«En tiempos del Greco trabajaron en Toledo otros pintores que, como Blas de Prado, fueron considerados por los padres de la historiografía artística española -de Carducho a Palomino, de Ponz a Ceán Bermúdez- entre los mejores autores de su época». La historiadora del arte Palma Martínez-Burgos, coordinadora, con José Redondo Cuesta, del seminario de otoño ‘El Toledo que recibe al Greco’, organizado por la Facultad de Humanidades, expresó que «es necesario revisar los catálogos de algunos pintores que fueron enormemente considerados por la sociedad de su tiempo, como Luis de Velasco, Luis de Carvajal y el propio Blas de Prado, cuya obra es necesario actualizar enteramente, y más ahora que nos encontramos a las puertas del centenario del Greco».
A su llegada a Toledo, continuó Martínez-Burgos, este pintor encontró en la ciudad diferentes lenguajes estilísticos. Por una parte, una escuela que acusaba la impronta de Juan de Borgoña a través de discípulos como Correa de Vivar y Coomontes. Por otra, «pintores que recibían encargos y ocupaban cargos que al Greco le hubiera gustado tener y que no tuvo, como Luis de Carvajal (que atendía encargos para el Escorial), Velasco y Prado, que eran artistas catedralicios». En definitiva, «una competencia muy bien formada, asentada en la ciudad y enraizada en los gustos de su clientela».
La atención que los historiadores del arte han dedicado a estas figuras es relativamente joven. Fue el catedrático Alfonso Emilio Pérez Sánchez (1935-2010), director del Museo del Prado durante la mayor parte de los años ochenta, quien inició el análisis de estos pintores toledanos eclipsados por la sombra del Greco. Desde entonces, especialistas como Trinidad de Antonio, Fernando Marías, Amelia López-Yarto e Isabel Mateo, Balbina Caviró y la propia Palma Martínez-Burgos los han estudiado. «El principal problema para revisar sus obras -explicó esta última- es que muchas se han conservado en emplazamientos de difícil acceso, como las clausuras de los conventos. La visión que hemos tenido de estos pintores es a menudo muy parcial, generada a partir de sus obras conservadas en el Escorial y en la Catedral de Toledo, pero desde muchos aspectos continúan siendo un terreno virgen para los historiadores».
Como coorganizadora del seminario, Palma Martínez-Burgos se refirió al rico crisol artístico e intelectual que era Toledo a finales del siglo XVI, cuando el Greco llegó a Toledo. «Para nosotros era importante ofrecer la mayor variedad posible de enfoques, desde la literatura (a través de la catedrática Carmen Vaquero) hasta la fiesta (Fernando Martínez Gil)». El ciclo de conferencias, que ayer fue inaugurado por el rector de la Universidad de Castilla-La Mancha y que proseguirá hasta el jueves, cuenta con la participación de especialistas tan destacados como Alicia Cámara, catedrática de la UNED, pero también de jóvenes especialistas vinculados a la Facultad de Humanidades, a los que Martínez-Burgos se refirió «como nuestra propia cantera de cara al futuro».
Alfredo Rodríguez: «El Greco llegó cuando aún eran numerosos los encargos de los conventos». Alfredo Rodríguez González repasó, en ‘La Iglesia de Toledo a finales del siglo XVI’, segunda de las conferencias del seminario, los nombres de algunos de los principales valedores del pintor a su llegada a la ciudad y «responsables, en buena medida, de que tomara la decisión de instalarse en Toledo». El técnico del Archivo Capitular de la Catedral explicó que en 1577 aún eran numerosos los encargos patrocinados por los conventos, algunos de los cuales -como el oratorio de San José y elColegio de San Bernardino, destino de conocidas pinturas del Greco- acababan de ser construidos.
Rodríguez González profundizó en la importancia de las elites religiosas constituidas en torno al Cabildo de la Catedral y desarrolló las semblanzas de los arzobispos que conoció Domenikos Theotokopoulos durante su estancia en España: Gaspar de Quiroga, el archiduque Alberto, García Loaysa y Bernardo de Sandoval. Frente a la imagen monolítica que a menudo se concibe de la Iglesia española en aquel momento, el conferenciante manifestó que «en realidad era un estamento muy diverso, con muchos contrastes», que establecían enormes diferencias entre los templos de la ciudad y las iglesias parroquiales de los pueblos de los Montes de Toledo, por ejemplo. En este sentido, para explicar la situación en los extensos territorios que dependían del Arzobispado toledano en tiempos del Greco, Alfredo Rodríguez recurrió a las respuestas al Sínodo de Quiroga, «una radiografía de la diócesis a finales del siglo XVI».