Sí, es un águila culebrera. La he visto al pasar por la carretera, grande, vientre y pecho blanco, encimada sobre el tronco seco de un álamo negro junto al Gigüela. Doy la vuelta, paro y la observo con los prismáticos. Sí, es un águila culebrera. Cansada quizá. Muy grande. Cabeza de búho, ojos amarillos. Seguro que va de paso –esta mañana los bandos de abejeros buscaban las térmicas sobre los encinares del arroyo de Los Tesillos, en Villatobas. El Gigüela aquí, bajo las Casas de Luján, es un cauce dibujado casi a tiralíneas, los tractores han arado al límite. Nunca entenderé la obsesión con la línea recta, en convertir ríos en canales, en despojarlos de su ribera protectora. La culebrera gira la cabeza y me observa. El viento de tormenta le arracima las plumas. Se va haciendo tarde. Me tengo que comprar de una vez por todas unos prismáticos en condiciones. Identifico más por intuición que por lo que veo. Serán los años.
Desde el castillo de Puebla de Almenara pasan las nubes y la tarde. Al castillo, como a todos los espacios mágicos de fuerza y vida, le han colocado delante una ermita. Y a la espalda, a mediodía, sin ningún tipo de consideración, los molinos de un parque eólico, trituradores de vida y paisaje. El castro, el Cerro de la Cruz, frontera carpetana, ya una ruina entre cicatrices. Uno más… El paisaje, la distancia, como la belleza, siempre han sido y son algo prescindible. Ahora quizá más. Ya, definitivamente, nadie mira al cielo y a lo que flota en la distancia. Al fondo, sobre la Serranía, en la Cuenca más profunda, se desmorona una tormenta. Me siento y observo. Una curruca solitaria. Bosque de encina y coscoja, abundando ya el enebro. El monte baja en guerrillas y se adentra en los valles. Cada noche, cuando nadie observa, baja un milímetro. Cada noche. Y así avanza sin sentir, sin urgencias, y lo va llenando todo, se adueña de su territorio, y con el avanzan, agazapados, corzos y jabalíes. El sol y las nubes juegan con el paisaje, descubriendo pedazos de color, ocultándolos. El verde nuevo despunta. Los rojos y los amarillos, las suertes de girasol, las riberas que sobreviven, las cañadas que serpentean… caseríos en la distancia: Almonacid del Marquesado y Tresjuncos. Todo juega en una danza lenta y perfecta.
Almenara. Luz. Señal. Faro en la distancia. Aviso. Fuego sobre la atalaya. Desde la Mancha, desde el poniente nublado por la bruma y la calima, desde Quintanar, Villanueva de Alcardete, La Puebla de Almoradiel, la Villa de Don Fadrique…, en los tiempos antiguos, había que observar la almenara despuntando donde termina la sierra de Altomira, el paso del noreste. Por allí bajaban los indios, los bárbaros, los cristianos... Fortalezas linderas con la Mancha. Queda la impronta. Allí al fondo, tras su bosque protector, duerme Segóbriga. Territorios del Gigüela, río sagrado.