Estoy escribiéndote en el hospital, delante de ti, aunque tú no puedas verme. Los médicos nos han dado la peor noticia: te vas. Todavía no sé muy bien cómo encajar la noticia. Y la rapidez de los acontecimientos no me ha ayudado aún a ver claro que, minuto a minuto, te estás despidiendo de mí. Quizá, aunque me duela, debo pensar como un privilegio el haber vivido contigo, sentado a tu lado, los últimos momentos de tu consciencia, en los que trataste de defender tu pensamiento y tu opinión.
Porque siempre fuiste de frente, a pesar de las circunstancias. Como buen intelectual, tu fuerza de voluntad te guió siempre por el a veces amargo camino de defender a capa y espada tus convicciones. Sobre todo, cuando esas convicciones formaban parte de aquellas cosas que para ti eran más importantes. Esa fuerza fue la que te impulsó durante toda tu vida, incluso para volver a aprender a leer y a escribir cuando sufriste un primer ictus. Las personas como tú, luchadores, tenéis un perfil del que solo pueden presumir las personas verdaderamente valientes y admirables. Quienes camináis de frente tenéis la desgracia de encontrar muchos enemigos y muchos falsos amigos, pero también tenéis la suerte de encontrar a personas con tanto nivel de autenticidad como vosotros. Lealtad y fidelidad a todo aquello en lo que has creído. Ese ha sido tu lema. Una lealtad y una fidelidad que, tanto en ti como en el resto de personas, se notan en lo que se ve, pero también en lo que no se ve. Y de ello han dado buena prueba esos sepulcros blanqueados, que, desde la idiocia y la maldad que les son propias, prefirieron prejuzgarte antes que entenderte. En el esfuerzo desmedido de revestirse de lo que no son, se perdieron la oportunidad de conocerte más y mejor. Peor para ellos.
Ahora, que estás en el último trance de tu vida terrena, he pedido para ti la extremaunción, porque sé bien que eres un hombre creyente y que has querido estar en el seno de la Iglesia hasta el fin de tu vida. Es curioso, como casi todo en tu vida, que tu experiencia religiosa empezó por el final, por la pérdida de la fe adquirida en la niñez. El tiempo nos enseña a cuestionarnos todo para después darnos la solución. Y por eso tu fe volvió en aquella iglesia de Madrid gracias a tu profunda búsqueda intelectual, basada sin duda en una búsqueda interior. Tu camino de fe está en tu obra. En tu juventud, estudiaste el existencialismo ateo de Sartre en su obra 'El ser y la nada'; en tu madurez, te adentraste en Kierkegaard y su comprensión del existencialismo católico.
De ti hemos aprendido a aprender, a cuestionar, a buscar la verdad por entre sus costuras. Quienes hemos tenido la suerte de conocerte, hemos podido extraer de ti un sinfín de conocimientos, pero también de aprendizajes más interiores, más personales. Has sido, hasta tus últimos momentos, un árbol frutal lleno de una sabiduría completa. Y, sobre todo, hemos aprendido a vivir más, a vivir mejor, a vivir con una perspectiva mucho más amplia y aprovechando lo mejor de cada instante.
Junto a ti, la luz de tus ojos, tus 'bodas con el mundo', tu amada Loreto, que te acompaña desde hace ya veinticinco años y que no se ha movido de tu lado ni en este momento, en el que, cogida de tu mano, te mira con una gran tristeza, pero también con una gran admiración. Ella es la otra gran prueba de fidelidad que la vida te ha regalado, hasta el punto de acompañarte en tu primer encuentro con una muerte que finalmente no lo fue. Con ella has formado tu propia familia, tu propio hogar. Y juntos habéis logrado formar a vuestro alrededor una gran familia de personas que os queremos y para quienes sois un puntal muy importante en la alcancía de nuestros corazones. Loreto y tú habéis sabido transmitirnos ese calor de hogar con el que os mirabais día tras día.
Por mi parte, me quedo con el mayor tesoro que me has dejado, que es tu amistad, tu compromiso conmigo y el hecho de tratarme como al hijo que no tuviste. He procurado estar a la altura de las circunstancias, a pesar de que pueda haberme equivocado algunas veces. Y te pido perdón por ello. Han sido muchos los viajes, ya sea por la provincia de Toledo o a otros lugares de España, muchas las comidas y cenas, las tardes de trabajo, las conversaciones profundas, los consejos paternales… Y también, los momentos de mi debilidad en los que, junto a Loreto, habéis estado muy cerca. Vienen a mi mente dos en concreto, pero eso se queda para ti y para mí, como tantos otros recuerdos y confidencias.
Fernando Fernán-Gómez escribió que «la muerte es un no morirse nunca». Me resisto a hablar de ti en pasado, a darte por desaparecido, a pensarte en pretérito. Porque las personas como tú nunca os vais del todo. Vuestro recuerdo queda impregnado, además de en vuestras obras, en las personas que os hemos tratado más de cerca. Quizá no te lloren esos que se hacen llamar 'prohombres', pero sí te estamos llorando, además de quienes te hemos tenido más cerca (tu familia, la familia de Loreto, tus amigos Epifanio, Juan, José María, Pepe, Paco, Carlos, Ana, Miguel, Mauricio, Santi, Jesús, Pilar y tantos otros), las personas que te vivieron como tú eras, en la naturalidad de tu día a día: Fernando, Ángel, Tamara… Ese es un ejemplo más de tu legado: siendo un intelectual difícilmente superable, llegaste mucho más profundo a la gente sencilla. Quizá sea verdad eso de que la gente verdaderamente sabia es verdaderamente humana.
Sea como fuere, sé que te marchas. Ve a descansar en la paz de Aquel a quien tanto buscaste en el estudio. Tan solo me queda darte las gracias. Gracias por todo, sin más aditamentos. En el 'todo' tú sabes perfectamente cuánto cabe. Ese 'todo' es el legado que has depositado en mí y que cuidaré mientras viva. Y, sobre todo, es y será siempre nuestra última confidencia.
*Víctor Rafael Rivas Carreras, Magistrado (J) y Doctor en Filosofía, falleció el pasado veintiocho de marzo de dos mil veintitrés, el mismo día que el gran poeta Miguel Hernández. «Temprano levantó la muerte el vuelo/temprano madrugó la madrugada».