Al movimiento comunero se le define bajo una amplia variedad de sinónimos connotativos: levantamiento, revolución, revuelta, sedición, sublevación… algo que suscita numerosas discusiones semánticas en el transcurso del tiempo. No motivan controversias tales argumentaciones a la hora de destacar ni su origen, ni su naturaleza ni el objetivo pretendido por aquel levantamiento. Un movimiento urbano iniciado en las ciudades castellanas de más intensa vida, Toledo, Segovia y Burgos bajo una triple connotación: es una revuelta antiseñorial, es un movimiento antifiscal con reminiscencias medievales y es una insurrección del pueblo contra un rey extranjero. Toledo y Ávila, por destacar algunos de los focos más enardecidos constituyen la cabecera del movimiento desde un primer momento. Burgos o Sevilla, por el contrario, adopta actitudes muy distintas en la deriva revolucionaria que toma la Santa Junta. Una dualidad que queda visible en la adscripción. Los caballeros y los grandes señores feudales defienden el bando imperial, mientras comerciantes, artesanos, campesinos o pastores son más proclives a la Comunidad. Dicotomía antagónica presente también entre los eclesiásticos.
A partir de enero 1521 acontecen varios acontecimientos relevantes: fallece el arzobispo Guillermo de Cröy, son expulsados varios canónigos de la ciudad, llega el obispo Acuña a tierras del arzobispado toledano y es nombrado capitán general, y tiene lugar la batalla del Romeral. El bando imperial cuenta con Antonio de Zúñiga, prior de la Orden de San Juan, un realista de pro que mantiene su base de operaciones en la villa de Alcázar de San Juan. Cuenta con unos 4.000 infantes y 400 lanzas. Su propósito es que la milicia popular no se haga fuerte en la Mancha. El movimiento comunero encuentra eco en las áreas rurales. Surge por la explotación que sufre el pueblo por parte de los dueños de los señoríos y dominios. Zúñiga se ofrece en una carta para contener a la Comunidad en todo el reino de Toledo, a la vez que envía emisarios hasta Cartagena para que, los soldados de la armada de Hugo de Moncada que fueron a Gelves, combatan en sus filas. Viene con ellos un capitán llamado Francisco de Rebolledo, personaje de nefasto recuerdo en el asalto de la iglesia de Mora. Dispone de fondos para pagarlos, 22.000 ducados, más otra cantidad remitida por el regente desde Burgos y Tordesillas. Así que da su soldada a la tropa y mantiene vivas las lealtades. El bando comunero cuenta con más de 6.000 soldados, son milicias populares formadas por ballesteros, piqueros y lanceros, muchos de ellos con poca práctica para la guerra y escasa experiencia para manejar la pólvora.
El prior Zúñiga manda a sus tropas acudir a Tembleque un 16 de enero de 1521. Allí están los capitanes Pacheco y Aguirre con 600 soldados diestros en el arte de la guerra. Según el cronista Santa Cruz, ciertos caballeros huidos de Ocaña indican al prior, ya en el mes de febrero, que podría apoderarse de la villa una noche con la ayuda de gente adicta al rey. Es un asalto fallido, ya que, desde Toledo, sabedores del ataque, acuden más de 600 comuneros. Los hombres del prior salen de naja y van a alojarse en la Guardia, donde tampoco son bien recibidos. Los vecinos, para evitar ser desvalijados, entregan sus armas: 400 arcabuces, 300 coseletes, un centenar de picas y 120 ballestas y juran fidelidad al rey.
Tres coincidencias históricas en las Comunidades de CastillaAcuña está en Alcalá y acude a Ocaña con celeridad. Dos líderes comuneros, Juan y Francisco Osorio, le reciben con un buen grupo de combatientes. Después de descansar la tropa que le acompaña, toma la iniciativa de entrar en combate y sale en busca del ejército imperial, que está a medio camino entre Tembleque y Romeral. El choque se produce el día 12 de marzo de 1521, en un paraje denominado de las Atalayuelas, cerca al pueblo del Romeral. Los testimonios que aportan los cronistas no explicitan cuál de los dos contendientes es el victorioso de tal refriega. El cronista Gonzalo de Ayora dice que fue el obispo, mientras el regente Adriano de Utrecht escribe al emperador asignado la victoria al prior.
En Mora, entretanto, al igual que ocurre en otras localidades bajo dominio santiaguistas, no existe una confrontación extrema entre realistas y comuneros. La oligarquía y los pecheros mantienen una lucha soterrada de intereses económicos y un solapado enfrentamiento social. En el plano defensivo, los vecinos comuneros no cuentan con instrumentos bélicos para hacer frente a una cuadrilla de imperiales bien armada ni están preparados para una resistencia numantina. Parece ser que su primera reacción, al verse asediados por los realistas, es tirar algunas saetas y ciertos escopetazos. El cronista Juan Maldonado asegura que los vecinos están bien provistos. Cabe preguntarse de qué. Es raro, sin embargo, que estuviera bien equipado de picas, espadas u otras armas; bien resueltos, sí. Casi seguro es que tal coraje no les dejó ver lo que tenían enfrente. Para hacerse más fuertes, los morachos cierran las calles con parapetos. Parece que cuentan con cierta cantidad de pólvora escondida en el coro de la iglesia. Es una conjetura poco probable y en ese conjugar causalidades es igual de apriorístico pensar que los barriletes los tenían los imperiales. Una pólvora que utilizan para recargar sus polvorines de cuerno.
