Vestida de blanco impoluto -un color que habitualmente escoge para las grandes citas- Yolanda Díaz visibilizó ayer su entronización como nueva líder de la izquierda a la izquierda del PSOE. Como un oxímoron político, la mujer de blanco se ha convertido en la bestia negra de Podemos en general y de un Pablo Iglesias en particular que, posiblemente, asistió ayer en la distancia a su coronación (entre palmas por ser Domingo de Ramos) con un rictus de desaprobación. ¿Y tal vez con celos por los hosanna de júbilo que le tributaron los devotos del Magariños?
Gallega a tiempo completo, esta coruñesa del municipio de Fene -donde nació el 6 de mayo de 1971- vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo, se empeñó en julio del año pasado en dar la vuelta al proyecto a la izquierda del PSOE, ante el declive de Podemos, con una propuesta transversal y sin siglas asentada en escuchar lo que la sociedad civil demanda.
Licenciada en Derecho y con tres másteres (en Recursos Humanos, Relaciones Laborales y Urbanismo) Yolanda Díaz inició su trayectoria política en 2003 como concejala de IU en Ferrol, donde se mantuvo hasta 2011 para dar luego el salto a la política autonómica y resultar elegida diputada en el Parlamento gallego en 2012 dentro de la coalición Alternativa Galega de Esquerdas, que lideró el histórico nacionalista Xosé Manuel Beiras.
Casualidades del destino, Pablo Iglesias trabajó como asesor de aquella campaña en la que la líder de Sumar empezó a despuntar. Allí forjaron una amistad que, como tantas, luego se ha visto magullada por los devenires políticos.
Fue años antes de que el exsecretario general de los morados se convirtiera en su padrino a nivel nacional y peleara para que entrará en el Gobierno de Sánchez porque ella no compartía la idea de que Unidas Podemos se integrase en el Ejecutivo que tomó posesión en enero de 2020.
Cuando Iglesias se marchó, la nombró su sucesora, sin su permiso, y Díaz escaló de vicepresidenta tercera a segunda en julio de 2021.
Distanciamiento
Después, Sumar se interpuso entre ellos y han acabado totalmente distanciados, lo mismo que le ha pasado con Podemos, con choques que no han cesado desde que la ministra dejó caer sus aspiraciones electorales hace más de un año sin contar con los morados.
Díaz no se ha dejado tutelar. Su talante (se proclama defensora del acuerdo y el diálogo con discreción y reacia al ruido) ha encajado poco con las estrategias de presión emprendidas por Podemos en cada encontronazo dentro del Gobierno de coalición. Se vio con la guerra de Ucrania pero, sobre todo, con la ley del solo sí es sí, donde abiertamente le han criticado que se haya puesto de perfil.
Diputada en el Congreso desde las elecciones de 2015, Díaz mantiene la militancia en el Partido Comunista de España tras descolgarse de Izquierda Unida por discrepancias con Alberto Garzón en 2019, aunque sostiene que sus políticas son socialdemócratas.
Sin llegar al aprobado, la vicepresidenta segunda lleva meses siendo la más valorada en el CIS y marcando un perfil «presidenciable» que muchos destacaron en su reciente intervención en la moción de censura de Vox, dando la réplica a Ramón Tamames, otro comunista en su pasado remoto, y haciendo equipo con Pedro Sánchez.
De sus momentos más personales, la vicepresidenta guarda «con mucho cariño» el recuerdo del día en que el histórico líder del PCE, Santiago Carrillo le besó la mano cuando apenas tenía cuatro años y que por su casa acostumbraban «a desfilar camaradas comunistas» del mundo de la política y la cultura que militaban en la clandestinidad.
Casada con Juan Andrés Meizoso, dibujante técnico, tienen una hija, Carmela, y es frecuente que comparta en redes sociales instantes que disfruta en su compañía.
Ahora «empieza todo», según su propio lema, aunque por ver aún está que su proyecto no se quede en la enésima división de la izquierda a la izquierda del PSOE.