En uno de los vídeos cortos de los ochocientos en los que acabas perdiendo el tiempo de tu vida con una periodicidad inconfesable, vi que daban nombre exacto a lo que yo llamo «nolosoporto», como venía de un perfil profesional sanitario casi me lo creí, aunque pongo absolutamente todo lo que veo y oigo en cuarenta máxima. De oír va el asunto, me resulta insoportable escuchar ciertos sonidos cotidianos y parece que a tal terror se le llama misofonía. El problema principal viene de tener una audición muy fina, por ejemplo, soy capaz de escuchar conversaciones ajenas incluso cuando no me interesan, me desconcentran y me suben la tensión, como sucedió hace tres semanas. Era día de escribir columna y mi intención era terminarla a una hora decente; de hecho, este era uno de mis propósitos para estas, mis columnas horizontales 2.0, ser una persona ordenada y correcta, que envía a tiempo, antes de que en la redacción te quieran matar por pesada y tardona. Como tenía un momento libre, me senté en una terraza para ver si era capaz de rematar. Apenas compartía espacio, solo con tres personas que entendí inofensivas. Nada más lejos de la realidad que me esperaba. Abro documento, releo y ahí está la conversación ajena taladrándome. Las primeras afirmaciones atufaban a clasismo vomitivo, criticaban a dependientas de un comercio que ya no eran como antes, porque antaño les hacían reverencias y ahora, no. Ahí lo dejo. Me concentraba en obviarlo cuando pasaron al machismo suegril, a los consejos que vendo, aunque de nada entiendo. La culpita de todo lo mal hecho, entiéndase, diferente a lo que yo pienso, la tiene la mamá de la criatura que, casualmente, es la nuera porque su hijo que ayuda un montón, que, hasta cuida de su bebé, válgame el señor, es un santo. Me esforcé más por abandonar el ruido, pero entonces pasaron a la política, tuve que rendirme. Si fuera capaz de suprimir el contenido, diría que la líder era una decente oradora, convencidísima, sin titubeos e informadísima por la mismísima Ana Rosa. Ahí estaban, echando sapos, sin la mínima reflexión, crítica, comprobación, sentando cátedra, perpetuando el discurso vilipendioso y provocándome náuseas. Qué feliz fui de terminar mi descanso y largarme del alcance de su radiopatio, con la columna, obviamente, igual que cuando me senté. El domingo pasado, no sé por qué, me acordé de mis colegas de terraza cuando iba a votar. Con una participación de pena, seguro que ellas sí habían ido a las urnas. Y luego que si Alvise. No me sorprende, nada.