Cuando Estados Unidos intervino en la guerra ruso-afgana, en la década de los 80, apoyando a la insurgencia local e, incluso, ayudándola en su formación militar, nada le hacía prever que sus pupilos acabarían convirtiéndose en su mayor enemigo.
Entre el grupo de muyahidines que combatía contra el Ejército de la URSS se encontraba un joven Osama bin Laden, que fue adiestrado por la CIA al coincidir en su tendencia anticomunista. Pero, apenas unos años después, y tras la expulsión soviética de Afganistán, el saudita inició una cruzada contra EEUU, al considerarlo un país antirreligioso, prosionista y erosionador del modo de vida islámico.
La guerra contra los invasores de Moscú se basaba en el rechazo al comunismo ateo. Los talibanes afganos pretendían implantar la sharia (ley islámica) como norma bajo la que regirse. Por eso, la ayuda de Washington para acabar con el control de la URSS fue un mero apoyo, pero nunca una coalición.
Una vez liberado de los soviéticos, Bin Laden comenzó su particular batalla, que consistía, principalmente, en combatir las injusticias perpetradas por EEUU y otros países occidentales contra el mundo árabe, acabar con el Estado de Israel y conseguir que las tropas norteamericanas abandonaran Oriente Próximo e Irak. Con ese ideario, fundó Al Qaeda.
Tras años de entrenamientos en campos de diferentes países y atentados en naciones islamistas contra objetivos occidentales (uno de los más impactantes fue el ataque contra las embajadas de estadounidenses en Kenia y Tanzania, en 1998, que acabó con más de 250 muertos y sirvió de advertencia de lo que estaba por venir), el 11 de septiembre de 2001 dio su gran golpe de efecto, acabando con uno de los grandes símbolos de Estados Unidos, las Torres Gemelas de Nueva York y causando más de 3.000 muertos, que también puso en entredicho la seguridad de la primera potencia mundial y dio a la red un poder devastador.
Siempre bajo la excusa de la Yihad, entendida por Al Qaeda como el esfuerzo del camino hacia Alá en el que deben caer todos los herejes, y con la guerra santa declarada para defender y propagar el Islam, con la fuerza si es necesario, Bin Laden justificaba la muerte de civiles, mujeres y niños en defensa de la creación de ese Estado islámico que pretendía.
Sus grandes enemigos eran EEUU, Israel y los musulmanes chiítas, detractores de Sadam Husein, fiel aliado de Bin Laden en la formación de la red. De ahí que la organización también atentase en Madrid (2004) y Londres (2005), como respuesta a la operación militar desplegada por Estados Unidos, España y el Reino Unido en Irak en 2003 para acabar con el régimen de Bagdad.
Durante años, permaneció escondido en Pakistán, hasta que, precisamente, su acérrimo enemigo, acabó con su vida en 2011.