Lo primero que tengo que hacer es explicar a quienes suelen leer esta columnilla, que mi silencio en las dos o tres últimas semanas se debió a razones técnicas. Tan técnicas como las que impone la imposibilidad de estar en dos lugares a la vez. Me vi obligado a estar un tiempo en la capital de España sin posible remisión ni más explicaciones. Cosas de médicos ya saben.
De mi visita a los madriles saqué dos conclusiones que me gustaría comentarles y compartir, puede que alguno de ustedes estén en parte de acuerdo con servidor en lo referente a lo vivido por mí. No es que sean grandes cosas, pero existen y se hacen muy notables para los que conocen la ciudad. O al menos creemos haberla conocido desde hace tiempo. Explico antes de nada que además de mi condición de talaverano digamos que furibundo, mi más que querida abuela Nieves y mi madre eran nacidas en Madrid. Fueros dos o tres semanas en las que me vi obligado a trasladarme a la capital con el fin de hacerme unos análisis médicos, reconozco que la experiencia no me encantó ya que eso de que me miren y me inspeccionen no me vuelve precisamente loco de placer. El encuentro con Madrid, ciudad en la que estudié tras acabar C.O.U., me produjo cierta sorpresa, una extrañeza que me causó la enorme cantidad de sudamericanos. Como creo que conozco a ciertos lectores, aclaro que esto de los muchos extranjeros no lo considero bueno o malo, ni mucho menos algo digno de reparación o alguna barbaridad parecida, únicamente escribo que lo noté como diferencia a lo que ocurría en mis años de estudiante. El tiempo nunca pasa en balde aunque esta premisa no sea fácil de aceptar cumplida cierta cantidad de años. También me pareció percibir en el par de jornadas que pasé en Madrid un cierto desapego de los habitantes de la capital con su ciudad, tengo la impresión que esa distancia con la ciudad no existía cuando vivía allí. Reitero que el tiempo no pasa en balde aunque no guste aceptarlo. Es cierto que en los años en que viví en Madrid surgió una corriente que precisamente hacía hincapié en lo contrario, en el orgullo de sentirse madrileño y de disfrutar y regocijarse con la ciudad. Parece que no queda nada de tal cosa actualmente con la consiguiente pérdida.
En mi estancia en Madrid surgió aquello que poco después se llamó «La Movida» que a fuer de sincero ignoro actualmente su importancia si es que la tuvo, pero que a quienes la vivimos en directo nos complació y nos quedó en el recuerdo para siempre. Mucho menos banal e insustancial de lo que se ha dicho.