El primer lustro de una lección de vida

Galán
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Hoy se cumplen cinco años desde la declaración del Estado de Alarma, la decisión que cambió la vida de los españoles. Cuatro testimonios que sufrieron las consecuencias de la pandemia recuerdan en La Tribuna algunos de los momentos más duros

El primer lustro de una lección de vida - Foto: V.B.

De repente un virus desconocido empieza a extenderse por el mundo y obliga a la humanidad a confinarse en sus casas, a dejar las ciudades vacías, a tomar los guantes y las mascarillas como un elemento imprescindible de la vestimenta diaria, a colapsar los hospitales y a dejar millones de muertos que no pudieron siquiera despedirse de sus familias. Si no fuera porque es algo que hemos vivido todos podría ser el guión perfecto para una película de terror apocalíptica.

Han pasado ya cinco años desde que esto ocurrió, cinco años en los que ya está asentada la normalidad -la «nueva» normalidad como se decía en aquella época- pero eso no quiere decir que se haya olvidado todo lo que comenzó un 14 de marzo del año 2020 con la declaración del Estado de Alarma en España.

Fue, ni más ni menos, que un hecho que se estudiará en los futuros libros de historia por cómo cambió la vida tal y como se conocía. Las de todos, en mayor o menor medida. Por ello, para tratar de comprender lo difícil que fueron esos dramas que ahora son recuerdos, La Tribuna ha reunido cuatro testimonios de actores que podrían considerarse protagonistas de esta cronología tan real como cinéfila.

Silvia perdió a sus padres la misma noche por coronavirus.Silvia perdió a sus padres la misma noche por coronavirus. - Foto: David PérezEntre tanto dolor e incertidumbre, quizás la mayor desolación tenía que ver con la pérdida de los seres queridos a causa de este Covid-19. Silvia es uno de esos ejemplos que lo sufrieron en sus carnes. Palentina afincada en Toledo, perdió a sus padres la misma noche, con tan sólo cuatro horas de diferencia entre los dos decesos. Desde la distancia, Silvia observó como ingresaban a sus padres en cuestión de días en el Hospital Provincial de Palencia en febrero de 2021, pero tan sólo permanecieron una noche juntos en este centro, debido a que la saturación del mismo obligó a trasladar a su progenitor a una planta habilitada para pacientes Covid en el Hospital Psiquiátrico de dicha localidad.

Apenas había contacto con ellos, más allá de alguna llamada telefónica con su madre y la de un médico cada tarde-noche para informar sobre el estado de salud de su padre. 

Todo transcurría con normalidad dentro de la gravedad hasta que «en un fin de semana cambió todo». El padre de Silvia empeoró y su madre obtuvo un mejor pronóstico, adelantando los sanitarios su posible alta hospitalaria ese mismo lunes. Drásticamente no fue así. En la madrugada del sábado al domingo, Silvia y sus hermanos recibieron la llamada informando del fallecimiento de su madre. Cuatro horas después el teléfono volvió a sonar. Era el del hospital donde se hallaba ingresado su padre. También había fallecido. «Un choque tremendo», rememora Silvia.

Mario, trabajador de la residencia de mayores 'Los Peñascales'.Mario, trabajador de la residencia de mayores 'Los Peñascales'.Para colmo, su progenitor tenía principio de Alzheimer, lo que le hacía pensar a ella que su padre en el fin de sus días, viviendo lo que vivía, «no fue consciente de la realidad». En el fondo, Silvia se alegra de que ninguno de sus padres sufriera la ausencia del otro. Lo peor fue el final, un entierro que apenas parecía algo como tal y un féretro cerrado «en el que te tienes que creer que dentro están tus padres», lamentaba emocionada Silvia.

Sin duda, los mayores fueron las víctimas más asequibles de este virus letal. Por ello, la vida durante la pandemia en los centros de mayores fue un escenario cuanto menos para resaltar. Mario trabaja en la residencia de ancianos 'Los Peñascales', en el municipio de Ventas con Peña Aguilera. En estos centros en los que un contagio podía suponer un auténtico drama, el trabajador destaca «la altura de la dirección del centro, la ayuda de las administraciones y el sacrificio personal de los trabajadores; nos salvó la buena organización».

