Al avanzar desde la Plaza de Zocodover hacia el Museo del Ejército, lo primero que llama la atención es su imponente fachada, custodiada por dos fragmentos arqueológicos, apenas visibles, descubiertos durante las excavaciones en la parte norte del Alcázar, donde se planificaban las áreas de almacenamiento y servicios del museo, estas secciones de la muralla son ventanas abiertas a la Historia.
La sección más cercana a la cuesta de Carlos V, data de la época del gobernador árabe Amrús (S.VIII), era parte de la muralla exterior del Alcázar original, una fortaleza cuyo nombre deriva del árabe «al qaçr», su base es observable desde el interior del vestíbulo, detrás de la zona de taquillas, y sirve de puente visual hacia la historia de Toledo.
Según el investigador Jesús Carrobles Santos, esta muralla se extendía hacia el norte, paralela a la Plaza de Zocodover, hasta el Arco de la Sangre y el Palacio de Galiana, y desde allí, hacia el este, siguiendo la línea del Miradero hacia la plaza del Puente de Alcántara. Luego, se dirigía hacia el sur, paralela al río Tajo, hacia la Puerta de Docecantos, y finalmente girar hacia el oeste en dirección al Alcázar, donde se cerraba con una puerta omeya del siglo X en la parte baja de su torreón sureste. Este conjunto defensivo era conocido como «Al Hizan» en árabe con el significado de cinturón o cincha, en castellano el «alficen».
La segunda sección implica una estrategia defensiva más amplia pues corre paralela a la anterior, conectando con los Palacios de Galiana y creando un corredor protegido que marcaba el latido de la vida gubernamental y militar de la ciudad. Este corredor correspondería hoy a la calle Santa Fé.
Este recinto, resguardado por el alficen, conformaba la alcazaba toledana, hogar de la guarnición, las autoridades, los principales funcionarios y sus servicios esenciales. La existencia de dos puertas fortificadas, la del Arco de la Sangre hacia la ciudad y la del Puente de Alcántara hacia el exterior y al otro lado del río, denota el aislamiento de esta área del resto de la población toledana.
El relato de estas murallas no concluye con el dominio árabe; tras la reconquista de Toledo en 1085 por Alfonso VI, se añadió un refuerzo a la muralla islámica oriental, apuntalando su resistencia contra posibles amenazas provenientes desde la zona del Puente de Alcántara, y no del interior de la ciudad, ya que la muralla occidental permaneció intacta.
Invito al lector a explorar no solo el Museo del Ejército sino también los rincones cercanos, como la cervecería al final de la calle Santa Fé, el Museo de Santa Cruz, y el Centro de Arte Moderno y Contemporáneo donde los vestigios del pasado de la muralla y el Palacio de Galiana aguardan a ser admirados.
Al mirar la entrada al Museo del Ejército, no dejemos que la modernidad nos anule el silencio elocuente de las piedras meticulosamente ordenadas por manos ancestrales depositarias del legado de su arte y sus secretos. Si las piedras hablaran…