Sumidas en la pobreza, la provincia noroccidental siria de Idlib y su vecina Alepo -donde la mayoría de la población son personas desplazadas- han sido unas de las más golpeadas durante la guerra civil que vive el país desde hace más de una década. Y, lejos de levantar cabeza, ayer también fueron las más damnificadas por el terremoto registrado en Turquía, aunque esta tragedia natural no ha hecho distinciones entre oficialismo e insurgencia.
En el lado controlado por la oposición, el seísmo sacudió con fuerza territorio dominado principalmente por el Organismo de Liberación del Levante, una alianza islamista en la que se incluye la exfilial siria de Al Qaeda, antiguamente denominada Frente al Nusra.
El Organismo mantiene una administración paralela en sus áreas de control, si bien los Cascos Blancos, un grupo de rescatistas que opera exclusivamente en las áreas opositoras de Siria, están liderando las tareas de rescate, como suelen hacer siempre que se producen ataques o accidentes.
Llueve sobre mojado - Foto: KHALIL ASHAWITambién han sufrido otras áreas en el norte de Alepo, donde están presentes una miríada de grupos rebeldes y hay zonas bajo control directo de las fuerzas turcas y sus milicias aliadas, que tomaron varios puntos en tres ofensivas transfronterizas lanzadas entre 2016 y 2019.
En el resto de la provincia de Alepo, y las regiones de Tartus, Latakia y Hama, en manos del Gobierno de Bachar al Asad, también se han registrado un gran número de víctimas y derrumbes de edificios, pese a que se encuentran más lejos del epicentro, en el sureste de Turquía.
Las autoridades de Damasco han establecido un centro de operaciones en la capital para coordinar la respuesta al desastre en sus zonas, han ordenado la movilización de todo su personal sanitario y de emergencias y han abierto albergues para ofrecer cobijo y alimentos a los damnificados.
Llueve sobre mojado - Foto: KHALIL ASHAWICrisis sobre crisis
El terremoto golpea Siria en momentos en que el país ya vivía su peor crisis humanitaria desde el inicio de la guerra y estaba sumido en una grave depresión económica. Para más inri, las ayudas internacionales para la población habían disminuido en gran medida en los últimos dos años. La ONU estima que el 90 por ciento de los sirios residentes en el país viven en la pobreza después del estallido de las revueltas populares contra Al Asad y el posterior inicio de un conflicto armado, que sigue activo aunque la violencia ha decaído desde comienzos de 2020.
Además, alrededor del 70 por ciento de la infraestructura del país, incluidos hospitales y clínicas, está destruida, mermando la capacidad de respuesta ante desastres como el ocurrido ayer.
Las zonas en manos del Gobierno han venido sufriendo en los últimos meses una grave escasez de combustible, lo que esta mañana llevó al Consejo de Ministros a incluir el aprovisionamiento de carburantes en su lista de medidas urgentes para garantizar el desarrollo de las labores de rescate.
En el caso de Idlib y las zonas opositoras de Alepo, la situación es preocupante, ya que allí residen 4,6 millones de personas, en su mayoría dependientes de la ayuda humanitaria y casi tres millones de ellas desplazadas por el conflicto armado. Muchas de ellas residen en tiendas en campamentos para desplazados, lo que podría haber salvado a algunas de ellas de ser aplastadas en derrumbes. Sin embargo, muchas otras viven en asentamientos o integradas en las comunidades locales, donde las estructuras de algunos edificios estarían debilitadas por los bombardeos y ataques terrestres que sacuden aún la región pese al alto el fuego decretado en ella hace tres años. Las áreas opositoras del noroeste de Siria reciben ayuda humanitaria casi exclusivamente a través del paso fronterizo de Bab al Hawa, que une Idlib con Turquía, y muchas ONG que las sirven tienen su base de operaciones en Gaziantep, en la zona otomana más afectada por el seísmo.