Los vecinos de Dosbarrios se creían probablemente a salvo de la oleada de robos en los cementerios de las comarcas de Torrijos y La Campana de Oropesa. Y más lejos aún de Turleque, la octava víctima en menos de un mes. Pero un trabajador municipal comprobó el lunes el arrancamiento de un crucifijo. Y de otro. Y otro. Y otro. Así hasta los 120 desenclavados de las sepulturas durante la noche anterior.
La perplejidad se multiplicó horas después. El equipo de videovigilancia municipal había quedado fuera de combate el viernes por la tarde. Desde 48 horas antes, seis cámaras repartidas por la localidad dejaron de grabar imágenes; sólo funcionaba la instalada en el Ayuntamiento, con un sistema operativo diferente y a mucha distancia del cementerio.
«Han puesto como una especie de inhibidor. Algo han tenido que utilizar», apuntaba a este diario la concejala de Cultura, Teresa de Jesús Carpintero. Se trata de una de las hipótesis que baraja el equipo de Gobierno, que permanece al margen de la investigación de la Guardia Civil. El equipo científico de la Benemérita se empleó a fondo el lunes para intentar captar pruebas e identificar a los autores de un robo especialmente doloroso.
El Ayuntamiento recibió ayer a los primeros damnificados para la presentación de una denuncia conjunta en el cuartel de la Guardia Civil de Dosbarrios. Los agentes cerraron el cementerio el lunes para trabajar con tranquilidad en la captación de las pruebas.
Se trata del primer robo en el cementerio de Dosbarrios. «Nunca había pasado», confirma la concejal. Precisamente, una cámara vigila el camino del cementerio, un recorrido de un kilómetro de distancia hasta el camposanto. Pero ese equipo dejó de funcionar también desde el viernes por la tarde.
El robo ocurrió el domingo pasadas las nueve de la noche. Entonces, los vecinos pasearon por la zona sin advertir nada extraño. Al contrario que el trabajador municipal, quien reparó enseguida la falta de un crucifijo en una tumba. «Lo habrán desenclavado para limpiarlo», pensó en un primer momento. Pero comprobó inmediatamente que las sepulturas habían quedado desnudas de estas figuras metálicas, sustraídas probablemente para obtener dinero de la fundición.
El Ayuntamiento de Turleque, en La Mancha toledana, denunció el día 13 el anterior robo en un cementerio de la provincia. Esta denuncia se unía a la de Los Yébenes, Torrijos, Lucillos, Cebolla, Erustes, Lagartera y Gamonal.
«Se ruega a los vecinos que colaboren proporcionando cualquier información que pueda ayudar a la recuperación de los objetos sustraídos», pedía el Ayuntamiento manchego, en cuyo cementerio se celebró el pasado sábado un acto de reparación y bendición del camposanto.
Este diario ha informado desde finales de mayo de la sucesión de robos en los cementerios de la provincia. Cebolla, Lucillos y Lagartera se convirtieron en los municipios elegidos para la comisión de las primeras sustracciones. «No hay nada más ruin que robar en un cementerio. Quien roba crucifijos es gente sin escrúpulos», reflexionaba la alcaldesa de Erustes, víctima días después de esta oleada que causa un hondo pesar en los damnificados.
Los robos en los cementerios se han convertido casi en un género delincuencial por la frecuencia de sustracciones en los últimos años. En diciembre pasado, la Guardia Civil detuvo a tres individuos a los que les atribuía la autoría de un delito de robo con fuerza y más de 16 delitos continuados de hurtos de crucifijos de cobre o latón de las lápidas o sepulturas de los cementerios de Borox, Seseña y Pantoja.
Hace tres años y medio, la Guardia Civil detuvo a un vecino de Guadamur por la sustracción de estas piezas metálicas. «Para el pueblo ha sido un golpe muy duro. Ha sido un shock, por más que lo pudieran esperar. Un mazazo que un vecino del pueblo haya causado tanto daño», expresaban en Guadamur. Porque robar en un cementerio no es un delito más. No es un delito cualquiera.