Un viernes 1 de febrero abría sus puertas a la población la Residencia Sanitaria de Talavera, germen del actual Hospital General Universitario 'Nuestra Señora del Prado'. Corría el año 1974 y tras este hito había muchos preparativos internos con el fin de que todo estuviera listo para empezar a funcionar como centro de referencia en Talavera y su amplia comarca natural.
La entonces Residencia se situaba ya en el emplazamiento actual del hospital pero en estos 50 años que se han cumplido y que se conmemorarán a lo largo de estos meses ha habido muchos cambios, tanto estructurales como en la oferta asistencial y la plantilla de profesionales. Comenzó sumando alrededor de 400 empleados, según han apuntado algunos de los que estrenaron este centro del área sanitaria de Talavera, que, tal y como se precisó en el acto inaugural de este 50 aniversario, cuenta en la actualidad con un total de 2.061 trabajadores.
Entre quienes se ocuparon de preparar las instalaciones para su puesta en marcha en 1974 está Pablo Agüero, que recuerda a La Tribuna que cuando se presentó al examen para optar a su plaza de celador había superado ya una primera prueba para ser policía secreta. Se decidió por el Hospital, donde ha ejercido su labor desde noviembre de 1973 hasta su jubilación, siendo los últimos años jefe de personal subalterno, con 138 personas a su cargo.
Los primeros en llegar - Foto: Cedidas por Francisco RecioEntraron entonces 36 celadores que se dedicaron hasta febrero de colocar el mobiliario para arrancar ya en febrero la actividad. Su labor fue, ante todo, controlar la puerta principal, con lo que era una de las primeras personas que entraba en contacto con pacientes y familiares a su llegada a la Residencia. Esto, como recuerda, le ha supuesto momentos buenos y otros no tanto, aunque se queda con los primeros tras todos sus años en activo.
También allanó el terreno al resto de compañeros Elisa Martín Barquillo, al llegar allí también en noviembre de 1973 para 'activar la maquinaria'. Llegó desde una Gestoría, lo cual la facilitó en cierta medida el desempeño de esta nueva labor en la residencia junto a otras 4 administrativas.
El ahora hospital se abrió entonces «con muy pocas enfermeras porque no había», si bien «luego se abrió la Escuela de Enfermería allí» El personal que más abundaba en los inicios eran auxiliares, celadores y administrativos, recuerda esta veterana, también ya jubilada desde 2017.
El primero ingreso lo registró Julita Martínez, quien recuerda que fue exactamente ese 1 de febrero de 1974 y fue a un paciente que tenía que ser intervenido quirúrgicamente. También recuerda aún que la primera niña nacida en la residencia talaverana fue precisamente de una embarazada de la provincia de Ávila, que a causa de la nieve no pudo llegar hasta su hospital de referencia.
Son algunas de las anécdotas que ha vivido a lo largo de sus 47 años de actividad en este centro, al que llegó con 18 años el 17 de enero de 1974. Entonces se les dieron unas pautas para comenzar a funcionar, pero entre los propios compañeros organizaron el trabajo. Como otras 16 personas, Martínez accedió a su puesto en el proceso de selección para cubrir las 22 plazas de lo que entonces se denominaban auxiliares de asistencia, que debían saber mecanografía. «Nos examinamos más de 50 personas en el hall de entrada, allí pusieron unas mesas», recuerda esta administrativa jubilada en 2021, una de las 17 que aprobaron el examen, dejando entonces 5 sin cubrir.
En aquellos momentos, explica, «había mucha gente que no quería trabajar en los hospitales, incluso no se encontraba personal para la limpieza, porque en esos momentos la mayoría de las mujeres se casaba y se quedaba en casa», indica.
A lo largo de estas cinco décadas ha sido notable la evolución tecnológica, pasando de la máquina de escribir manual a la eléctrica y después al ordenador, teniendo que actualizarse el personal con cursos de Informática, como recuerdan estos trabajadores, entre ellos Prado Garvín Villarroel, que comenzó a trabajar allí como administrativa el 19 de enero de 1974 en Tocoginecología.
«Todo era desconocido, estábamos expectantes para ver qué es lo que nos iban mandando, hacíamos funciones administrativas pero también cosas que después no volvimos a manejar, como era la petición de analíticas y una serie de cosas que fueron luego de Enfermería», explica.
Cuando se jubiló, en febrero de 2018, ya era testigo de los numerosos avances que ha habido en este hospital, que ha experimentado «un cambio tremendo» y dispone de «muchas más especialidades y un montón de cosas». «Se han ido desglosando los servicios que antes aglutinaba admisión en atención al paciente, ya es un servicio independiente, igual que citaciones», entre otros muchos.
Una de las cinco personas que ocuparon estas plazas vacantes de administrativas es Isabel Fernández Reviejo, que comenzó a trabajar en la entonces Residencia en junio de ese mismo año tras aprobar el nuevo examen que se hizo a tal efecto. Comenzó en el turno de tarde en el servicio de Admisión, donde «todo era todo nuevo para nosotras». Fernández explica que la labor allí consistía en la recepción de los pacientes para su ingreso, que se hacía «con máquina de escribir, manual» como también se hacían a mano las fichas para el control de los enfermos y las planillas que se pasaban a cocina «para que se confeccionasen los menús».
También se ocupaban de preparar las tarjetas de visita que se extendían a los familiares de los pacientes ingresados, dos por hospitalizado, y de la facturación de los seguros privados, de los accidentes de trabajo entre otros muchos cometidos.
Fernández Reviejo, como otros de sus compañeros de la «familia» del hospital, destaca el «impacto» que suponía, sobre todo en aquellos primeros momentos, recibir a los familiares de los pacientes ingresados. «Se veían muchas alegrías cuando eran partos, pero también muchas tristezas cuando había accidentes», rememora, y tiene un recuerdo especial hacia Piedad Moya, una compañera fallecida en accidente de tráfico cuando se dirigía a su trabajo.
Entre las vivencias están también las dos inundaciones que sufrió la residencia. «Nos poníamos las katiuscas y recogíamos del sótano los archivos», explica Martínez, mientras Agüero señala que el cambio de turno lo hacían con la ayuda de la Guardia Civil, que trasladaba en sus todoterrenos a los trabajadores del interior al exterior y viceversa.
Esto no quita que todos coincidan en que su paso por el hospital ha supuesto toda una satisfacción porque había «compañerismo a tope». «Todos nos conocíamos, celebrábamos cuando había una cosa buena que celebrar, un parto, una boda, y todos nos uníamos en las penas, cuando había alguna enfermedad, éramos una familia, y así seguimos los veteranos», confirma Fernández Reviejo, ya jubilada.