La infancia guarda los recuerdos más vívidos de nuestra existencia. Tiempos en los que en el hogar cabían no solo padres y hermanos, sino primos y tías, benditas sean las mías, mientras la abuela demostraba cada día su fortaleza y su generosidad. Tiempos entrañables. Felices.
Hace cincuenta años, el Tajo formaba parte de la vida de quienes nacimos en los sesenta. Los de la zona de la Fábrica de Armas nos íbamos al entorno del Río Chico, junto a Tabordo, y allí nos sumergíamos en el agua, haciendo nuestros primeros pinitos como ¿nadadores?, disfrutando del privilegio que nos ofrecía la naturaleza en los cálidos estíos toledanos. No conocíamos el mar, pero teníamos el Tajo.
Un día, como suele ocurrir con las cosas buenas de la vida, todo acabó. Entonces ya se nublan los recuerdos y te ves nadando en la piscina de Palomarejos, dando por hecho que aquellas aguadillas en nuestro impetuoso Tajo, que nace en la Sierra de Albarracín y desemboca en Lisboa, eso lo aprendíamos en el cole, nunca volverán. Después, vienen otras preocupaciones, aunque te daña la nostalgia por aquel río que siempre será tuyo. Y de cientos, de miles de toledanos, que se quedaron huérfanos de su padre o madre, qué más da, natural.
La hecatombe: el trasvase, recuerdo la canción de May, la falta de depuración, los juegos políticos, un territorio que aplasta a otro, aun a riesgo de hacer sucumbir al débil, y un sibilino negocio económico, prolongado durante demasiado tiempo con la aquiescencia de los sucesivos gobiernos municipales en Toledo y autonómicos en Castilla-La Mancha, que se han limitado a hacer declaraciones contrarias al trasvase, que no han sido sino papel mojado, con gestos simbólicos y vacíos que se han apresurado a multiplicar, sin ningún pudor, cuando se acercaba la cita con las urnas. El último, le ha salido bordado a Tolón, que presume de ser persona non grata en Murcia. El Tajo, días después, sufría otro trasvase dictado por ese gobierno central al que, por desgracia, han plantado cara con más unidad los levantinos que los castellano-manchegos.
Claro que debemos recordar que hace cincuenta años se nos hurtó el placer de bañarnos en el río, pero es necesario que la música reivindicativa vaya sucedida de acciones que acaben con la agonía del río. Y que no consisten, precisamente en bailar sevillanas en el Rocío. ¿Pagadas por los toledanos? No creo, sería un delito.
Basta de politiqueo porque, como bien me decía el presidente de la Plataforma en Defensa del Tajo, Alejandro Cano, el protagonista ha de ser el río, no gobernantes que quieren llevarse el ascua a su sardina. Ahora que apostamos por la sostenibilidad, que estamos alerta ante el cambio climático producido por el desprecio con el que hemos tratado durante décadas nuestro medio ambiente, Europa, gracias a entidades ciudadanas, ha puesto los ojos en el Tajo para advertir que esa cloaca que rodea Toledo es un atentado que no puede mantenerse, que es preciso revertir.
La buena noticia es que se habla del Tajo, que los niños se implican en la defensa del río y que surge una luz al final del túnel para resucitar algo tan nuestro. Quienes han sido cómplices de la lenta agonía de nuestro río y ahora buscan, con impostadas declaraciones y escenificaciones vergonzosas, protagonismo y rédito político, son unos indecentes. Así de claro. Y feliz Corpus.