El pasado domingo se cumplieron diez años desde la muerte de Eduardo Chillida, uno de los escultores más importantes del siglo XX. Numerosos representantes del pensamiento y de la creación artística en nuestro país, desde los arquitectos Rafael Moneo y Norman Foster hasta el pintor Agustín Ibarrola, han recordado en estos días la enorme trascendencia del creador donostiarra, que falleció en su domicilio del Monte Igueldo el 19 de agosto del año 2002. Su batalla final contra el alzheimer no le impidió ver cumplido el proyecto Chillida-Leku, un museo de su obra en un antiguo caserío situado en las proximidades de Hernani que mantuvo sus puertas abiertas durante ocho años y cerró a finales de 2010 debido a la crisis económica. Paradójicamente, ese mismo año se recuperó en Toledo la escultura ‘Lugar de encuentros V’ después de años de vergonzoso abandono.
Sería para enorgullecerse si la ciudad hubiera reflexionado desde entonces y dado a la obra la importancia que se merece. En la Plaza de Alfonso VI ya no aparcan los vehículos. El hormigón de la escultura no luce las lamentables pintadas de otros tiempos, fruto a partes iguales de la ignorancia y el odio a los orígenes vascos de su creador. No obstante, ‘Lugar de encuentros V’ sigue durmiendo el sueño de los justos a la sombra de la muralla, ajena a las dinámicas vecinales y turísticas de la ciudad. A excepción de un proyecto educativo impulsado hace un par de cursos por el pintor Francisco Rojas -que el Ayuntamiento de Toledo bien podría retomar a partir de septiembre-, nada se hecho desde entonces en torno a la pieza. San Sebastián está orgulloso de ‘Peines del viento’. Gijón ha elevado su ‘Elogio del horizonte’ a la categoría de auténtico icono urbano. Miles de miradas reparan cada día en ‘La sirena varada’ de Madrid (creada como ‘Lugar de encuentros III’ y por tanto hermana de la pieza toledana), que encabeza orgullosa un Museo de Escultura Urbana cuyo desarrollo en Toledo no llegó a fructificar.
«Se trata de una escultura muy significativa, que debería estar mucho más explotada y vigente por las instituciones turísticas y culturales», opina Rojas, fundador del Grupo Tolmo, que hace años fue testigo de la difícil instalación de la pieza. «A pesar de que se haya frenado el proceso de degradación al que estaba sometida, si la ciudad decide mirar para otro lado y olvidarse de ella está perdiendo una gran oportunidad de mostrar a sus ciudadanos y a los turistas, sobre todo a los más jóvenes, una obra que les permitiría comprender mejor el arte contemporáneo». El escultor Félix Villamor, que perteneció también al mismo colectivo de artistas, recuerda que «Chillida fue el responsable de que se derrumbaran los referentes caducos de muchísimos jóvenes en España», entre los cuales se cuenta. «Gracias a él y a Jorge Eteiza fue como si se nos cayera la venda de los ojos».
Hace ya algunos años, otro artista toledano, el profesor Fernando Sordo, afirmó en una tertulia que era vergonzoso que una ciudad como Toledo, a menudo envanecida por su antiguo patrimonio artístico, diese a la escultura urbana contemporánea el mismo tratamiento que cualquier ciudad dormitorio del sur de Madrid. ‘Lugar de encuentros V’, alojada en el interior de la muralla por deseo expreso de su autor -aislado emplazamiento que se intentó sustituir sin éxito hace hace años por la lonja del Museo de Santa Cruz-, cuando el proyecto de organizar un museo de buena escultura al aire libre era todavía un proyecto viable, se escapó por los pelos de la ominosa costumbre de asociar el concepto de escultura urbana con rotondas de nueva creación. Al menos Fernando Chueca Goitia, un rebelde a su manera, puso encima de la mesa poco antes de morir la genial propuesta de suspenderla de cables en mitad de la mismísima Plaza de Zocodover.
El año que viene se cumplirán precisamente cuarenta años desde la creación de ‘Lugar de encuentros V’, una excusa espléndida para dar por fin a Eduardo Chillida un Toledo con el que encontrarse.