Editorial

Una imagen que España no puede permitirse

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Se atribuye al entrenador italiano Arrigo Sacchi la mítica frase de que «el fútbol es lo más importante entre las cosas menos importantes». Y en una actualidad plena de conflictos bélicos, dramas humanitarios que viajan y naufragan en cayucos o acusaciones políticas que suben el tono mientras se alejan del sentir ciudadano, el fútbol sigue apareciendo como una vía de escape perfecta. Incluso para muchos es una forma de vida. Pero también, y ahí están las cifras, es un rentable negocio y un escaparate global de primer orden. El fútbol español, de hecho, forma parte también de esa Marca España que goza de tanto prestigio internacional. Los ojos del mundo miran a la España futbolística, sobre todo después de los triunfos de la selección. Y lo hacen también a una Liga en la que compiten algunos de los equipos con más seguidores a nivel mundial, como el Real Madrid o el Barcelona. Por eso se antojan inadmisibles las imágenes que dejó uno de los partidos con más solera del torneo nacional, el derbi entre los dos conjuntos más importantes de Madrid. Unas imágenes que devuelven el fútbol a los oscuros tiempos de los 80 y 90, cuando los ultras campaban a sus anchas por los estadios, utilizando el deporte para lanzar sus proclamas extremistas y desatar su rabia irracional. Si ya el hecho de que un partido de esa trascendencia tenga que detenerse por el lanzamiento de objetos al rival es absolutamente intolerable y daña la imagen de un país que organizará el Mundial en 2030, no lo es menos la negociación, por llamarla de alguna manera, de los jugadores con unos hinchas parapetados bajo pasamontañas para hacer imposible su reconocimiento. De nuevo los ultras convertidos en negociadores válidos, como cuando imponían su violenta ley a los clubes.

Costó sudor, lágrimas y casi sangre que Real Madrid y Barcelona, los buques insignias de nuestro fútbol, alejasen de sus estadios a sus seguidores más radicales, que solo eran una fuente de problemas, violencia y odio. Su estrategia de tolerancia cero fue un éxito, y un ejemplo a seguir que, sin embargo, el Atlético de Madrid nunca ha querido adoptar porque ha preferido seguir amparando, utilizando y reivindicando a quienes solo utilizan el fútbol para vomitar su odio. Aunque los ultras colchoneros cargan con sucesos muchísimo más graves a sus espaldas, quizá el derbi del pasado domingo deba convertirse de una vez por todas en el punto de inflexión para lograr definitivamente que los radicales, de un lado y del otro, sean expulsados de todos los estadios. La pasión y el amor a unos colores no pueden justificar nunca actitudes violentas que no solo manchan la imagen de un club, sino de todo un país. No hay ambiente, por mucho que la afición sea el jugador número doce de cualquier equipo, que compense un ridículo mundial y una amenaza a la convivencia.