Oficios antiguos en Toledo y provincia: los zurradores

José García Cano*
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El zurrador se encargaba de preparar las pieles para convertirlas en cuero, algo muy común en nuestra provincia y prácticamente en toda España desde hace siglos. A la hora de formalizar un gremio lo primero que se necesitaba eran unas ordenanzas.

Manual del curtidor y del zurrador, 1880

Casualmente hoy 16 de octubre, pero de 1552, el emperador Carlos I, firmaba en la villa de Madrid, un documento en el cual hablaba de los zurradores, es decir aquellos que curtían y adobaban las pieles quitándoles el pelo, para luego utilizarlas en diferentes usos, como por ejemplo para transportar líquidos o lo que es lo mismo, el zurrador preparaba las pieles para convertirlas en cuero, algo muy común en nuestra provincia y prácticamente en toda España desde hace siglos. El texto de la citada carta de Carlos I decía así:

«A causa de sacar de nuestros reinos corambres curtidas en esa ciudad de Toledo, suplico que no salgan de la ilustre villa, cabeza de mi imperio, ni pieles de cordero curtidas ni cordobanes sin que sean vistas y autorizadas por el regidor de la ciudad. Del mismo modo, los curtidos que se preparan para el calzado y para monturas de caballerías que sean autorizadas por los jefes de tal gremio».

Es importante como el emperador hace referencia al gremio de zurradores, ya que como es sabido, la mayor parte de los oficios artesanos de aquella época se regulaban gracias a unas ordenanzas que debía aprobar el gobierno municipal. A la hora de formalizar un gremio fuera de lo que fuese su actividad, lo primero que necesitaban eran esas ordenanzas, donde se regularía su oficio y se procuraría que otras personas no abusaran con malas prácticas que estuvieran fuera de esas normas. En esos artículos se hablaba de cómo debía ser la calidad de las materias primas a utilizar y de la forma de fabricar y preparar para la venta los productos que se enmarcaban en cada ordenanza. Se señalaba también la forma de ingresar en cada gremio y se tendría preferencia a los hijos de aquellos artesanos que ya formaban parte del gremio. El trámite para legalizar estas ordenanzas o estatutos, consistía en trasladar al Ayuntamiento el deseo de contar con las mismas, a lo cual presentaban un proyecto con los principales puntos que debían contener; el concejo lo aprobaba o lo modificaba y finalmente se solicitaba al propio rey y a los miembros del Consejo Real que las confirmasen. El último paso era la Real Provisión que ratificaba las ordenanzas, las cuales eran pregonadas en los lugares acostumbrados, que en Toledo eran la plaza de Zocodover, la plaza del Ayuntamiento y las calles donde se situaban las tiendas a las que afectaban esas ordenanzas. Del gremio de curtidores y zurradores del Ayuntamiento de Toledo se conservaban al menos las de 1609 y las de 1644.  

Permiso para ejercer de zurrador a Antón de Madrid, en 1494.Permiso para ejercer de zurrador a Antón de Madrid, en 1494. - Foto: Archivo General de Simancas.Otra premisa a la hora de encontrar a los artesanos de hace siglos en Toledo era la curiosa distribución de sus tiendas y talleres, ya que estaban todos perfectamente ubicados dependiendo del gremio u oficio. Por ejemplo, entre la calle Cordonerías y la calle de la Sal se encontraban los géneros derivados del Arte mayor de la seda -muy importante en la sociedad toledana de hace tres y cuatro siglos-; en la calle de las Armas -como deducimos por el nombre- los espaderos; en la calle Ancha o del Comercio las tiendas de los joyeros, jubeteros y calceteros y en el Solarejo los plateros y cereros. Los citados zurradores tenían sus negocios junto al «corral de vacas viejo», es decir en el barrio de San Justo y donde antaño existió un matadero de vacas municipal que se levantó en 1653 y que en el siglo XIX se convirtió en perrera. En algunas partes de España y como también pasó en Toledo, a veces los zurradores, guanteros y bateros procedían de diferentes países y recalaban en nuestro país buscando trabajo. Encontramos el caso de un aprendiz de zurrador llamado Juan Rosel, el cual contaba con 36 años cuando llega a Toledo para aprender el oficio en el taller de Simón Marçal. Al poco tiempo tuvo que abandonar la ciudad temeroso de que el Santo Oficio de la inquisición le detuviera, ya que en ciertas conversaciones con algunos toledanos había comentado abiertamente que vivió en Alemania junto a diversos luteranos. Poco después se le sigue la pista en Aranda de Duero donde sigue trabajando de zurrador y quizá motivado por la situación que se dio en Valladolid con las detenciones de los protestantes, decide marchar más al norte para recalar en Santo Domingo de la Calzada, donde finalmente muere en 1559.

En 1494 se data un expediente motivado a instancia del corregidor de Toledo para que se permita permanecer en su tienda al zurrador Antón de Madrid, ya que en ese momento había una orden que expresaba que los zurradores y curtidores debían ejercer su oficio fuera de la ciudad, ya que por cuestiones propias de su trabajo producían molestias a los vecinos de Toledo. El corregidor argumenta que el trabajo del tal Antón no molestaba a nadie, pues se dedicaba solamente a dar colores a las badanas y por ello se le debía dejar que continuase en su tienda habitual. Otro zurrador aparece en Toledo en 1679, llamado Andrés de Aguilar, alias el Zurrador, natural de Madrid, quien también era alguacil del corregidor, el cual fue detenido a instancias del promotor fiscal del Santo Oficio, ya que había ofendido a varios ministros municipales.

Como en otros antiguos oficios, la llegada de las máquinas y el proceso de industrialización de talleres y negocios, haría que este oficio de zurrador desapareciera prácticamente en unos pocos años, cuyo declive se extendería hasta el siglo XIX, momento en el cual se sumaría la indefensión que  tenían estos oficios que ya carecían de ordenanzas que les amparasen ante la competencia y acoso de las máquinas que se introdujeron en nuestra sociedad llevándose por delante decenas de antiguos oficios y tradiciones.

*José García Cano es académico correspondiente en Consuegra de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo.