El jersey de punto de Marcelino Camacho, que le tejía su mujer Josefina, era, y es, todo un símbolo de lo que fue aquel sindicalismo de sacrificio, cárcel y combate por los derechos de los trabajadores y la propia existencia de organizaciones a las que poderse afiliar para hacerlo. Y era también la humilde y contundente imagen de aquellos que sí iban al tajo y a la fábrica y daban la cara, y se la partían, por sus compañeros. Lucharon por la libertad.
Hoy son ellos los «liberados» de... (la frase la completan ustedes, por favor). En sus cúpulas y despachos, dentro de la opacidad más inaudita, engrasados por cuantiosas subvenciones públicas, sus dirigentes y un tropel de cargos, cuyos sueldos y prebendas se mantienen como bien guardado secreto, suman decenios como tales y apenas ninguno, hay quien solo estuvo un año, en sus puestos de trabajo. Exactamente aquello contra lo que se alzaron las Comisiones Obreras.
Camacho, su fundador y máximo líder de Comisiones Obreras, como su homónimo y rival de la histórica UGT, Nicolas Redondo, son ejemplos de aquella estirpe, de aquella «clase», la del proletariado, de la que se enorgullecían, cuyos valores representaron con la mayor dignidad e integridad y que les valió la admiración y el respeto, al margen de ideologías, de toda la sociedad española. Marcelino falleció en el año 2010 y Nicolás, recientemente, el año pasado. Pero con ellos, y bastante tiempo ya antes, había ya muerto aquel sindicalismo y aquellos integrantes de los que tanto y bueno aprendí de muy joven.
Apenas cumplidos los 18 años, en la fábrica de VICASA, la cristalera de Azuqueca de Henares, Antonio Rico Niño me enseñó las mayores de su ley. Trabajar primero, exigir lo justo, plantarse y pelear. E ir a la huelga, como fuimos. Él y otros de los más significados fueron detenidos y represaliados. Algunos, como mi propio padre y yo, nos libramos por chiripa. La Brigada Político Social no creyó que un jovenzuelo como yo pudiera estar tan metido en el ajo. Una de mis alegrías cuando se alcanzó la ansiada democracia fue el logro de aquella amnistía laboral que permitió a Antonio Rico volver a su puesto de trabajo, aclamado por sus compañeros. Para entonces, ya en la universidad, ya había conocido a Marcelino Camacho. De hecho, estábamos haciendo todo lo que podíamos para apoyarlo, pues con otros dirigentes de CCOO estaba siendo sometido a juicio, el famoso Proceso 1001, en el que se les pedía 20 años por el simple delito de serlo.
Marcelino, hijo de ferroviarios, había nacido en La Rasa-Burgo de Osma (Soria) en 1918 y se crio en la estación de tren de Cetina (Zaragoza). Su padre era parte de la UGT y él se afilió al PCE poco antes de la Guerra Civil. Se alistó voluntario, con 18 años, y combatió por la República hasta su final. Tras la derrota, fue reconocido y detenido en Madrid, tras el golpe de Casado, y juzgado por los franquistas. Fue condenado a una larga pena de cárcel y enviado a un batallón de trabajos forzados a África, a Tánger, entonces protectorado español. Logró evadirse, cruzó la frontera, y pidió asilo político en la Argelia francesa.
No pudo regresar a España hasta el año 1957, cuando fue indultado y comenzó a trabajar como obrero metalúrgico en la Perkins Hispania. Allí comenzó su labor sindical y fue elegido miembro del Comité de Empresa. Comenzó a gestar lo que sería el gran proyecto que acabaría por dar a luz al sindicato de Comisiones Obreras, que se convertiría en clave de la resistencia y lucha antifranquista del proletariado, socavando al Sindicato Vertical del Régimen, hasta alcanzar una verdadera hegemonía en los trabajadores españoles que dura incluso hasta hoy.
Detenido de nuevo en 1967, fue encarcelado durante varios años, pasando la mayor parte de ellos en la prisión de Carabanchel, el barrio, por cierto, en el que vivió. Era ya una leyenda y la cárcel no hizo, sino agrandarla aún más. Fue allí desde donde siguió el líder de la organización. Al poco de salir fue de nuevo apresado en el año 1972 junto a otros nueve compañeros, Nicolás Sartorius, Francisco García Salve, Juan Muñiz Zapico, Francisco Acosta, Fernando Soto, Eduardo Saborido, Miguel Ángel Zamora, Pedro Santiesteban y Luis Fernández Costilla. Fueron Los 10 de Comisiones Obreras, para los que el Régimen pidió penas que iban desde los 20 años de cárcel para la mayoría, con una rebaja de «solo» 12 para algunos de ellos. Una verdadera atrocidad.
Símbolo
El proceso 1001 se convirtió en un símbolo mundial de la lucha por las libertades y la movilización alcanzó cotas desconocidas en España a pesar de la represión. La octavilla con las caras de los diez, llegó a todos los rincones. La recuerdo muy bien y aún guardo una, pues por aquellos días y clandestinamente repartí bastantes. El PCE de la universidad, del que ya formaba parte, se involucró en el apoyo a su causa de una manera total y me tocó ser parte de la organización de la campaña. Fue una de las primeras veces en las que estuve a punto de acabar preso yo también. Me libré por los pelos, pues pude deshacerme unos minutos antes de ser abordado por un «social», un policía de la BPS, de las octavillas que llevaba.
El juicio comenzó contra ellos en el TOP, en la Plaza de las Salesas el día 20 de diciembre de 1973. Estaba junto a muchos camaradas en la cola para intentar entrar o al menos hacer bulto y que se notara nuestra presencia y solidaridad cuando al llamar desde una cabina (no había móviles, qué cosas) al periódico, ya trabajaba en el Diario Pueblo, me dieron la noticia del atentado contra Carrero Blanco, presidente del Gobierno. Demudado lo trasmití a mis compañeros, pero no querían creerlo y alguno decía que era un bulo para que nos asustáramos y saliéramos de allí. Pero por el nerviosismo que comenzó a cundir en la plaza, los movimientos y la tensión entre la Policía Armada, los grises y el rebullir del gentío, estuvo claro que algo muy grave había pasado y salimos a escape. Aún me recuerdo asustado cogiendo a la carrera un Ferrobus en Atocha dirección hacia Guadalajara, pues no era para nada indicado volver al piso de Madrid, donde podía encontrarme la peor sorpresa al llegar.
Fueron días de enorme tensión. Y para los procesados del 1001 la consecuencia fue la sentencia más dura. Les condenaron a las penas máximas que pedía la Fiscalía.
Marcelino volvió a Carabanchel. No saldría ya hasta que, tras la muerte de Franco y tan solo cinco días después de ella, tuvo lugar el indulto otorgado por el Rey Juan Carlos inmediatamente después de hacerse cargo de la Jefatura del Estado. Hoy, en estos penosos tiempos para él, también hay que recordarlo.
Su frase al salir «¡Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar!», vino a ser el perfecto resumen de todo lo sufrido y de su inquebrantable voluntad.
La Transición estaba en marcha. En 1976, el sindicato CCOO fue legalizado y Camacho se convirtió en su primer Secretario General, cargo que revalidaría hasta 1987 en que cedió el testigo a Antonio Gutiérrez. En 1977 había sido elegido diputado en las primeras elecciones democráticas en las listas del PCE, al igual que en las siguientes de 1979, pero dimitió en 1981 por estar en desacuerdo con una ley laboral aprobada con el apoyo comunista, pero con la que CCOO no comulgaba.
De su paso por el Parlamento queda un discurso memorable y que hoy habría que desempolvar. Pues ahora se nos quiere hacer tragar la infamia de que la amnistía pactada por Sánchez con los secesionistas autores del golpe separatista contra el Orden Constitucional del año 2018 tiene alguna similitud con la conseguida y votada casi por unanimidad total en el parlamento, salvo un puñado mínimo de abstenciones. Aquella se daba, precisamente, a quienes habían sufrido persecución y cárcel para devolver la democracia y la libertad al país y restablecer la soberanía del pueblo español y conseguir juntos una Constitución de consenso, como así sucedió en el año 1978, cuando fue aprobada por una inmensa mayoría. La amnistía sanchista se otorga a quienes precisamente quieren acabar con esa soberanía del pueblo español y dinamitar esa Constitución.
Camacho mantuvo hasta su muerte su afiliación a CCOO y hasta su último día continuó siendo militante del PCE y miembro de su Comité Federal, así como afiliado al partido de Izquierda Unida (IU). Su carné de miembro de CCOO era el número 1.