Tras el anuncio de Pedro Sánchez de que se queda, llegó el momento de los 'yo ya lo dije', los 'no podía haber hecho otra cosa, y era tonto pensar lo contrario'. Los que se mostraban seguros de que el presidente dimitiría andaban en las últimas horas como con el rabo entre las piernas, tratando de pasar desapercibidos entre la multitud de sabios que aseguraban haber acertado en sus predicciones.
Que entre los que se habían manifestado casi convencidos de la marcha del presidente se encontrasen incluso algunos ministros no sirve para paliar el tono despectivo de los que, con verdad o sin ella, se proclaman casi adivinos o profetas, cuando no mejor informados (¿) que los demás. Nadie advierte que, coincida o no con intuir casual y previamente un movimiento táctico o estratégico presidencial, con Sánchez todos nos equivocamos. Sí, porque...
... porque los razonamientos de Pedro Sánchez son inaprehensibles , y quien presuma de conocerle bien está errado. Sánchez no es un dictador, y menos un autócrata, aunque tampoco sea del todo un perfecto demócrata y menos un patriota convencido, y temo que hasta en esto digo que puedo estar yo errado. En el curso de los cinco días de meditación y de pesadilla para el país, a Sánchez se le ha glorificado como el hombre capaz de renunciar a los fastos y a los Falcon por la ética y por el amor de una mujer, cual si fuese un poeta romántico. Y al tiempo se le ha denigrado como el peor de los hombres, capaz de todo para satisfacer su ansia de poder.
Pienso que la mayor parte de la culpa del agravamiento de las dos Españas la tenemos los propios españoles, incapaces de acertar en la diana con el dardo de nuestras críticas, que son siempre una enmienda a la totalidad, o con el incienso de los elogios, que no admiten matizaciones. Y, así, Sánchez y su cohorte son unos villanos para unos y unos héroes para los otros, por cierto ante la creciente indiferencia de la calle, harta ya de tanto manejo.
Y exactamente lo mismo ocurre con, pongamos, Alberto Núñez Feijoo, cuyo papel de opositor puede parecer menos comprometido que el de gobernante, aunque no sea así: Feijoo tiene que hacer que la ciudadanía recupere la fe en la veracidad de sus representantes políticos, y no dejarse arrastrar al duelo a garrotazos de la acción pugnaz de Sánchez. ¿Lo logra? No siempre, y es una lástima, porque en sus manos recaerá con bastante probabilidad la enorme responsabilidad de la gobernación del Estado, quizá antes de lo que él mismo piensa e incluso desea, quién lo sabe. Son ya muchos los que creen que, para bien a para mal, Sánchez no podrá permanecer mucho tiempo al frente de una nave que hace agua, cuya tripulación está desencantada y desilusionada y que tiene la escollera demasiado cerca.
Convendría que, entretanto, los administrados por este insensato estado de cosas, es decir, los ciudadanos, mantuviésemos un cierto orgullo de país, que es algo a lo que trapisondas como la última de nuestro presidente no ayudan. Y permanezcamos anclados en la moderación, que es virtud que se compadece mal con las continuas apelaciones a la movilización (desde los dos lados), con lanzar a los aires las hipótesis más absurdas, las descalificaciones más extremadas. No, esto no es una dictadura, ni es la Venezuela de Maduro, ni el PP es un partido golpista casi nostálgico del franquismo. Ni el gobierno es una pandilla de malhechores, como le oí ayer a un tertuliano de radio, para colmo amigo, ni el principal partido de oposición es una panda de golfos involucionistas, como también he podido escuchar con mayor frecuencia de lo deseable.
La 'escapada' de cinco días del presidente tendrá, sin duda, consecuencias ahora quizá incalculables: pérdida de confianza en un líder fuguista, a quien no le acompaña ya tanto la diosa Fortuna en sus escapadas ni es capaz ya de hacer de la resiliencia su principal virtud. Compañero hay que se ha ganado las iras del PSOE por asegurar que Sánchez terminará su carrera de una manera 'trágica'. Tampoco estoy de acuerdo con esta contundente profecía. Marx decía que la Historia puede degenerar en tragedia, pero, al repetirse, se convierte en farsa. Algo de eso me parece que será la degeneración -que es lo contrario de 'regeneración'- de este penúltimo capítulo de lo que algunos, peyorativamente, llaman 'el sanchismo'. Una farsa.