Con afán de demostrar que hemos heredado una ciudad sucia después de una gestión no demasiado atinada con el asunto de la limpieza viaria, el coronel José Luis Isabel ha elaborado un completísimo informe soportado por más de trescientas fotografías realizadas a lo largo de los meses de este pasado verano, en cuyo contenido dejaba meridianamente claro que Toledo está sucia, tanto en horizontal como en vertical. Dos son las conclusiones que se sacan por parte del coronel Isabel en su informe, que comento y a las que me adhiero.
Primero: falta de civismo de los ciudadanos. ¿Se les ocurre alguna forma a ustedes de hacer algo para que la gente sea más cívica? A mí, ninguna que no pase por las multas. No puedo comprender cómo todavía hay personas que siguen considerando razonable escupir en el suelo, tirar los chicles o no usar las papeleras, que las hay. Que el Ayuntamiento no se haya ocupado como debiera de la limpieza es cierto. Pero hay que ser justos y decir también que, por mucho que el Consistorio se afanase y esforzase en mantener las calles en perfecta pulcritud, lo cierto es que no se puede hacer nada mientras un alto número de ciudadanos sigan sin comprender que Toledo no es ningún basurero. Dice Isabel: «Cualquier lugar sobresaliente de los edificios y del mobiliario urbano está regado de orines, a los que se adhieren la tierra, el polvo, las hojas y otros desperdicios, al tiempo que oxidan los objetos de hierro y levantan la pintura de las papeleras (…) Lo extraño es que todo el mundo permanezca impávido antes esta suciedad. Parece como si se hubiese acostumbrado a ella y no la advirtiese. A mí me ha pasado, y he necesitado visitar otra ciudad para, a la vuelta, darme cuenta de la extrema suciedad que me rodeaba». Quizá es un exceso decir que todo el mundo permanece impávido, pero sí parece que hay mucha gente impávida mientras que nuestro Patrimonio urbano, el suyo, el mío y el de todos los toledanos, sigue perdiéndose poco a poco.
Por otra parte, concluye que los jardines toledanos no se cuidan como debieran. Dice Isabel de nuevo: «De los jardines ¿para qué hablar? En los que se han visitado se observa una gran dejadez en su mantenimiento y no porque los jardineros hagan mal su trabajo, pero éste se limita al recorte de setos y al regado con manguera. Ningún árbol o arbusto que muere es repuesto inmediatamente ni con el paso del tiempo. Los setos de todos los jardines ofrecen unos lastimosos vacíos, dejados por los arbustos que se han secado o han sufrido algún percance -recientemente desapareció parte de un seto de los jardines de Recaredo como consecuencia de las obras de reparación de una tubería de agua rota-». Más de lo mismo. Estoy cansado de ver a animales de cuatro patas que orinan y defecan en los arbustos por culpa de los animales de dos patas que pagan su seguro. ¿Es tan difícil llevar una botella de agua y una bolsita para recoger las heces? ¿Y es tan difícil que algún empleado municipal vigile el aspecto cívico y el cuidado de los jardines? Yo soy muy joven, pero muchos de ustedes, queridos lectores, recordarán al señor Donato, el guardia del parque De la Vega. ¿Cómo tenía el Bueno de Donato las plantas? Impecables, como se puede comprobar tanto con las fotografías como con los testimonios de los niños y jóvenes de aquella época.
Sencillamente, la pregunta es fácil: ¿suci(u)dad o su ciudad? Yo me quedo con la segunda. Y confío en que la actual Corporación cuide todas estas cuestiones. Es uno de los cometidos para los que le hemos dado nuestra confianza.