La UNESCO reconoce el valor de la trashumancia

M.H. (SPC)
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Esta actividad milenaria ya es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad gracias a que «contribuye a la inclusión social, al fortalecimiento de la identidad cultural y a los lazos entre familias, comunidades y territorios»

La UNESCO reconoce el valor de la trashumancia

Hacia el octavo o noveno milenio antes de Cristo, el ser humano comenzó a domesticar ganado. Parece ser que ocurrió por primera vez en Mesopotamia y que la cabra fue la especie que inició el proceso, seguida por las ovejas y los bóvidos. Con la ganadería ya no se depende completamente de la caza para obtener proteína animal, pero se plantea un nuevo problema para aquellas comunidades: hay que alimentar a los animales. Los pastos pueden secarse o agotarse en un momento dado, por lo que los rebaños tienen que moverse en busca de otras zonas que les sean propicias.

Algo parecido ocurría con los grandes grupos de herbívoros salvajes que en aquella época todavía poblaban lo que hoy llamamos Europa. Estas manadas se desplazaban dos veces al año en busca de comida y todo indica que los incipientes pastores de la Península Ibérica aprendieron de ellas y comenzaron a realizar movimientos; pero en vez de seguir a los uros o a los rinocerontes lanudos para poder darles caza, se desplazaban con sus propios animales para procurarles sustento. Es el origen de la trashumancia, una de las actividades más importantes para el ser humano durante muchos siglos en lo económico, en lo cultural y en lo medioambiental.

Según Tito Livio, los celtíberos eran pastores. Hay consenso en que la costumbre de las migraciones semestrales se remonta a la época de los íberos y que los pastores andariegos prestaron ayuda a los cartagineses en sus marchas a través de la Península Ibérica en la época romana. Y también se cree que los musulmanes contribuyeron a la consolidación de la trashumancia introduciendo la raza merina, gran productora de lana.

La UNESCO reconoce el valor de la trashumanciaLa UNESCO reconoce el valor de la trashumanciaEsta práctica alcanza su máximo desarrollo entre los siglos XIV y XV gracias a una institución concreta creada por Alfonso X, El Sabio, en 1273: el Honrado Concejo de la Mesta o, simplemente, la Mesta (el gremio más antiguo que se conoce), que se encargaba de controlar todos los aspectos relativos a la trashumancia. En torno a ella se creó una importante actividad económica: el comercio de lanas representó una de las principales fuentes de ingresos para las áreas de montaña de gran parte de la Península Ibérica entre los siglos XIV y XVIII.

Los pastores y su ganado (sobre todo oveja merina, por su rendimiento lanar) se movían de norte a sur y de sur a norte dos veces al año, buscando los pastos altos y frescos de las montañas en el verano y huyendo del frío hacia zonas más bajas durante el invierno. En el siglo XV se desplazaban por Castilla cinco millones de ovejas, cabras, vacas y caballerías, en recorridos de hasta 600 kilómetros. Y estos movimientos generaban muchas oportunidades. Uno de los mayores exponentes de esta actividad fue la Feria de Medina del Campo, que ganó fama incluso fuera de nuestras fronteras durante los siglos XV y XVI.

La Mesta se ocupó de mediar en los conflictos entre agricultores y ganaderos. Los primeros sufrían en sus cultivos los daños del ganado cuando pasaba dos veces al año y por ello se crearon unos lugares fijos para el discurrir de los rebaños: las cañadas reales y otras vías pecuarias (cordeles y veredas), muchas de las cuales aún se conservan hoy en día. La Mesta desapareció en 1836 a causa del declive del mercado de la lana y por otros factores sociales y económicos. Pero la trashumancia sigue existiendo tal y como se practicaba entonces, aunque sea de modo casi testimonial.

Sin embargo, las vías pecuarias son un legado excepcional. Los antiguos caminos trashumantes constituyen aún hoy un importante patrimonio, con más de 125.000 kilómetros de longitud y 400.000 hectáreas de superficie. Enlazan los valles del Guadalquivir y del Guadiana con las montañas cantábricas, Somosierrra, Urbión o Albarracín; la costa levantina con la Serranía de Cuenca; o las riberas del Ebro con las cumbres del Pirineo o del Macizo Ibérico.

Ya son pocas las cabezas de ganado que usan estas vías (a pesar de que eran un millón en los años 90), debido sobre todo a la expansión de la ganadería extensiva y a que los camiones han sustituido a los largos periplos a pie. Sin embargo, siglos de esta actividad han dejado grandes beneficios para las personas y su entorno. Además de que el comercio de lana, en su momento, fue una actividad económica con un peso incuestionable, estos desplazamientos del ganado contribuyeron a modificar el paisaje y darle el aspecto que hoy conocemos. Asimismo, los movimientos trashumantes ayudaron a expandir los conocimientos, las innovaciones y las costumbres de unos territorios a otros.

