Félix no puede disimular su vínculo con la naturaleza en ninguno de sus proyectos, ni siquiera a nivel profesional ahora que ejerce como director general de Medio Natural y Biodiversidad. Estrenó esta semana su tercera novela, titulada ‘Café pergamino’, situada en «el corazón del mundo», en una Colombia salvaje, agrícola y a ratos, escarpada y soberbia. A este libro no le falta de nada porque sus personajes avanzan por las páginas luchando por la tierra, la convivencia entre blancos e indígenas, el amor y el desamor, la guerrilla, los cafetales, la familia, la amistad y las rivalidades.
Esta semana presenta ‘Café Pergamino’. ¿Contento de su publicación a pesar de que las circunstancias de la pandemia?
Nunca sabes cuando es bueno y malo publicar. El mundo literario se encuentra en un periodo complicado en el que no se pueden realizar presentaciones y ese encanto de charlar con la gente y comentar impresiones desaparece, pero también es un tiempo bueno para que la gente reflexione y pueda darse a la lectura. Hay que adaptarse a los tiempos y si algo nos enseña la pandemia es que el mundo es cambiante. Es necesario reinventarse y la presentación de la novela por videoconferencia llega a más gente porque se puede acceder desde cualquier sitio. Estoy contento con la apuesta de la editorial Kolima porque la novela ha visto la luz y lo que he hilvanado pasa a formar parte de la vida de más gente y es muy bonito.
Algunos pensarán que esta tercera novela la ha escrito durante el confinamiento, pero estaba ya lista cuando publicó la segunda, ‘El fuego callado’, el año pasado.
Sí. Es gracioso porque mucha gente me pregunta cómo saco tiempo para escribir y no sabe que con la agenda tan ajetreada que tengo con la Dirección General no puedo escribir. El gran truco de este libro es que estaba escrito antes de mi nombramiento. Ha sido para bien porque así sale a la luz, pero por otro lado la vida no me da para escribir. Además, estos tiempos de pandemia he tenido un trabajo intenso.
El título de este tercer libro, ‘Café pergamino’ es bastante sugerente. ¿Se ha ido quitando capas como ocurre con el café durante su proceso de elaboración?
Sí. ‘Café pergamino’ intenta reflejar que para entender verdaderamente las cosas hay que profundizar mucho más de lo que parece. Y ese café pergamino es el que todavía no sabes cómo está el grano y requiere un esfuerzo adicional antes de tostarlo. De alguna manera, mi eje literario está muy influenciado por mis inquietudes en relación a la sostenibilidad, la geopolítica, las relaciones sociales y cómo el ser humano se encuentra con la naturaleza. Me inspiró mucho mi viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta, en Colombia, dentro del proyecto ‘Cumbres del Pacífico, y la montaña que escalé con mi hermano se ha convertido en un escenario literario ideal. Ahí se junta el conflicto, la guerrilla, los paramilitares, los indígenas, el concepto histórico de Colombia, su vínculo con la hispanidad, la llegada del narcotráfico y la vida de las personas.
La ha escrito «en el corazón del mundo», como apunta en uno de los capítulos al referirse a Colombia.
Sí. En la visión de los pueblos indígenas ellos se encuentran en el centro del mundo y cuando estás ahí parece que están todos los elementos. Lo que pretendo es navegar por esas inquietudes mías relacionadas con la naturaleza y reflexionar porque, a veces, no comprendemos lo que está ocurriendo y es necesario ponerse en el lugar del otro, ver el problema con otra perspectiva, sacar conclusiones y construir para una mejor convivencia entre las personas y con la naturaleza. Sin ecología no hay vida ni economía que se mantenga. Si lo tenemos claro lo demás es secundario porque lo importante es resolver nuestro problema de acople en el planeta y con la naturaleza. A partir de ahí seremos capaces de vivir mucho mejor. Es una inquietud básica para mí.
Hay una frase en el libro, que aporta uno de los personajes como consejo, que impacta: ‘Los indígenas tenéis que beneficiaros del desarrollo o acabareis siendo un circo’.
El mundo ha cambiado tanto que es muy difícil mantenerse en la esencia de cada persona. Al mismo tiempo, la gran paradoja es que un mundo donde prima la inmediatez y la foto intentan decir mucho más que lo que hay de fondo. Muchas veces, determinados elementos, en este caso, un pueblo indígena, tan distinto, fotogénico y alejado de ti y tan exótico, lo percibimos con una visión occidental y provoca que estemos montando un circo porque nos viene bien así.
También está el hecho de que los indígenas quieran ser ellos y la necesidad de que seamos suficientemente respetuosos desde países más desarrollados para que ese pueblo sea capaz de evolucionar a su propio ritmo y con sus propios intereses. Si no hay una evolución coherente se producirá absorción y es lo que parece que estamos imponiendo.
También la novela aborda la necesidad de buscar la manera de que los cultivos sean sostenibles.
La ecología funciona de alguna manera como un avión, donde los pilotos van en una cabina con un montón de indicadores, de la misma manera que el avión está compuesto por un montón de placas y tornillos. Normalmente, si se pierde un tornillo o falla un indicador el avión va a seguir volando porque es suficientemente sofisticado y lo mismo ocurre con una naturaleza.
Sin embargo, hay un límite y cuando alteramos demasiado esos procesos ecológicos la vuelta atrás es muy complicada. En este contexto, el papel que tienen que jugar las actividades intensivas, como la agricultura, la ganadería, la explotación minera, el uso del agua, entre otras, es muy importante. Si lo hacemos de una manera sostenible tendremos ecología para rato y nuestra vida estará dentro de los límites de la sostenibilidad y habrá productividad para ésta y para las generaciones futuras.
En cambio, si hacemos lo contrario y perdemos la fertilidad de los suelos y las especies de fauna clave desaparecen no vamos a tener capacidad de producción suficientes para generar unas condiciones estables de vida. Hay que acoplarse mucho más a los ritmos de la naturaleza y hay que pausar algunos ritmos del desarrollo económico.
Sus novelas tienen mucha moraleja sobre protección ambiental. ¿La problemática del río Tajo podría inspirar alguno de sus proyectos?
Sin duda. El tema del agua en Castilla-La Mancha da para muchísimo, es un tema muy complejo y de manera directa me afecta en mi día a día profesional. Si hablamos del Tajo o del Guadiana, que tenemos la obligación de cuidar, nos hace reflexionar y ver que hay que ser muy responsables. El agua en nuestra región, no sólo en la cuenca hidrográfica del Tajo, da pie para muchas referencias literarias. Tal vez algún día pueda escribir para que otras generaciones tengan en cuenta el tema.
¿Tiene fecha ya su cuarta novela? Hace más de un año comentaba que ya tenía algo escrito.
Ahí vamos, pero no me aventuro a decir para cuándo. La literatura me ha enseñado mucho y cada proyecto tiene su tiempo. Tardé cuatro años en escribir ‘El árbol de los pigmeos’, ‘El fuego callado’, ocho meses y esta última, cuatro, porque fue sobre la marcha. Vivo un momento profesional muy apasionante y vocacional por esta tierra y el tiempo libre es muy escaso.