A la hora de hallar elementos que posibiliten la interpretación de lo que deparó tan trágica jornada es importante añadir que la localidad contó con un componente defensivo de no mucha efectividad. El caserío estuvo resguardado por un muro de tapial, lienzos, sin excesiva altura, que son reforzados en el mes de marzo. Un testimonio, sacado del Archivo de Simancas, cuenta lo que pasó en Mora aquel día 23 de abril de 1521 con estas palabras: «En veynte y tres días del mes de abril de quinientos y veynte y uno, teniendo los vecinos de la villa de Mora, o la mayor parte, sus hijos, mujeres y haciendas en la iglesia de la dicha villa e muchos ganados recojidos por temor a que se los robasen e llevasen, vinieron a ella los capitanes don Álvaro de Zúñiga, sobrino del prior de San Juan, e don Diego de Carvajal, e Diego Enríquez Coronel, e don Hernando de Rebolledo, capitán de los soldados viejos e otros capitanes que hicieron de la gente que hizo en los lugares del priorato e con mucha gente entraron por fuerça en la dicha villa e pusieron fuego a la dicha iglesia, donde se quemó mucha gente, vecinos de la dicha y otros forasteros que no se conocían, e saquearon e robaron la dicha iglesia y villa e quemaron algunas casas…».
El comendador de Mora, Diego López Dávalos sugirió al prior de San Juan que hostigarse a los morachos. Tenían conocimiento de la existencia de un núcleo poco adicto al rey. Antonio de Zúñiga, resentido por el robo de unas reses que custodiaba uno de sus rabadanes, envía una partida a escarmentarles. Al frente de ella pone al capitán Diego de Rebolledo. Su misión de reconocer el terreno y calibrar la actitud de los pueblerinos. Hecha la exploración, el prior opta por enviar una tropa más numerosa para forzar la rendición del pueblo. Manda a Diego de Carvajal, Diego Enríquez Coronel y Hernando de Rebolledo. La gente que compone tal cuadrilla no es inexperta; están curtidos y vienen bien aparejados, con ballesteros, piqueros y armas de fuego.
No atacan de inmediato; así lo cuenta el cronista Sandoval, incluso añade que permiten establecer una tregua. Un intervalo aprovechado por los sitiados para enviar una solicitud de ayuda al obispo Acuña, cuya mesnada se halla cerca de Ocaña, o entre Yepes y Huerta de Valdecarábanos. Acuña no acude. Maldonado comenta como «algunas compañías de Zúñiga intentaron apoderarse de la villa por un asalto repentino y saquearla ante de que Acuña o alguno de sus capitanes pudiera socorrerla». Extraigamos de tales palabras un vocablo alarmante: «saqueo». Aquel temido expurgo de las casas, que puede ocurrir si entran los imperiales, pone los pelos de punta y levanta un gran temor entre quienes están intramuros. Sobre la tropa que abordó a los morachos hay puntos de vista diferentes. El cronista real fray Prudencio de Sandoval escribe que llega un contingente de más de medio millar de soldados a las tapias de Mora. Son recibidos de forma afrentosa, llamándoles traidores, aparte de lanzarles otras injurias y blasfemias. Ginés de Sepúlveda, otro cronista, se suma a este argumento y como es proimperial hace culpables de la fatalidad a los de Mora.
En el resto de la cronística, que es donde se cuenta lo sucedido con mayor amplitud, hay coincidencia en que los refugiados obstaculizan la entrada en la población. Hacen lo mismo en la iglesia colocando diversos materiales. Parece que tenían un barril de pólvora y dos falconetes. Con uno, alguien dispara un tiro y matan a un soldado del prior. La réplica del bando contrario es rabiosa. Deciden colocar varios manojos de sarmientos a la puerta del recinto religioso, gavillas que arden con una fuerza violenta al estar seca. El fuego se extiende con rapidez y la bóveda pronto pasa a ser una tea. Cae consumida sobre el pavimento y aplasta a casi la mayoría de los acogidos en el reducto sacro.
En el acta de acusación contra Acuña se achaca a la gente del prior de protagonizar tal tragedia con estas palabras: «syendo requeridos por el dicho prior de San Juan y por el exército real, no lo quisieron hazer y retruxiéronse a la yglesia de la dicha villa, siguiendo la opinión y mandado del dicho obispo, y, desde la yglesia de la dicha villa, comenzaron a pelear y tirar tiros de pólvora y, ansy peleando, se encendió fuego en la dicha yglesia y se quemó la yglesia y más de dos mil personas, hombres y mugeres y niños que en ella estaban...».
Es significativo cómo los soldados imperiales asaltan un espacio sacralizado, donde se debía guardar una paz física y espiritual por albergar la representación simbólica de Cristo. Dentro de él hay mujeres, niños y ancianos que mueren trágicamente. No hay misericordia contra nadie. Concluido el asalto, los hombres del prior buscan los objetos valiosos del templo y saquean a los vecinos, incluso los toman como botín de guerra. Con violencia muchos hombres y mujeres son llevados prisioneros y otros son desterrados. Hesitación, zozobra y desaliento sufren las familias al ser apartados de alguno de sus miembros. Separados permanecen entre los meses de abril a octubre de 1521. Concluido el movimiento revolucionario son liberados y pueden regresar a sus hogares gracias a una amnistía denominada «Perdón de Todos los Santos». Lo cierto y verdad que todavía subsisten bastantes jirones y frunces que deben coserse. Queda en el aire saber cuánta gente muere el 23 de abril de 1521 en Mora. Tragedia que no puede quedar en el olvido en la conmemoración de los 500 años de la revolución de las Comunidades de Castilla.
* Numerario de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo.