Da mucha, mucha pereza ponerse a escribir y más aún de política o mencionar a Sánchez este primero de enero de 2024. Pero creo compartir con una buena porción de españoles una profunda sensación de desasosiego e inseguridad. Y no oculto que tengo miedo a lo que está por venir.
Oigo que claman que no, que nada de esto va a suceder, pero lejos de tranquilizarme ello me inquieta más. Pues todo aquello que se juró y perjuró no hacer es lo que son hechos ya.
Temo por nuestra Nación, por nuestra Constitución, por nuestra convivencia y por nuestros derechos como ciudadanos. Temo ser discriminado, degradado y sometido a los designios y privilegios de otros. Temo incluso por mi libertad. Y lo temo con razón. Porque todo ello está sucediendo ya y algunos, y no pocos, aplauden con las orejas, además.
Lo construido entre todos desde aquellos años setenta de mi juventud se está destruyendo a pasos acelerados mientras se grita que la demolición de los cimientos es para afianzar la casa. Y cuela. Ha colado y los dinamiteros son quienes tienen el poder.
Nos hemos deseado todos un mejor Año Nuevo, pero a la luz de los hechos esto peor pinta no puede tener. Asoma preñado de zozobra y de temor. ¿O alguien se cree que con la entrega de Pamplona a los filoetarras y la genuflexión ante los separatistas catalanes se acaba todo? No. Todo irá a más. Pero metido con mentira y calzador. Lo que este año ya ha comenzado es un nuevo y muy desgraciado ciclo para quienes creímos y creemos en los valores y principios que nos han llevado hasta aquí. Un ciclo, sin embargo, exultante y envanecido para quienes desean que de la España surgida del pacto del 1978 no queden ni las raspas y han encontrado en la ambición de un presidente infame y traidor y un partido entregado a él ya no solo el cauce para alcanzar sus metas sino la complicidad más total.
Hoy, y mañana más, los defensores de la Constitución de la Libertad somos ya los perversos fascistas y los sediciosos y los que empaparon de sangre y terror nuestra patria y todos quienes la quieren liquidar y repartírsela son los heroicos y bondadosos progresistas. La campaña de adoctrinamiento, con todos los altavoces mediáticos del periodismo papagayo, a todo volumen que ya lleva tiempo trabajando y ya ha logrado muchos de sus objetivos, está lanzada a por la meta final.
Habrá que resistir. Y resistiremos, pero no hay que ocultar que la extrema gravedad de la situación. En todos estos años de democracia nunca ha sido peor.