"La literatura se nutre de la memoria"

Esther Molinero (SPC)
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"La literatura se nutre de la memoria" - Foto: CECILIA ORUETA CARVALLO

Ocho años después de Distintas formas de mirar el agua y con el vaho perenne de La lluvia amarilla, Julio Llamazares se reencuentra con los lectores con Vagalume (Alfaguara), su séptima novela, en la que, fiel a su identidad de autor reflexivo y poético, intenta dar luz a varias cuestiones vitales. Por primera vez incorpora suspense en la trama. 

El día del libro, el presidente Pedro Sánchez adquirió tres títulos: Zapatos de lluvia, Spiculus y Vagalume. ¿Qué pensó cuando se enteró ?

(Ríe) Es que ya no sabe qué hacer para que le vote. Es broma. Me alegra mucho que el presidente Sánchez o cualquier ciudadano se interese por una novela mía. 

Su literatura no suele hablar de política sino de sentimientos, de nostalgias, de experiencias vitales que invitan a la reflexión... ¿Cómo surge la historia de Vagalume

La literatura no tiene nada que ver con la política, aunque evidentemente siempre hay un transfondo ideológico en ella como en cualquier actividad humana. En el momento que eliges un punto de vista, un tema, tomas partido. La literatura habla del pasado y del futuro pero sin olvidar el presente. Como todas mis novelas es una respuesta a una pregunta. Vagalume surge del interrogante ¿qué he hecho? ¿Por qué yo, al contrario de la mayoría de las personas, he dedicado mi vida a escribir, a contar historias, a inventar? ¿Lo he elegido, o la vida me ha cogido a mí para este oficio, que no es oficio, sino una actividad apasionante. Y ese es el fondo de la novela protagonizada por unos personajes que se reencuentran tras el paso de muchos años en una capital de provincia de interior donde ejercieron de periodistas y optaron por vivir, como la cita de William Faulkner con la que empiezo: «Entre la pena y la nada, elijo la pena». 

¿Le ha inspirado algún hecho real?

El impulso emocional fue una historia personal. Mi primer editor, Mario Lacruz, de Seix Barral, uno de los grandes de la edición española que publicó mis primeras novelas hace casi 40 años, era un hombre muy discreto y reservado. Yo tenía con él una relación afectuosa, pero no muy cercana; primero porque él vivía en la ciudad Condal y yo en Madrid, y porque no existía la tecnología actual. Lacruz falleció y al cabo de unos meses su hijo Max Lacruz me confesó que recogiendo la casa de Barcelona, en un armario cerrado con llave, (porque decía que allí guardaba las herramientas de bricolaje), se encontraron 12-14 novelas mecanografiadas, guiones de cine, una biografía de Gaudí y varios originales más que Mario Lacruz había escrito por las noches sin que lo supiera su familia. Su gente se pensaba que eran informes de su trabajo. Es decir, este hombre escribía de noche, a escondidas, como el protagonista de Vagalume, sin decírselo a nadie. Y voluntariamente decidió no publicar siendo él el máximo editor de entonces. De ahí mi interrogante de por qué hay gente que crea de manera anónima. 

Finalizada la novela, ¿ha obtenido respuestas a sus cuestiones? 

Más o menos uno va dando respuestas a su vida, pero ésta es una incógnita y escribir, que es mi pasión, también. Nos movemos en un mundo de misterios aunque creamos tener muchas certezas. En realidad, ignoramos muchas de las cosas que nos mueven en la vida y bueno, al final, tienes aproximaciones. Pero como decía alguien «cuando ya teníamos las respuestas, nos cambiaron las preguntas». Las cuestiones van cambiando como las nubes. Con los años aprendes más, intuyes las razones psicológicas, antropológicas que hay detrás de la necesidad, de la pasión que algunos tenemos por escribir. Es la misma que tienen los lectores por leer. Una es la cara A y la otra, la cara B.

¿Satisfecho con lo realizado?

No poseo elementos de comparación porque la única vida que tengo la he dedicado a esto. Hay una frase del escritor rumano Mircea Cártárescu con la que me siento identificado. Le preguntaron que qué haría si supiera que el último lector que quedaba en la tierra se había muerto y Cártárescu, sin inmutarse, respondió: «Seguiría escribiendo». Pues yo igual. Un escritor es aquel para el que la literatura es un fin en sí mismo, no un medio para algo, no un oficio, ni una profesión, ni una actividad dirigida a ganar dinero, popularidad o cualquiera de estos objetivos que mueven a mucha gente actualmente para ponerse a escribir libros. 

