Guías clandestinos y picarescas en el turismo toledano de 1960

José García Cano
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En los años sesenta, la normativa turística se basaba en la Orden de 31 de enero de 1964, en la que se aprobó el Reglamento para el ejercicio de actividades turístico-informativas privadas, orden que controlaba la actividad de los guías turísticos

Zocodover en 1960. - Foto: Archivo Pando IPCE, Ministerio

Desde hace muchas décadas, en las calles de Toledo ya era habitual ver a numerosos grupos de turistas, a familias extranjeras, a jóvenes excursionistas y paralelos a todos ellos, a diversos guías de turismo, que narraban las maravillas de la catedral, la belleza de las sinagogas toledanas o lo exótico de la mezquita del Cristo de la Luz. Ya en los años sesenta, la normativa turística a nivel nacional se basaba en la Orden de 31 de enero de 1964, en la que se aprobó el Reglamento para el ejercicio de actividades turístico-informativas privadas, orden que controlaba la actividad de los guías turísticos en todo el territorio nacional y que ha estado vigente hasta mediados de los años noventa, concretamente hasta diciembre de 1995, momento en el que se deroga.

Lo importante de aquella Orden es que regulaba el sector de los guías turísticos e intentaba también ofrecer al visitante un servicio de calidad por parte de estos profesionales. Igualmente había un apartado de aquella normativa en la que se mencionaba el concepto de intrusismo, regulándose las cantidades que los guías sin autorización debían de satisfacer si eran sancionados por este motivo. Curiosamente hoy, tantos años después, a veces nos seguimos encontrando por las calles de la capital toledana, a algunas personas, que, sin tener ningún tipo de habilitación, permiso ni carnet profesional, ejercen esta actividad con el consiguiente incumplimiento de la normativa que actualmente regula la Dirección General de Turismo; lo que es cierto es que, en este sector, como en muchos otros, no hay nada nuevo bajo el sol. Alrededor del servicio turístico en Toledo y queriendo aportar una página más a la historia del mismo, recordamos hoy un curioso episodio ocurrido en septiembre de 1967, cuando desde la Delegación Provincial de Turismo de Toledo se dirige un escrito al subsecretario del Ministerio de Información y Turismo de Madrid, exponiéndole el caso de ciertos 'guías clandestinos' que actuaban en diversos puntos de Toledo, desprestigiando el turismo toledano y usando de la picaresca para dirigir a algunos turistas a determinados comercios donde se les daba la correspondiente comisión. Es cierto que el escrito no era motivado por los guías turísticos autorizados, sino por algunas personas, que, en connivencia con determinados negocios llamados fábricas, llevaban a los turistas a esas tiendas de las que luego, como pueden suponer, cobraban ciertas cantidades. El tema de las comisiones o propinas que aquellos ganchos conseguían por llevar clientes a los comercios, tampoco es algo olvidado en el tiempo, ya que en el sector turístico ha sido –y en algunas ocasiones sigue siendo– una práctica habitual.

El caso es que la denuncia hecha ante el Ministerio de Información y Turismo de aquella época, cuyo ministro era don Manuel Fraga Iribarne, señala concretamente a las tiendas de damasquinos de Toledo, desde donde utilizaban a algunos vecinos como guías que acompañaban a los turistas a sus negocios. Ante las continuas denuncias tanto de visitantes a Toledo como de profesionales del sector, se decidió encomendar a la Guardia Civil la elaboración de un informe en el que se averiguase qué personas realizaban estas prácticas, y qué industriales estaban compinchados con ellos. La Guardia Civil, como no podía ser de otra manera, no tardó mucho en localizar a varios vecinos dedicados a estos menesteres y así mismo, pudo comprobar algunas de las fórmulas que éstos tenían para llamar la atención de turistas y convencerlos de acudir a los establecimientos y fábricas que ellos querían. Una de ellas era desplazarse hasta las afueras de Toledo, donde los ganchos fingían una avería, para que algún coche de los que venía a la capital, se detuviese a socorrerlos, tras lo cual, y mientras acompañaban al toledano hacia la ciudad, éste les recomendaba comprar los souvenirs en una determinada tienda o fábrica, la cual posteriormente le abonaba su comisión correspondiente. También había otras personas que, por las calles de Toledo, buscaban turistas para recomendarles tal o cual tienda y se constató otra tercera versión, en la que había ganchos que cobraban una cantidad por introducir a los turistas que paseaban cerca de los establecimientos, en el interior de los mismos.

Por las pesquisas que consigue averiguar la Guardia Civil, se señala que lo que cobraban estos guías clandestinos, era normalmente un 30% de lo que el turista se gastaba en las tiendas y las personas que tenían un sueldo fijo cobraban unas 3.000 pesetas mensuales, más el 10% de comisión de las compras realizadas. Todos estos extremos los confirman algunos de los ganchos que la Guardia Civil localiza e interroga durante su investigación, como por ejemplo J.C.S., quien trabajaba en una importante fábrica de damasquinados como conserje y recibía además de su sueldo, el 10% de las ventas que realizaba a extranjeros que introducía en la fábrica. Otro vecino, apodado 'el Gañán', asegura que trabajó durante unos meses en una tienda, percibiendo 3.000 pesetas mensuales más el 10% de las compras que realizaban los turistas que llevaba al local. Igualmente declara que los meses que estuvo trabajando no estuvo dado de alta como obrero. 

Encontramos otra declaración de A.Z.M., que vivía muy cerca del Alcázar, el cual asegura que normalmente se iba hasta la localidad de Nambroca, desde donde hacía auto-stop, para que algún coche de turistas le recogiera y le acercara a Toledo. En señal de gratitud a la familia de turistas que le había hecho el favor de acompañarle a la ciudad, A.Z.M., les acompañaba hasta el Valle para que disfrutaran de la panorámica de la ciudad, para, posteriormente, acompañarles a cierta tienda de artesanía donde se le pagaba el 30% de la compra que se había realizado. 

Otros dos ganchos localizados por la Guardia Civil toledana, fueron 'el Negro' y 'el Piojo', los cuales declaran que habitualmente subían hasta la cuesta de las Nieves, en una motocicleta propiedad del primero, y allí simulaban una avería en la misma. En ese momento, el Piojo, paraba a los vehículos (preferiblemente franceses) para pedirles que les acercase a Toledo a por combustible o a por una pieza para reparar la motocicleta. De igual manera que el anterior, les llevaba hasta la zona del Valle para ver la ciudad desde este estratégico punto y seguidamente les invitaba a visitar una de las dos tiendas donde ambos ganchos percibían comisión.