El castillo de San Servando se convirtió en 1983, convenientemente transformado en la residencia del emperador Ottón el Grande en Merseburgo (Alemania), en el origen de una de las grandes sagas del cine de terror español. Allí nació la maldición de Waldemar Daninsky, el licántropo interpretado por el actor Paul Naschy, el «Lon Chaney español», el hombre lobo más importante que jamás ha dado nuestro cine.
Esta película es La bestia y la espada mágica. No era la primera vez que Daninsky asustaba a los espectadores -había aparecido ya en nueve largometrajes anteriores-, pero nunca hasta entonces se había realizado un flashback lo suficientemente amplio como para remontar su historia hasta los oscuros orígenes del personaje. Gracias a la primera parte de la película los espectadores pudieron conocer al noble medieval Irineus Daninsky, llamado por el emperador Ottón a combatir a Vulko, un temido caudillo magiar.
«Señor, os lo he dicho muchas veces -explica a Ottón uno de sus consejeros, el obispo Liutprando de Cremona (interpretado por el carismático actor catalán José Vivó)-, los burgundios son charlatanes y timoratos; los bizantinos son cobardes cuando están sobrios y valientes cuando están ebrios; lo mismo puede decirse de los alemanes; los romanos son viles y fanfarrones, pero los húngaros son diablos, vampiros insaciables que buscan a su víctimas para arrebatarles la sangre y el alma».
Tras la muerte de Vulko en combate singular -duelo que fue filmado no en el interior de San Servando, sino entre los muros del castillo de Chinchón-, su concubina, una bruja llamada Amese (Sara Mora), maldice al caballero y a todos sus descendientes:
«Que la eterna maldición del señor de la noche caiga sobre la estirpe de los Daninsky. Que jamás los espíritus de los que llevan su sangre encuentren la paz (...) Todo hijo varón que nazca en séptimo lugar y durante la primera noche de plenilunio se transformará en una bestia carnicera que extenderá la muerte por doquier. Los Daninsky seréis una estirpe de asesinos, odiados y perseguidos para siempre».
Mucho después, en 1580, un descendiente de Irineus llega a Toledo en busca de remedio para la maldición que desde hace generaciones atormenta a su familia. El judío Salom Yehudá -encarnado por el prolífico actor Conrado San Martín (1921-2019), recientemente fallecido- le acoge en su casa mientras intenta hallar una cura. Desgraciadamente, el vulgo, apostado a los pies de la Catedral, murmura y advierte cómo «en noches de luna llena, se escuchan unos aullidos espantosos que salen de los sótanos de la casa del judío. Todo el mundo tiene miedo. Ya nadie se acerca por allí. Son los diablos, que gritan».
En mitad de este enrarecido clima se produce la condena del bondadoso judío por parte del inquisidor Alonso de Salazar -quien existió realmente (aunque un siglo después de la expulsión de los judíos), siendo responsable del conocido proceso contra las brujas de Zugarramurdi - y el asesinato de Yehudá, sin juicio previo, por parte de algunos cabecillas. La conspiración se urde en escenarios toledanos como el cobertizo de Santa Clara o la plaza de Santo Domingo el Real, cuyo convento se encontraba desprovisto aún de la reja que cierra su atrio.
Tras la muerte del anciano, Waldemar Daninsky no tiene más remedio que emprender viaje camino de Japón, la antigua Zipango, en busca de otro sabio capaz de librarle de su maldición. Allí encuentra a Kian (el actor Sigheru Amachi, muy popular en la televisión japonesa) y sufre las malas artes de la hechicera Satomi (Junko Asahina), dejando mientras tanto un reguero de sangre debido a su nefasta naturaleza. Samuráis, ninjas, espectros, una katana de plata e incluso un combate del hombre lobo contra un tigre son el complemento nipón a la parte toledana de la película.
Segunda coproducción cinematográfica entre España y Japón -la primera fue El carnaval de las bestias (1980), también dirigida por Paul Naschy, quien llegaría a trabajar puntualmente para la televisión de aquel país-, La bestia y la espada mágica ofrece un especial sincretismo de obsesiones personales: el género de espada y brujería, la Inquisición y fundamentalmente el terror japonés, que el cineasta español representó con especial entusiasmo. Considerada por su director, guionista e intérprete una de sus películas más queridas -prueba del interés que posee para los aficionados a su cine es su reciente adaptación al cómic por parte de Javier Trujillo (Dolmen, 2008)-, supone al mismo tiempo una de las producciones más particulares de cuantas han sido filmadas en Toledo.
La bestia y la espada mágica fue estrenada en el Cine Gran Vía de Madrid el 24 de noviembre de 1983, tras una buena acogida en Japón (donde Naschy atribuyó aplausos y felicitaciones al propio Akira Kurosawa, quien -siempre según el testimonio del cineasta español- habría llegado a obsequiarle un casco de samurái). Un aspecto poco destacado de esta película son las excelentes voces del equipo de doblaje, con Simón Ramírez, Antolín García y Héctor Cantolla a la cabeza.