¿Y ese título tan corto con un significado tan sugerente y misterioso?

Me lo regaló alguien en una conversación. Para mí el título es fundamental, es el que da el tono, la melodía a la novela. Vagalume corresponde a una metáfora. Por una parte es la de los hijos pequeños que ven a su padre que es un maestro republicano, represaliado, que no puede ejercer su oficio. Como pasó en la realidad a muchos de los autores de novelas del Oeste o policíacas de quiosco. Y por otra, vagalume, luciérnaga en gallego, es una palabra preciosa, tal vez la más bonita junto a volvoreta que es mariposa. Además, tiene una doble sugerencia, en galaico vaga lume, es lumbre que vaga, infiere misterio y sugestión porque es la luz de la lumbre, del fuego. Esa imagen del escritor como vagabundo que no está quieto y que por las noches se mueve como una luz a la búsqueda de sentido, de la verdad. 

Estudió Derecho, usted dice que por accidente, pero ¿no cree que a lo largo de su vida literaria ha hecho una gran defensa del amor, la emotividad, la añoranza, el paisaje... 

Cuando escribo por las noches, cual vagalume, es como si me saliera del río de la vida. Pero a la vez estoy en el mundo y soy una persona con una conciencia, un espíritu más o menos crítico. Practico el periodismo, doy mi opinión en las columnas y participo de lo que ocurre porque me importa. Y sí, soy machadiano y romántico en el sentido en el que el hombre nos reflejamos en el paisaje. Éste no es un escenario o un telón de una obra de teatro que es la tragicomedia de la vida, si no que el paisaje es un espejo en el que nos reflejamos y que determina y condiciona nuestro carácter y forma de ser. Nosotros a la vez influimos en ese paisaje físicamente y espiritualmente. 

Como su admirado poeta portugués Miguel Torga, ¿sigue recibiendo órdenes de sus antepasados? 

La frase de Torga me parece definitiva porque los escritores, como las personas, por muy importantes que nos creamos, no somos más que gotas de agua en el gran río de la historia de la vida. Sí, sigo recibiendo órdenes de mis antepasados, pues no hay que olvidar que somos el fruto de la memoria personal y colectiva que heredamos.

 

Es una novela escrita en primera persona, ¿cuanto tiene de Llamazares?

Hay un poco de mí en cada protagonista. Se dice que los personajes son máscaras del autor y que ninguno nos representa fielmente, en todo caso, sería la suma de todos que pululan por la novela. Como el joven periodista que emigró a una ciudad más grande para prosperar, el introvertido Manolo Castro que guarda grandes secretos que se desvelan tras su muerte, su mujer que atiende en silencio y con estupor lo que acontece... 

Vagalume inicia con una declaración de Carracedo, un periodista escéptico: «A partir de una edad todos ya somos supervivientes». Usted con 68 años, ¿a qué ha sobrevivido?

A muchísimas cosas y personas. Cualquier persona ya es superviviente de sus padres, de amigos, de conocidos… en sentido físico porque ya no están, pero también a muchos acontecimientos. Yo vengo de un lugar que desapareció bajo el agua de un pantano, Vegamián, en León. El mundo minero y campesino en el que crecí ya no existe. España ha cambiado radicalmente por mucho que la gente no se dé cuenta. Entre la España de los años 60 y la de ahora hay siglos de historia. Mi generación pasó de la Edad Media a la postmodernidad en poco tiempo. Hemos pasado de la España agraria y arcaica a la digital. 

La novela bien puede ser un manual de periodista o de escritor con pautas como: «A escribir solo hay una forma de aprender: leer» o «un periodista no da respuestas, solo pregunta», «hay periodistas pragmáticos acostumbrados a transmitir las noticias sin cuestionarlas». 

-(Ríe) Bueno, no era mi intención dar lecciones a nadie. La literatura está para sugerir, no para demostrar y tampoco tengo yo grandes verdades en la cabeza. En eso, también soy discípulo de Machado, que decía: «A medida que me hago mayor tengo más dudas y menos certezas». Digamos que son reflexiones o frases que he escuchado en las redacciones o lo largo de mi vida. 

Aquí surge el eterno dilema del escritor nace o se hace.

