La ciudad de Toledo, que atraviesa 2012 entre la expectación por el centenario de la muerte del Greco -nos preguntamos si habrá quien se acuerde en 2014 de los aniversarios de los pintores Francisco Ricci y Juan Carreño de Miranda- y el debate, o, más bien, la falta de debate, sobre por qué casi nadie ha dedicado esfuerzos a conmemorar la batalla de las Navas de Tolosa, parece haber olvidado una de esas efemérides que deberían permanecer anotadas en su calendario: Hace 200 años, apenas diez días después de que en Cádiz fuese proclamada la Constitución de 1812, nacía el cronista, abogado y alcalde de Toledo Sixto Ramón Parro.
Su obra de referencia, Toledo en la mano -más de 1.500 páginas publicadas en 1857, algunos años después de la aparición del Madrid en la mano, de Pedro Felipe Monlau-, ha sido considerada «el libro de horas de los toledanistas», «un clásico que sigue resultando muy útil en la actualidad, aunque hayan pasado más de ciento cincuenta años desde su edición», según apuntaron hace poco Mariano García Ruipérez y Enrique Sánchez Lubián en su monografía dedicada a los bandos municipales en la historia de esta ciudad.
Libro importante, aunque cada vez más necesitado de una revisión actualizada que nunca acaba de llegar -y que debería incluir las críticas metodológicas que Parro recibió por parte de algunos historiadores del arte y críticos madrileños del siglo XIX, como Gregorio Cruzada Villaamil-, Toledo en la mano tampoco habría tenido recordatorio alguno en 2007 de no ser por el empeño personal de los descendientes del cronista, encabezados por su último tataranieto, Fernando Sánchez-Contador Feliu, quienes obsequiaron con un ejemplar al Ayuntamiento. Estas líneas, escritas cinco años después, son un homenaje a Sixto Ramón Parro y a sus siete generaciones de descendientes, que suman casi un centenar de personas en total.
Sixto Ramón Parro nació en Villacañas el 28 de marzo de 1812, hijo del abogado Justo Ramón Parro Salcedo, aunque vivió desde su juventud en la ciudad de Toledo. Siguió la tradición familiar y pronto se convirtió en un destacado jurista, graduándose en Leyes por la antigua Universidad de Santa Catalina el 12 de septiembre del año 1833. Hace algunos años, el recientemente desaparecido Julio Porres Martín-Cleto comentaba que algunos de los mejores cronistas de Toledo -Antonio Martín Gamero y Sixto Ramón Parro, a los que él mismo bien habría podido sumarse- procedían del ámbito de la abogacía. Coincidencia o no, el autor de Toledo en la mano fue doctor en Jurisprudencia y abogado de los Tribunales del Reino, decano del ilustre Colegio de Toledo y profesor de Leyes en la Universidad hasta la extinción de ésta en 1845. Tres años después sería designado alcalde de la ciudad.
Sixto Ramón Parro ha sido estudiado por especialistas como Jesús Cobo y Esperanza Pedraza -la antecesora de Mariano García Ruipérez al frente del Archivo Municipal y autora de una pequeña biografía que encabezó el facsímil de Toledo en la mano publicado en 1978-, junto con diversos historiadores de la actividad política, social y cultural de Toledo en el siglo XIX, desde José Pedro Muñoz Herrera hasta Francisco García Martín, pasando por Rafael del Cerro Malagón.
Estuvo vinculado a la política desde, al menos, el año 1836, cuando fue nombrado coasesor de hacienda pública en la Diputación y miembro de la Junta municipal de Beneficencia. En 1844 fue elegido diputado a Cortes por la provincia de Toledo y dos años después, una vez de vuelta de Madrid, se convirtió en vicepresidente del Consejo provincial. «En él se mantuvo hasta que, en aplicación de un Real Decreto de 23 de febrero de 1848, fuera designado como alcalde-corregidor de Toledo, con un sueldo anual de 20.000 reales. Tomó posesión de este cargo en la sesión municipal de 9 de marzo de 1848 y se mantuvo al frente de la corporación toledana hasta el día 19 de junio de 1850, fecha en la que presentó su dimisión». Así resumen su trayectoria como primer edil García Ruipérez y Sánchez Lubián, quienes incluyeron en su trabajo sobre bandos municipales una disposición en la que Parro ordenaba que se realizase un reconocimiento general de los pesos y medidas empleados entonces en Toledo.
Su trayectoria social y cultural, intensificada desde que abandonó la política a lo largo de casi veinte años hasta su muerte en Toledo el 5 de septiembre de 1868, se dedicó fundamentalmente a la elaboración de Toledo en la mano -seguido por el Compendio posterior, que resumió sus más de 1.500 páginas- y a la colaboración como articulista con su amigo Martín Gamero. Fue también miembro de la Comisión Provincial de Monumentos y, muy brevemente, de la Junta Diocesana de Reparación de Templos. «Testigo de los principales acontecimientos políticos del agitado siglo XIX, debió de aprovechar los documentos extraídos de los archivos conventuales y de la Beneficencia para estudiar la historia de las entidades desamortizadas, formando una serie de fechas o notas, por pura afición al tema, que fue acumulando por afán de investigador en su espaciosa casa, que hoy lleva el número 11, antes 9, de la calle que entonces se llamaba de la Tripería». Así le testimonió la admiración por su trabajo Julio Porres Martín-Cleto en su Historia de las calles de Toledo.
Treinta años después de su fallecimiento, el Ayuntamiento decidió dedicarle a esta vía, próxima a la Plaza de San Justo, que mostramos a la izquierda de estas líneas a comienzos del siglo XX. En la actualidad, llevan su nombre los premios Ciudad de Toledo de Arquitectura, que convoca (o convocaba) el Ayuntamiento. Sus herederos de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales -la Escuela de Práctica Jurídica ‘Decano Sixto RamónParro’ lleva su nombre- también son conscientes de su importancia. Sin embargo, quienes más tienen presente su dimensión intelectual y humana son sus familiares, descendientes por línea materna -a través de Florentina Parro, única de sus dos hijas que sobrevivió- y asentados lejos de Toledo, lo que no ha impedido que haya habido varias Sagrarios entre sus mujeres.