Sí, me equivoqué, y mi única reparación posible es reconocerlo abiertamente. Aseguré el martes, en el programa matutino de la radio con Carlos Herrera, que la proposición de ley de amnistía sería votada favorablemente esa misma tarde, con los votos afirmativos del 'puigdemoníaco' Junts.
No dejé resquicio a la duda: fuentes diversas me habían asegurado que la cosa estaba hecha, que el acuerdo entre la formación del fugado de Waterloo y el Gobierno central estaba ultimado y que Junts se daba por satisfecha con la última versión de la proposición de ley, 'a falta de algún retoque menor'. Les creí, porque me parecía que bastantes concesiones se habían hecho ya, más que bordeando la Constitución y el sentido común del Código Penal, para satisfacer a los independentistas.
Me equivoqué, y no es excusa decir que prácticamente todos en la Cámara Baja, incluyendo buena parte del Gobierno, para no mencionar ya el ridículo en el que cayó Oriol Junqueras, que había acudido a la Carrera de San Jerónimo a celebrar el éxito de 'su' ley, se equivocaron conmigo.
¿Cuántos sabían lo de la última (por ahora) bofetada de Junts a Pedro Sánchez? ¿Lo sabía Sánchez? Probablemente, porque ni se acercó al debate previo a la votación de una ley de amnistía que todos sabíamos desde hace tiempo, eso sí, que le iba a dar muchos quebraderos de cabeza. Quien obviamente no lo sabía era la otra formación independentista catalana, Esquerra Republicana, cuyo líder espiritual acudió al Congreso para sacar pecho por el triunfo de una ley que él también había pactado con el Gobierno central; no se molestó Junqueras en esconder su cabreo inmenso tras el resultado de la votación, en la que Junts traicionó al Gobierno y a la propia ERC. Y si he comenzado confesando mi yerro no ha sido por un afán personalista, sino para enfatizar que, de los 350 diputados, solo los de Junts encabezados por la altanera Miriam Nogueras, y seguramente los negociadores gubernamentales directos, sabían lo que iba a ocurrir en la tarde parlamentaria de este martes.
Ya no me atrevo a pronosticar el 'y ahora qué' tras lo ocurrido este pasado martes en el Congreso de los Diputados. La política española está inmersa de lleno en lo peor que le podría ocurrir: una total imprevisibilidad. Sánchez, el negociador en las tinieblas, se ha encontrado con alguien peor que él, Carles Puigdemont, porque a este último le gusta tanto como al primero bailar en la cuerda floja, desafiar al destino. Pero, encima, persigue lo contrario que el presidente del Gobierno español: lo que Puigdemont busca es la destrucción del Estado y la estabilidad gubernamental no solo no es que le importe un rayo, es que él trata más bien de debilitarla en lo posible. Es un negociador con menor credibilidad (aún) que su interlocutor, y va siendo hora de que Sánchez deje de pregonar eso de que se reunirá con Puigdemont cuantas veces sea conveniente. ¿O es que no se da cuenta de lo que eso le perjudica?.
Un análisis riguroso y convencional nos llevaría a la conclusión de que el propio Gobierno central debería entender que, con estos mimbres, se ha embarcado en una Legislatura imposible, y que debe variar cuanto antes el rumbo del barco. Pero, claro, eso implicaría aplicar rigor y racionalidad al análisis en cuestión, cuando de ambas cosas anda huérfana nuestra política. De mantenerlo, el error de Sánchez podría ser inconmensurable, histórico, como histórica sería la equivocación de no acordar de una vez con el PP (que compartiría esta equivocación) un acercamiento al menos en lo referente a la renovación del Gobierno de los jueves, tan vergonzosamente sometida este miércoles a la mediación europea, dejando al desnudo la incapacidad de nuestras fuerzas políticas para arreglar sus (o sea, nuestros) propios asuntos.
Hay, así, equivocaciones de mucho peores consecuencias, desde luego, que la mía en la radio de Herrera; un nuevo desliz del Gobierno central, que es el gobierno del Reino de España, quizá de la cuarta potencia europea, tendría consecuencias catastróficas para la moral nacional, para las relaciones del conjunto de Cataluña con el resto de España, para la estabilidad constitucional y, desde luego, para la estabilidad del propio Ejecutivo que Sánchez preside. Mucho habrá de tentarse la ropa en las próximas semanas Pedro Sánchez para convencer al país de que sigue en la senda constitucional y, lo que es más importante, en el camino de la razón y del sentido común. Seguir atado a la dialéctica parlamentaria de la señora Nogueras, es decir, de Puigdemont, va justo en la dirección contraria: hacia el fracaso, la melancolía y, por fin, la locura. Lo que nos faltaba.