Un cuentista en el Toledo del siglo XIX

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El periodista Miguel Larriba recordó en la Biblioteca de Castilla-La Mancha el viaje de Hans Christian Andersen en diciembre de 1862

Un cuentista en el Toledo del siglo XIX - Foto: Yolanda Lancha

«El siglo XIX en Toledo es uno de los grandes desconocidos, pero está lleno de sorpresas. Siempre he pensado que fue definitivo, porque los toledanos se vieron en la encrucijada de perder la ciudad o conservarla. Sin duda desaparecieron muchas cosas como resultado de la Guerra de la Independencia y la desamortización, pero la conclusión es que pudimos haber perdido todavía mucho más...». Esta reflexión del periodista Miguel Larriba, que ayer se reencontró con la Biblioteca de Castilla-La Mancha «ciento cincuenta años y un mes» después de que Hans Christian Andersen visitase Toledo en diciembre de 1862, bien podría habérsela planteado el escritor danés desde los rodaderos del río al recorrerlos de puente a puente.

«A diferencia de otros visitantes que escribieron sobre la ciudad tras recorrerla solo por dentro, Andersen lo hizo tras contemplarla desde su exterior, desde el otro lado del río», desde la panorámica que ya entonces comenzaba a interesar a pioneros de la fotografía como el francés Jean Andrieu, que también pasó por Toledo en la década de los sesenta y que tuvo que enfrentarse no solo a la aventura de recorrer ese difícil camino (muchos años antes de la existencia de la Carretera del Valle), sino a hacerlo con una aparatosa cámara de fuelle.

Según el conferenciante -que empleó durante su ponencia fotografías de la época cedidas por el blog Toledo Olvidado (http://toledoolvidado.blogspot.com.es/), recientemente galardonado con uno de los premios de la Real Fundación-, la descripción realizada por el escritor danés de la vista de la ciudad comprendida entre los puentes de Alcántara y de San Martín fue tan expresiva que «da la sensación de que puede leerse en las viejas fotografías».

Buena parte de sus comentarios fueron para «un paisaje lunar, sin un solo árbol», que contribuía a subrayar la sensación de desolación que ofrecía la ciudad en aquel momento, con muchos de sus edificios en ruinas. «Toledo conservaba en 1862 muchas de las heridas que sufrió en la Guerra de la Independencia y Andersen fue testigo de ello, aunque más que su patrimonio y su arquitectura le interesaron sus atmósferas, sus costumbres y sus gentes». Dejó reflexiones sobre las dificultades que encontró al alojarse -Edouard Manet, que visitó Toledo tres años después, escribió con desesperación sobre la gastronomía local-, pero contempló la ciudad con en entusiasmo de uno de los viajeros más destacados del siglo XIX, alguien que solía utilizar la máxima de que «viajar es vivir».

«Cuando visitó Toledo ya tenía más de cincuenta años y era muy célebre en Europa, tanto que en muchos de sus destinos le dedicaban homenajes. En Madrid también le organizaron uno, pero la realidad es que en la España de la época no le conocía nadie. Andersen era muy vanidoso y hubiera sido mejor que no le hubieran hecho nada, porque le sentó como un jarro de agua fría».