el mapa. Al que fue ministro todopoderoso del Gobierno de Pedro Sánchez y secretario de Organización del PSOE se le puede controlar. Los partidos funcionan como sectas y tiene asimilado el lenguaje de cloaca que emplean. Por mucho que sangre por la herida. A Koldo, que ha bebido de las copas de Ábalos en los sitios más inhóspitos, también creen tenerle cogido por donde más duele. Aprendió las reglas del juego sucio y sabe dónde están los límites de la partida. Pero lo de Aldama es otra cosa. Es un personaje díscolo que está herido por cómo le han despreciado y humillado. Que se ha jugado su prestigio y su patrimonio en encargos a los que sólo llegan unos cuantos elegidos. Y ahora ve cómo le pintan de don nadie cuando fue mucho más que un nexo corruptor, como le calificó la UCO. Llegó a convertirse en ese enlace anónimo que todas las administraciones han utilizado, pero que él aprovechó para hacer negocio previo pago de mordidas a los que se encargaban de proporcionarle los contratos millonarios.
Todos los casos de corrupción han tenido su cantaor protagonista, por seguiriyas o bulerías, por alegrías o fandangos. Suelen ser personajes estrafalarios o frikis, en terminología no tan moderna. Interlocutores propios de la mitología hispana más antigua, enaltecida por el Lazarillo y replicada hasta la saciedad por los escritores más célebres de nuestra historia: desde 'Rinconete y Cortadillo' hasta 'Guzmán de Alfarache' pasando por 'El Buscón' de Quevedo. Los de hoy son delincuentes confesos que tiran de la manta sólo cuando se ven acorralados y entre rejas. Aldama, como presidente del Zamora, tiene una manta de pura lana virgen capaz de arruinar la carrera de más de un político en activo. Lo saben bien en Moncloa.
El PP ha tenido también sus pícaros, en versión clásica y algo más moderna. No hablamos de los supuestamente serios, como Rosendo Naseiro, Ángel Sanchís o, más recientemente, Luis Bárcenas. El prototipo de aprovechado de manual, que no va con las ideologías, lo han desarrollado empresarios como Francisco Correa y Álvaro Pérez el bigotes, alcaldes muy recordados como Arturo González Panero el albondiguilla y consejeros autonómicos, que también fueron alcaldes de su pueblo, como Francisco Granados. Los que mantuvieron la pose institucional estuvieron controlados; los que pensaron que la imagen de chorizos les iba a perseguir hasta el final y que no le debían ningún respeto a los corrompidos cantaron hasta lo más grande en sede judicial.
La historia se repite y en el Gobierno han encontrado a su Francisco Correa en Víctor de Aldama. El PSOE se levanta y ve en el espejo un caso de corrupción con personajes comunes y clonados, a los que recurrió para echar de Moncloa a Mariano Rajoy vía moción de censura. Trata de escapar y, cuando cree que se ha liberado de la sospecha, sale Aldama con más pruebas. Pueden salvar lo de Koldo, lo de Ábalos e incluso sacar a pasear al equipo de opinión sincronizada y sortear que el ex líder de una federación tan potente como la madrileña ha probado en el Supremo una operación de Estado contra Isabel Díaz Ayuso. Pero son conscientes de que personajes tan extravagantes como Aldama pueden hacer caer a un Gobierno por muy acostumbrado que esté a flotar en las aguas más fétidas.