Hace tiempo que no resuenan los gritos de «Mujer, vida libertad» en las calles de Irán, ni se queman velos en las hogueras. Pero muchas jóvenes siguen resistiéndose a cubrirse el cabello, en un gesto de desafío al régimen persa tras la muerte de Mahsa Amini en 2022, de la que se acaban de cumplir dos años.
La víctima, una chica kurda de 22 años, perdió la vida tras ser detenida por no llevar bien puesto el hiyab. La Policía de la moral aseguró que sufrió «repentinamente» un problema del corazón y fue trasladada a un hospital de Teherán. Sin embargo, las circunstancias de su muerte fueron difusas, lo que desató unas protestas sin precedentes contra la República Islámica, reclamando unas libertades que a día de hoy no llegan.
La represión estatal de entonces causó 500 muertos, 22.000 detenidos y la ejecución de 10 manifestantes, dos en público, lo que terminó apagando el clamor de una generación que soñó durante un instante con otro país. Pese a ello, el descontento de buena parte de la población permanece intacto, aunque ya no se atrevan a gritar en las manifestaciones.
Por ejemplo, en las calles de la capital, pero también en cafeterías y tiendas, se observa a muchas jóvenes con la cabeza descubierta y algunas ni siquiera llevan un velo sobre los hombros, un gesto aparentemente trivial, pero lleno de significado.
«Esta revolución no nace a raíz del asesinato de Mahsa, nace después de 44 años de barbarie contra el pueblo iraní y, en especial contra las mujeres», afirma Nilufar Saberi, una activista que se exilió a España hace más de 40 años.
Recuerda que, antes de la llegada de los islamistas al poder, en 1979, la población femenina no era totalmente libre, aunque sí que habían logrado avances significativos en derechos: no debían cubrirse de forma obligatoria, podían acceder a la educación superior, trabajar en el sector público y privado y ocupar cargos políticos.
Sin embargo, la situación cambió radicalmente tras la instauración de la República Islámica, una teocracia fundada por el ayatolá Ruhollah Jomeiní.
«Nos privaron de todos nuestros derechos como seres humanos íntegros, nos convirtieron en propiedad de nuestro tutor varón, lamenta Saberi, para quien el país se convirtió en «un infierno». Las leyes basadas en la sharía impusieron un código de vestimenta obligatorio para las mujeres, prohibiéndoles salir a la calle sin el hiyab. Además, ellas tienen la mitad del valor legal de los hombres en temas como la herencia o con sus testimonios en los tribunales; en el ámbito laboral han visto severamente restringido su acceso a ciertas profesiones y posiciones de poder, y se ha limitado al permiso de sus tutores, todos varones.
«La desobediencia civil sigue viva. El hecho de que una mujer salga sin velo o con manga corta a las calles de Irán jugándose la vida es una manera de decir 'basta'», recalca la activista, sobre una resistencia que no se rinde a pesar de la brutal represión.
Una de las arrestadas por no llevar cubierto el cabello fue Samira, una guía turística metida a la fuerza en una furgoneta por las agentes de la moral. Durante la detención, su novio forcejeó con los policías varones y terminó en el suelo con rasguños. «Este sistema es un enemigo de las mujeres», lamenta la joven, liberada de una comisaría tras firmar un documento comprometiéndose a ponerse el velo. Sin embargo, Samira se sigue resistiendo y solo se pone el hiyab en zonas en las que sabe que están las patrullas.
Denuncias
En las últimas semanas, las autoridades han denunciado a la actriz iraní Sahar Dolatshahi por «realizar actos contrarios a las normas» a raíz de un baile en una escena de una serie, así como a la directora de cine Rakhshan Bani-Etemad y la intérprete Baran Kosari por asistir a la presentación de una película sin taparse el pelo.
Y, en un caso más grave, un grupo de activistas afirmó que una mujer quedó paralítica tras recibir un disparo en la espalda cuando conducía sin el hiyab.
Pese a la represión, las detenciones y los castigos, muchas se siguen sumando a la revolución. Es el caso de Laila, empleada de una tienda de electrodomésticos de Teherán, que revela que la muerte de Amini fue «la gota que colmó el vaso» no solo para ella, sino para muchos iraníes «hartos de la situación del país», quienes anhelan más «libertades». «La resistencia continúa y creo que le ganaremos el pulso a las autoridades», sostiene.