Mario recuerda que esta residencia fue de las primeras en vacunarse, un 4 de enero de 2021, porque eran de las pocas que habían aguantado casi el año sin contagios, pero el destino quiso que tan sólo siete días después de esa primera inyección se produjera el primer brote. El centro, de 45 plazas, sufrió unas seis o siete muertes directas por Covid, aunque ninguna entre sus instalaciones, todas ellas derivadas al hospital.

Fran, enfermero de Urgencias en el Hospital Virgen de la Salud.Fran, enfermero de Urgencias en el Hospital Virgen de la Salud. - Foto: Javier PozoPese a ello, Mario destaca la dureza de sus residentes, que por su experiencia «asimilaban las muertes mejor que nosotros; les dolía, pero se notaba que habían vivido una guerra».

El sacrificio en su vida social era fundamental para evitar contagios, pero lo que realmente Mario destaca que les daba fuerzas para trabajar eran los propios mayores, porque aún recuera «lo emocionante a rabiar que era que una persona con demencia fuera capaz de reconocer a sus familiares después de dos años sin verlos». Un vínculo entre trabajador y paciente que también llevó a Mario y a sus compañeros a renunciar a ver a familia y amigos con el fin de salvar vidas.

Mismo cometido que tenían Fran y Carlota, enfermero y médica en el Hospital Virgen de la Salud. El primero de ellos narra con sinceridad la sorpresa de esos primeros días en los que hoy se cumplen cinco años. Era enfermero de Urgencias y el coronavirus ya formaba parte del debate cotidiano, pero «sin darle mayor importancia hasta que venía alguien con síntomas que procedía de China o Italia». Precisamente, un viajero del país italiano fue el primer paciente al que Fran tuvo que realizar una PCR (la prueba que determinaba si el enfermo era positivo o no en Covid). Al respecto, Fran destaca el «susto» del momento, porque para llevarlo a cabo «tuve que vestirme como un astronauta», lo que posteriormente se adoptó con el término de EPI. Algo que, casualmente, era esencial para evitar contagios y que fueron difíciles de conseguir hasta para los propios hospitales. Carlota revela cómo tenían que aguantar con una mascarilla tres semanas por la falta de medios, sujetos también a unos protocolos que «cambiaban cada día» en esos días iniciales del estado de alarma.

Carlota, médica en el centro de salud de Santa Bárbara y en el Hospital Virgen de la Salud.Carlota, médica en el centro de salud de Santa Bárbara y en el Hospital Virgen de la Salud. - Foto: Javier PozoLa médica, además, vivió en su piel la soledad de la carretera, ya que esa declaración que trajo el confinamiento la pilló en Motril, de donde es orihunda, y por la que tuvo que volver a su centro de referencia, el centro de salud de Santa Bárbara, donde también trabajaba además de en el Virgen de la Salud.

Allí, Carlota experimentó un cambio en la atención sanitaria, al predominar la vía telemática, con un baremo de entre 90 y 100 consultas diarias por médico. Un formato que también dejó momentos tan duros como el de comunicar los fallecimientos a los familiares, en los que «escuchaba el silencio y los llantos sin poder consolarles».

En el hospital, las vivencias eran aún peores, al ver como la saturación del centro obligaba a elegir entre dos pacientes de gravedad porque sólo había medios para intubar a uno, o las despedidas de aquellos que estaban a punto de morir y «tú ibas a ser la última persona a la que iban a ver. Me sigo emocionado al recordar esos apretones de manos», recuerda.

Fran, en cambio, sigue con ciertas imágenes grabadas en su retina. Por un lado, las despedidas de los familiares en las puertas de Urgencias sin saber que ese preciso instante era el último que iban a disfrutar junto a su madre, padre, hermana o abuelo que acababa de ingresar. El drama no quedaba ahí, ya que difícil de olvidar para él también serán los pacientes esperando por el suelo de los pasillos hospitalarios al no tener hueco para aposentarlos o las zonas habilitadas por el hospital, como el gimnasio, para acumular cadáveres que debían etiquetarse para poder identificarlos posteriormente.

Cinco años de momentos duros, difíciles, pero también felices, por el hecho de superarlo, de ir retomando hábitos y de desarrollar un aprendizaje. Una lección de vida que cumple su primer lustro.