Diría que las dos cosas, pero yo creo que nace y mi propio caso sirve de ejemplo. Me crié en un pueblo minero en los años 60 en el que no había casi libros y por supuesto ningún ambiente cultural y, sin embargo, desde que tengo uso de razón me recuerdo escribiendo. ¿Por qué?, pues no lo sé. Pero lo que sí entiendo es que es algo vocacional. 

En 216 páginas se diseccionan las tres vidas que dice que las personas tenemos: la pública, la privada y la secreta. ¿Cuál cree que hoy en día se cuida más? y ¿Julio Llamazares?

Creo que la que más cuidamos es la secreta, que no quiere decir que sea una vida prohibida o ilegal, o vergonzante o vergonzosa. Una cosa es la imagen pública que tenemos, cómo nos ve la gente, otra es la privada que es cómo nos vemos todos cuando estamos con nuestra familia, los amigos más cercanos que nos ven de otra forma diferente a la gente que nunca ha hablado con nosotros, y luego está la secreta que es la vida que todos guardamos dentro de nosotros y que nos la llevamos al otro mundo sin desvelarla, pero no porque sea algo de lo que arrepentirnos o avergonzarnos sino porque a veces ni sabemos verbalizarla. Son los sentimientos más íntimos y en esa vida secreta es en la que buceamos los escritores. Sobre mí, al fin y al cabo, mi vida secreta casi no existe porque está en mis libros.

La novela, dedicada a su hijo Julio, es una vuelta al pasado. ¿Qué cosas del pretérito evoca de forma recurrente o quisiera olvidar?

La literatura, no solo esta novela, se nutre de la memoria y ésta es lo que queda del pasado. Lo que hacemos los escritores es tratar de rescatar cosas, la mayor parte de las cosas posibles del río del olvido, del tiempo que se lleva todo. Por eso escribimos, por eso hacemos muchas cosas. Si las personas fuéramos eternas, inmortales, ni escribiríamos, ni haríamos muchísimas cosas de las que hacemos. La literatura no deja de ser un consuelo de la vida y del paso del tiempo. 

Manolo Castro se siente identificado con un puente olvidado. ¿Se ve usted reflejado en algún paisaje o edificio?

A veces en ese paraje, que lo conozco. Hasta que apareció el concepto de Vagalume el libro se llamaba El puente perdido. Es ese lugar hasta el que pasea todas las tardes el protagonista de la novela después de su jubilación y que es un puente en el que el río después de una gran riada desvió su cauce y ahora pasa a 100 metros. La pasarela se ha quedado sola, olvidada, inservible y poco a poco se ha ido cubriendo de maleza. Todos en el algún momento nos sentimos así, no creo que sea yo solo. A veces, ves que la vida va por otro lado y tú te quedas parado en mitad de ninguna parte sin saber muy bien qué pintas ahí. 

Al pintor Santamaría, el mejor amigo de Manolo Castro, le obsesionaba cuál será su último cuadro. ¿A Llamazares le intriga lo mismo?

Obsesionar de momento no, porque espero que me quede más tiempo todavía por delante pero sí que es una idea que nos pasa a todos por la cabeza saber qué será lo último que hagamos; habrá incluso quien lo tenga premeditado. Lo que me gustaría y lo tengo claro es que quiero volver al punto en el que empecé como escritor, a la poesía. Para mí es el género por excelencia, la levadura, la masa madre de la literatura. 

¿Teatro? ¿Coguionizar como lo hizo en Retrato de un bañista, Luna de lobos o Flores de otro mundo

El teatro no lo descarto, el único conato que he tenido sale en el capítulo Carácter y destino, cuyo título arranca de la frase de Heráclito: «El carácter de un hombre es su destino». En esos diálogos es donde el protagonista desvela su gran secreto. El cine está difícil y complicado. Yo nunca he escrito guiones de cine individualmente, siempre ha sido a petición y en colaboración con los directores como fue con José María Martín Sarmiento, Julio Sánchez Valdés o Iciar Bollaín, entre otros. 

 Ahora se habla mucho de los seres de luz, ¿quiénes son para Llamazares? ¿sus maestros? 

(Pensativo) Podrían ser. Yo soy de una familia de maestros, mi abuela, mi padre, mi hermana… Y sí que considero que eran luces en la oscuridad de una España bastante pobre y limitada. Pero hay muchas personas que irradian luz alrededor, que iluminan en su día a día con su forma de vivir, y no necesariamente tiene que ser maestros o escritores.