Letur era ayer el pueblo más silencioso de Albacete. Tanto, que ni siquiera la gente se atrevía a llorar en alto. Casi nadie tenía ganas de salir a la calle, y los pocos vecinos que lo hacían se concentraban en el mismo lugar, en el cruce donde acaba la Avenida de la Guardia Civil y comienza la Cuesta de las Moreras.
Fue en ese punto donde el agua bajó con tanta fuerza que saltó sobre el puente y subió hasta la segunda o la tercera planta de las casas. El lugar donde las avenidas de agua, que fueron tres, no una, se convirtieron en una ola, un muro de agua que sepultó todo lo que había aguas abajo.
Todos miraban, casi mudos, al otro lado del perímetro delimitado por la Guardia Civil. A unos 20 metros, donde antes había una casa, sólo se veía un amasijo informe, de color marrón oscuro, hecho de ramas, árboles, maleza, rocas, escombros, enseres y personas.
Letur llora en silencio mientras busca a sus desaparecidos - Foto: Arturo PérezSí, personas. Sobre aquel montículo, había un puñado de técnicos de los servicios de emergencia que se movían a cámara lenta. Unos portaban unas pértigas largas, que introducían en los desechos chorreantes para buscar, con paciencia infinita, pistas de cuerpos.
De vez en cuando, se oía el ruido de una motosierra. Era la maquinaria más pesada que se podían permitir, si querían rescatar a alguien con vida. Porque ayer al mediodía, ya se sabía que había aparecido un cuerpo, el de una mujer de edad avanzada.
Los ausentes. Pero faltaban otros cinco. Como también había que sacar a casi una veintena de vecinos que seguían atrapados en sus casas, cercados por el agua, que todavía bajaba por el cauce que cortó el casco viejo de Letur como un cuchillo que atraviesa la mantequilla, para excavar a las bravas su propia salida.
Al pie del cruce donde aguardaban los vecinos y los medios, a mano derecha, estaba el lugar donde antes se veía, desde lo alto, uno de los rincones más conocidos y fotografiados del pueblo, la piscina natural del Charco de las Canales.
Sólo quedaba el lugar. Desde lo alto, donde antes había un pequeño y recogido vergel, ahora había un socavón de bastantes metros de profundidad, con forma cónica, similar a los cráteres que dejan las bombas en la guerra.
De la zona de impacto, del agua, pero de impacto, sólo entraban y salían miembros de los equipos de emergencia. militares del Ejército de Tierra, guardias civiles, bomberos, Protección Civil, iban y venían bajo el mismo silencio, muchos de ellos sobrecogidos.
Sarajevo. «¿Que cómo es esto? Sarajevo», contestó lacónico uno de ellos a una redactora que le preguntó por lo que había calle abajo. Poco después, entraron y salieron varias personas de una misma familia, grande y numerosa, como son casi todas en los pueblos.
Entraron cabizbajos y salieron llorosos, abrazados entre sí, pero nadie dijo ni una sola palabra. Se perdieron por una calle lateral sin que nadie, ni la tribu de los medios, se atreviese a preguntarles nada, tan evidente era su dolor y la causa que lo provocaba.
Poco después, empezaron a llegar los políticos. Todos, sin excepción, sufrieron el mismo proceso. Llegaban al lugar de los hechos, escoltados por compañeros, cargos públicos, asesores y miembros del dispositivo, para adentrarse en la zona de impacto del agua.
Todos salían sobrecogidos, con huellas claras en el rostro y en la voz por lo acababan de ver. Le pasó a la delegada del Gobierno, Milagros Tolón; le pasó al presidente regional del PP, Paco Núñez; le ocurrió al mismo Emiliano García-Page.
El alcalde. Pero de todos ellos, el que tuvo que hacer ayer el mayor esfuerzo fue Sergio Marín, el alcalde de Letur. Escoltado por el delegado de la Junta en Albacete, Pedro Antonio Ruiz, a todos tuvo que acompañar y recibir con el pesar esculpidos en el rostro.
Él estuvo entre los testigos de la tercera y última oleada, la más destructiva de todas. Al mediodía, habían llegado dos primeras trombas, por lo que todos se había movilizado para ayudar a las víctimas y los supervivientes. Lo que no sabían era lo que iba a llegar después.
A las 23,30 horas del martes, bajó la peor avenida de todas, más grande que las dos anteriores. Ésa fue la que terminó de arrasar el casco antiguo, la joya de la villa serrana, para abrirse camino hasta la zona del Mirador, que también se llevó por delante.
Ayer, al pie de ese mismo Mirador, los equipos de actividades subacuáticas de la Guardia Civil, auxiliados por otros cuerpos, exploraban el cauce del Arroyo de Letur, que en unos cuantos puntos había ganado varios metros, de ancho y de profundidad.
Todos buscaban indicios, restos que dijesen dónde estaban algunos de los desaparecidos, en especial dos operarios municipales, tragados por el agua, a bordo de su furgoneta, que sí apareció a primera hora de la tarde, vacía.
Nuevas visitas. Casi a la hora de comer, nadie se quería ir. Los 'spin doctors' de los partidos anunciaban nuevas visitas de próceres: Alberto Núñez Feijó, presidente nacional del Partido Popular, o la ministra de Vivienda, Isabel Rodríguez.
Mientras tanto, de vuelta al Colegio Local, donde estaba el puesto de mando avanzado, el presidente Page y el líder de la oposición, Paco Núñez, subían por la cuesta tras presenciar la misma desolación, el mismo dolor.
Ambos se habían contagiado del ambiente. Hablaron entre sí, en voz queda, en el mismo tono que usaban los vecinos. Luego siguieron su camino, pero se notaba que lo que habían visto les había dejado marca, pues se movían como el resto, lentos y con la mirada baja.
El centro de mando. En el Colegio, voluntarios y operarios de la Cruz Roja se movían sin cesar. Había que atender a los que se habían quedado sin casa, sin enseres, sin hogar. De hecho, el CEIP Nuestra Señora de la Asunción era el único lugar donde le gente se movía rápido.
Unos preparaban bocadillos y raciones; otros confortaban a los que llegaban en busca de ayuda. Mientras tanto, del centro de mando salían y entraban técnicos de empresas y administraciones, camino de una nueva reparación al límite, de última hora.
En la sala de mando, responsables de todas las instituciones planeaban cómo poner Letur de nuevo en marcha, planificaban las nuevas fases de los rescates, los primeros trabajos de inspección antes de reconstruir.
Desde la ventana del colegio, al pie del centro educativo, bajo la cuesta, un perrito se paseaba entre la barahúnda de los humanos, sin comprender qué pasaba o qué iba a ser de él. Su mirada, entre triste y atemorizada, era un resumen vivo de lo que ayer era Letur.