Lo que está pasando en el Parlamento español con las negociaciones, la no aprobación y la vuelta a las cesiones para amnistiar a los delincuentes independentistas contiene algunos de los peores elementos del mal teatro. Pero más que un sainete, que a veces lo parece, o de un esperpento valleinclanesco, que lo es, lo que hay es o una farsa o un drama. O las dos cosas.
Ver lo que está sucediendo, cómo los dos autores intelectuales de la trama y protagonistas estelares de la obra, Sánchez y Puigdemont, acuerdan el camino, se hacen trampas, se aman y se pelean y hasta cambian el guion por sorpresa cuando la función ya ha comenzado, recuerda a una obra de teatro que todavía sigue en las carteleras españolas, "La función que sale mal". Lo nuestro, la política de estos tiempos es un espectáculo donde de lo que se trata es de que los autores e intérpretes salven su negocio, el negocio de uno y el poder del otro para cuatro años, y puedan engañar a los espectadores, a todos los espectadores durante todo el tiempo posible.
Según las críticas, esta pieza de tres autores ingleses es "una obra maestra del desastre, una mezcla entre Monty Python y Sherlock Holmes" -la nuestra no da más de una mezcla de lo peor de Pajares y Esteso- en la que "todo lo que puede salir mal, sale mal". "Los actores luchan contra las adversidades a lo largo de toda la representación con unas consecuencias tan divertidas -en la obra, sólo en la obra-, como irreparables" y esto último sí se puede aplicar a la abochornante situación política española.
Ya en serio, parece claro que cada uno de los dos autores y protagonistas de esta historia saben lo que quieren y están dispuestos a lo que sea para lograr sus objetivos. Pero, sin duda, lo que quiere Sánchez y lo que está dispuesto a ceder, que es casi todo, y lo que exige Puigdemont y no está dispuesto a permitir, que también es casi todo, no pueden coincidir salvo que se decida la destrucción del Estado de Derecho y de la democracia.
El primero está dispuesto a huir hacia adelante y llegar hasta el borde y, si hace falta, traspasarlo un poco. El segundo quiere pura y llanamente la humillación del sistema y la entrega total del enemigo. Los dos están a favor de legitimar la corrupción más peligrosa del sistema: la que legitima la desigualdad de los españoles ante la ley; la que olvida los delitos cometidos por algunos, incluidos los de terrorismo o atentado contra la autoridad; la que borra las sentencias judiciales; la que estigmatiza a los servidores del Estado; la que acaba con la independencia de poderes y con los contrapesos institucionales; la que señala y somete a los jueces y les desprotege sin defensa alguna; la que deteriora el papel del Parlamento y lo convierte en un mero órgano de ratificación de las decisiones tomadas fuera de él y ejecutadas con precipitación y sin debate; y, finalmente, la que pone en riesgo la convivencia ciudadana.
Lo que está en juego en esta lamentable farsa, en esta función en la que todo lo que sale mal, puede salir peor, son las reglas de juego de nuestra democracia, de nuestra convivencia. Este Gobierno está dispuesto a salirse de las autopistas legales para tomar atajos y saltarse todas las líneas que impiden el adelantamiento. Pero lo hace porque no hay sanción ciudadana pese a que es un engaño a los espectadores. Pero funciona porque la gente mira para otro lado y, como mucho, espera que el gendarme europeo pare los pies a quienes han montado un tinglado ficticio en el que todo vale si sirve a sus intereses. "La función que sale mal", la original, comienza cuando un grupo de teatro universitario pone en pie una obra de misterio donde investigarán un crimen. La nuestra, la de Sánchez y Puigdemont, no investiga un crimen, lo comete. El espectáculo continúa.