Las excavaciones para la construcción de equipamiento vial e industrial en el término municipal de Illescas destaparon dos yacimientos que tuvieron como actividad el uso funerario. Se trata de los enclaves de El Rabanal I y El Rabanal II, datados en la Edad del Bronce (en la península ibérica, entre el 1.800 y el 800 a. C. aproximadamente) y la Edad del Hierro (entre el 800 y el 200 a. C), respectivamente. Ambos lugares están separados por una distancia de 62 metros; el primero de ellos, se extiende por una superficie de unos 12.000 metros cuadrados; el segundo, por su parte, ocupa una parcela de algo más de 2.000 metros cuadrados. Ambos se sitúan, paradójicamente, cerca del nuevo cementerio municipal de Illescas, inaugurado en 2006.
Los dos yacimientos se encuentran al sureste de la cabecera sagreña, cerca del arroyo Guatén. El cauce se constituye como «un eje vertebrador del territorio», explica el arqueólogo Víctor Cantalapiedra, director de las excavaciones y ponente de la conferencia Pithos, ajorcas y anforiscos: las necrópolis de la Edad del Bronce y del Hierro I de El Rabanal, celebrada el pasado miércoles en el Museo de los Concilios. La presencia de agua favoreció la fertilidad del terreno y la actividad agrícola y ganadera. Los arroyos del Caño y la Viñuela también surcan este espacio.
El Rabanal I se articula como un campo de hoyos formado por estructuras subterráneas entre las que no se identifican arquitecturas de «habitación o actividad». Según el arqueólogo que investiga este lugar, «no es posible saber la función primaria de cada estructura», dado que algunas de ellas son compatibles con el almacenamiento de grano. Sin embargo, existen otras, con poca profundidad, que no pudieron servir para tal fin. Cantalapiedra supone que cuando las más hondas perdieron su «función original» se emplearon como tumba. El yacimiento cuenta con 23 fosos en los que se han inhumado 32 cadáveres, entre ellos nueve varones y once mujeres (los otros doce cuerpos no se han podido identificar).
El análisis de las causas de mortalidad es una de las aportaciones más interesantes del estudio. Ninguno de los restos «dispersos e incompletos» que se hallaron se corresponden con personas mayores de 45 años, una circunstancia que describe una esperanza de vida corta. Aunque entre las mujeres no se detectan fallecidas durante el parto, sí se observa un buen número de enterramientos de niños con entre uno y cinco años de edad.
Las necropsias realizadas, asimismo, desvelan algunos rasgos físicos comunes y enfermedades recurrentes en este pequeño grupo de población. Se observa un fuerte desgaste dental «relacionado con la dieta y el uso de la dentadura como herramienta», además de abrasión en las piezas, placa bacteriana y caries. Por otra parte, son frecuentes los casos de anemia por ausencia de hierro, de artrosis en rodillas, caderas, pies y columna vertebral por repetición de movimientos, y hernias de disco por el levantamiento de objetos pesados. Los humanos que yacen en El Rabanal I evidencian un importante desarrollo muscular en las extremidades superiores.
Los cadáveres reposan en posturas flexionadas. «Parecen casi un paquete de huesos atado con cuerdas», indica Cantalapiedra. Abunda el nicho lateral, un rasgo característico de esta época «que no se da en periodos precedentes». No se han documentado hitos que señalen al lugar como un espacio de enterramiento, tampoco en capas inferiores, aunque el yacimiento sufre «un grado de arrasamiento considerable» por los movimientos de tierra para laboreo posteriores.
El arqueólogo detalla la coexistencia de enterramientos individuales y enterramientos múltiples con un ajuar funerario muy austero, apenas una cuenta de collar y un conjunto de cerámicas fragmentadas del que se duda que tuviera tal función. Una tumba infantil sugiere que la necrópolis pudo tener actividad hasta mediados del siglo XV a. C. Otra excavación muestra a una mujer enterrada junto a un bebé y varios animales, incluidos cochinillos. Los investigadores creen que los mamíferos pudieron ser sacrificados en un «acto de cohesión social» por la importancia de esta especie para la economía del grupo. En cualquier caso, los trabajos no incluyen estudios de ADN, por lo que «no se conocen parentescos».
INCINERACIÓN. Por su parte, el yacimiento de El Rabanal II se constituye como una necrópolis de incineración. Mientras que en el primer espacio, correspondiente a la Edad del Bronce, los muertos eran enterrados, en el segundo, de la Edad del Hierro, se cremaba a los finados. Los trabajos arqueológicos recogen 92 contextos fúnebres para 84 individuos: en 70 se empleó urna, en los 22 restantes no.
Los restos óseos «son lo primero que depositan en la urna», los ajuares se sitúan por encima de la cremación y algunos los recipientes «tienen animales incinerados», describe Cantalapiedra. Más de la mitad de los enterramientos cuentan con ajuar; los objetos hallados, además, son más elaborados. Se ha recopilado armamento metálico, con 24 cuchillos, y joyería variada. Relacionadas con el adorno personal, se han hallado seis ajorcas, colgantes con cuentas de forma amorcillada, un broche de cinturón y fíbulas (hebillas). También se han recuperado dos fusayolas (piezas del huso para hilar) con decoración impresa e incisa.
Además, entre las pertenencias destapadas hay un anforisco, una suerte de ungüentario y perfumero de vidrio. Se trata de un producto de lujo que apunta a la «jeraquización de la sociedad». Las cerámicas proceden del Mediterráneo, un indicio de actividad comercial con territorios alejados.
Las últimas prospecciones finalizaron en 2021. Se desconoce de dónde procedían las personas que reposan en ambos fosales. «No se ha identificado la zona urbana próxima a la necrópolis, aunque no debería estar lejos», indica Cantalapiedra.