Con ocasión de la exposición temporal: Blancos, Pardos y Morenos…, parece oportuno introducirse en el Alma de las Indias.
Tres estirpes conforman el alma de las Indias: la estirpe india estaba arraigada en el suelo; la estirpe africana vino trasplantada de ultramar y terminó por arraigar también en la tierra del nuevo continente, en parte directamente, en parte a través de la india; la estirpe española de motu proprio, se instaló en aquellas tierras, a la par que se injertaba en la india y la africana arraigando en su nueva patria.
Los prototipos de la estirpe española fueron el conquistador y el fraile.
El primero en su grandeza épica, acometió una epopeya de gigantes, descubriendo y colocando bajo la protección de España aquellos inmensos territorios en un tiempo extraordinariamente corto.
El segundo como conquistador de lo divino, impregnó aquella magna empresa de un espíritu religioso, el cual se mantuvo largo tiempo en su prístina fuerza gracias al misionero.
En este contexto, resulta obvio que la conquista de América, por el heroísmo que la acompañó y la rapidez de su realización, fue algo sobrehumano, que rebasó a las fuerzas naturales y resulta difícil de explicar sin la intervención de la Divina Providencia. Por esa razón el filósofo Bertrand Russel afirma: «en los españoles influyó un elemento místico de otra índole para dar ímpetu a una rápida conquista. No solo se creían los dueños y los apóstoles del Nuevo Mundo, sino que estaban persuadidos de que la mano de Dios les guiaba en aquella fabulosa aventura…»
En este entorno, España asumió su responsabilidad y puso en marcha un tejido legislativo en defensa de los naturales que generó unas instituciones impregnadas por el humanismo cristiano.
Este compendio de acciones y realizaciones llevó al historiador y defensor de los indios, el estadounidense Charle F. Lummi, a afirmar:
«La razón de que no hayamos hecho justicia a los exploradores españoles es sencillamente que hemos sido mal informados. Su historia no tiene paralelo…».
«No solo fueron los españoles los primeros conquistadores del Nuevo Mundo, sino también los primeros en llevar a aquellas tierras la civilización occidental. Ellos construyeron las primeras ciudades, las primeras iglesias, escuelas y universidades; montaron las primeras imprentas y publicaron los primeros libros, escribieron los primeros diccionarios y manuales de historia y geografía y trajeron los primeros misioneros…».
Esta gesta en la actualidad es refutada por una marea iconoclasta con la pretensión de borrar el legado cultural de España en América. Los que así actúan lo hacen presos de una perversa alianza de ignorancia y dolor. Esta posición les impide reconocer que España dejó en América lo mejor que tenía: su lengua, sus leyes, su cultura y su fe.