La última foto en la finca de Quintos de Mora pretende ser, en el relato sanchista, el sellado de el desbarajuste total con el que ha comenzado la legislatura, tras la Navidad, a cuenta del paquete anticrisis y las golferías chantajistas de los de Puigdemont, convertidos ya en los grandes mandones de la política española y a la espera de que la amnistía se haga efectiva. Emiliano García-Page, de viaje por China a la caza de dineros productivos, considera que se puede estar mercadeando con la soberanía nacional, que España, desde luego, está en un laberinto político. Quizá, añado, en un callejón sin salida, o con una salida que es una implosión brutal que nos devuelva a lugares inhóspitos de nuestra historia que ya pensábamos superados, no me refiero a un escenario de guerra civil, por más que recuerden ciertas dialécticas desempolvadas, pero sí de decadencia y total falta de norte como país.
Las reuniones en Quintos de Mora suelen ser una constante cuando el equipo queda absolutamente desvencijado, y los ministros sin saber cual es su papel ni qué tienen que decir ante los periodistas. El entrenador del equipo se pone al frente y arenga a los suyos para darles ánimos y recolocar posiciones. El problema con el entrenador, Sánchez en este caso, es que nadie sabe, tampoco los suyos, qué pasará mañana, que puede ocurrir que ponga de nuevo en la picota toda la estrategia rediseñada tras el último varapalo. Todo es posible en las cábalas diarias de la persona que ocupa el palacio de la Moncloa con tal de no dar su brazo a torcer, no en lo referente a principios o proyectos de gobierno, siempre elásticos y revisables, sino en lo que tiene que ver con el deseo infinito y obsesivo de permanecer. A los hechos me remito.
La derrota parlamentaria de la semana pasada será antológica, uno de los mayores desbarajustes de nuestra historia parlamentaria moderna, uno más de las que nos acercan peligrosamente a lo bananero más que a nuestro entorno europeo, pero deja ya a las claras desde el principio cual será la dinámica de esta legislatura marcada por la incertidumbre. Dentro del llamado bloque progresista, el núcleo central, liderado por Sánchez y Yolanda Díaz, tendrá que hacer frente de forma constante a las envestidas de los de Puigdemont, a los que España les importa un carajo, y a las salidas de tiesto de los diputados de Podemos, estos con un ansia infinita de vengarse de Yolanda Díaz y de marcar perfil propio, sobre todo antes de esas elecciones europeas en las que los morados quieren evitar su muerte irreparable y dejar cierta esperanza de resurgimiento, que se antoja muy complicado, aunque sí podrían servir esos comicios europeos para que Irene Montero que, junto a Pablo Iglesias, ya profesa un odio visceral a Yolanda Díaz, reivindique su figura política con un escaño en Bruselas.
Lo cierto es que el descontento con el gran desbarajuste gubernamental va en aumento, también entre la votancia socialista, que ve indignada como el gobierno va sin rumbo con el único criterio de sortear el último chantaje sin que se note demasiado pero con una disposición escandalosa a cualquier tipo de cesión. De celebrarse hoy elecciones una parte importante del voto progresista quedaría en la abstención, o quizá exploraría otras opciones. Las europeas serán el primer escenario electoral donde saldrá a la palestra el grupo denominado Izquierda Española, liderado por el joven Guillermo del Valle, ya con el apoyo explícito de algunos expulsados del PSOE y gente que recientemente tuvo una cierta relevancia en el aparataje del partido. Este grupo nace de los entusiasmos por una izquierda comprometida con España de un grupo de jóvenes que desde hace años dan vida a un grupo de pensamiento y difusión de ideas llamado El Jacobino. Sus resultados son más que inciertos; de momento el nuevo partido, del que nos ocuparemos en los próximos meses, está teniendo gran repercusión en los medios de la derecha, pero nula presencia en los de la izquierda, que no le dan ni agua. Veremos donde es capaz de llegar si consiguen superar la idea, cultivada desde esa otra izquierda con la que pretende rivalizar, de que no son más que un instrumento de las derechas para crear aún más confusión de la que hay.