Un valor a conservar.

Por estas razones, la trashumancia ha sido oficialmente reconocida hace unos días como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. España lideraba esta candidatura internacional, de la que ahora forman parte 10 países europeos, pues se reconoce esta modalidad de pastoreo también en Albania, Andorra, Croacia, Francia, Luxemburgo y Rumanía y se suma así al reconocimiento que ya disfrutaba en Austria, Grecia e Italia.

La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), organismo responsable de este reconocimiento, describe a la trashumancia como «una práctica ancestral que proviene de un profundo conocimiento sobre el entorno e implica prácticas sociales y rituales relacionados con el cuidado, cría y el adiestramiento de animales, así como la gestión de los recursos naturales». Además añade que «la trashumancia contribuye a la inclusión social, al fortalecimiento de la identidad cultural y a los lazos entre familias, comunidades y territorios, a la vez que contrarresta la despoblación en entornos rurales».

España cuenta con 125.000 kilómetros de vías pecuarias que cubren todo el territorio peninsular y de las islas y ponen de manifiesto que la trashumancia es una práctica extendida por todas las comunidades autónomas. Hoy en día, el desplazamiento estacional de rebaños sigue siendo un legado vivo que ha originado un rico patrimonio cultural y etnográfico, reflejado en fiestas y tradiciones, en la toponimia, la gastronomía y la arquitectura relacionada con esta actividad. También las manifestaciones de la tradición oral, la artesanía y las técnicas de pastoreo tradicional, así como la ordenación de los pastos en el marco del derecho consuetudinario, son elementos que la cultura trashumante ayudó a transmitir a su paso por los diferentes y distantes territorios peninsulares.

Es conveniente recordar que la inscripción de la trashumancia en la lista de bienes Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad anima a todas las partes interesadas a aplicar medidas de salvaguarda en estrecha colaboración con los portadores de las tradiciones. Es de esperar que este reconocimiento haga que las administraciones implicadas impulsen medidas para conservar y rehabilitar vías pecuarias y todo lo que implica esta milenaria tradición. Las imágenes anuales de inmensos rebaños atravesando grandes ciudades como Madrid o Valladolid están muy bien para llenar unos minutos en los informativos televisivos, pero los ganaderos necesitan un apoyo real para poder conservar está práctica.

 

Beneficios y problemas.

Los beneficios que aporta la trashumancia, ya sean medioambientales, socioculturales o económicos, son numerosos. En primer lugar, ayuda a mantener población en el entorno rural. Los movimientos del ganado afectan a zonas en general muy desfavorecidas, sobre todo las áreas montañosas, y esta actividad económica posibilita fijar habitantes. No se pueden olvidar tampoco los beneficios al medio ambiente. Mediante el aprovechamiento de biomasa a la que difícilmente se le podría dar otro uso ayuda a evitar incendios o a rebajar su intensidad. Además, la vías pecuarias constituyen auténticos corredores naturales entre diversas zonas de la península, evitando así su aislamiento. Y por si esto fuera poco, con el paso de los siglos la trashumancia ha moldeado paisajes tan importantes y únicos como la dehesa. También hay que tener en cuenta la labor de fertilización que realizan los rebaños en sus desplazamientos. La trashumancia ofrece también ventajas en el manejo de los animales. Por una parte, les proporciona alimento natural durante todo el año, lo que propicia que los productos cárnicos o lácteos que se obtienen de esos animales sean de una gran calidad. Por otra, evita a los propios animales tener que sufrir los rigores del clima, ya que huyen del frío extremo de la montaña en invierno y del calor y la sequedad de las tierras bajas en verano; podría decirse que estos rebaños solo viven en primavera y otoño. Esto facilita que los animales se desarrollen mejor, sean más productivos y, en definitiva, gocen de mayor bienestar, un concepto ahora muy de moda.

Pero también hay problemas para esta práctica ancestral. El primero y más acuciante es seguramente el mismo que afecta a casi todo el sector primario: la falta de relevo generacional. En este caso se agrava porque los desplazamientos de los rebaños condicionan mucho la vida del ganadero. Esos desplazamientos, además, cuestan dinero, porque el ganado no puede pastar donde le plazca al pastor, sino en las fincas arrendadas a tal efecto que tienen que estar distribuidas por todo el itinerario. Otro problema se refiere a la conservación de las vías pecuarias. La urbanización descontrolada o la construcción de infraestructuras (autovías, vías férreas…) levantan barreras muy complicadas de salvar para los trashumantes.