Al no haber sido revocado por Joe Biden el apoyo de los EE.UU. a Marruecos en su reivindicación de la soberanía sobre el Sahara Occidental -explicitado en su día por el entonces presidente Donald Trump-, Rabat se ha envalentonado.
La decisión fue el fruto de la activa labor del potente lobby marroquí que actúa en Washington y de la diplomacia alauita que acaba de conseguir otro éxito: el apoyo del flamante Gobierno alemán al llamado plan de autonomía del Sahara. En la práctica, dicho plan consolida la soberanía de Marruecos sobre un territorio -en disputa con el Frente Polisario- que con arreglo a la legalidad internacional sigue pendiente del cumplimiento de una resolución de la ONU cuyo corolario sería la celebración de un referéndum.
A España, antigua potencia colonial, este contencioso siempre nos acaba afectando. Y más desde que en 2020 Rabat canceló unilateralmente una cumbre prevista entre los dos gobiernos. Más tarde las cosas empeoraron a raíz de una decisión arriesgada del Gobierno de Pedro Sánchez, autorizando la entrada en nuestro país de Brahim Ghalli, líder del Frente Polisario, infectado, según se dijo, de covid 19. Rabat consideró el hecho como un acto inamistoso y facilitó la llegada en avalancha a Ceuta de más de mil emigrantes que de manera ilegal consiguieron rebasar la frontera. Después retiró a su embajadora en Madrid.
Esta semana, en el transcurso de la recepción al cuerpo diplomático, Felipe VI, en una intervención que de ninguna manera podría tildarse de improvisada, dijo: "Animo a caminar juntos para empezar a materializar ya la nueva relación entre los dos países sobre pilares más fuertes y sólidos". Después vino la visita al stand de Marruecos en Fitur. Estos gestos no han servido para enfriar la situación.
Sus palabras no han encontrado eco en Rabat. Están crecidos. Aziz Akhnnouch, jefe del Gobierno marroquí, ha señalado que el futuro del Sahara es la cuestión clave en las relaciones entre los dos países y que mientras no cambie la posición de España sobre el Sáhara la crisis no se resolverá. Marruecos juega fuerte porque se siente respaldado por los EE.UU. y porque el reciente cambio de Alemania sobre la cuestión del Sáhara ha venido a reforzar su posición. En Rabat saben, además, que cuentan con Francia y que en España tenemos un Gobierno de coalición cuya política en relación con el Sáhara es contradictoria. Teniendo como tenemos una presión constante sobre las fronteras de Ceuta y Melilla, haber permitido la entrada de Brahim Ghalli, se revela como un error político. Marruecos va a seguir presionando. Y, no olvidemos que en caso de conflicto en Ceuta o Melilla, la OTAN nos dejaría solos.