Me pregunta el conductor de una tertulia radiofónica si pienso que estos son días para que el presidente del Gobierno viaje al extranjero, con la que está cayendo en casa y la cantidad de explicaciones que se le reclaman. Sopeso pros y contras y concluyo que, en mi opinión, ese viaje, en el que, como mucho, Pedro Sánchez contestará (o evadirá) un par de preguntas 'molestas' de los periodistas que le acompañan, y eso quizá en la presencia 'dulcificadora' de un homólogo del país visitado, podría haberse realizado en otro momento. Porque estos son días para pensar en otras muchas cosas prioritarias a las relaciones con Brasil o con Chile, dicho sea sin ánimo de desmerecer tales lazos, por supuesto.
Por ejemplo, son estos días para pensar, entre otras cosas, en el edadismo. Lo digo porque ya es definitivo que en las elecciones de los Estados Unidos se van a enfrentar dos candidatos que, entre ambos, suman la no desdeñable cifra de 158 años. Uno de ellos, para mí, lo digo con recato, el más presentable, evidencia, con 81, claros fallos de memoria. El otro tiene, a sus 77, a las espaldas una vergonzosa trayectoria de irregularidades, vamos a llamarlo piadosamente así. Y entre ambos los norteamericanos elegirán en noviembre a quien va a tener en sus manos los destinos del mundo. Bueno, del mundo occidental, porque Putin, 71, va a ser reelegido, dentro de pocos días, zar de todas las Rusias, o cargo equivalente en la realidad de las cosas.
Dígame usted si no es para echarse a temblar, máxime cuando Úrsula von der Leyen, 65, y Josep Borrel, 76, van por ahí advirtiéndonos de los riesgos ciertos de que la guerra de Ucrania se extienda por Europa, y el Papa Francisco, 87, ha reiterado que una especie de Tercera Guerra Mundial está ya instalada, sin bayonetas ni bigotillos, pero con las ondas y las redes de Internet, entre nosotros.
Lo peor es que decir esto que aquí apunto, y remachar que en ello se centran mis máximas preocupaciones por el futuro de mis hijos y de mi recién nacido nieto Gorka -un día de estos le escribiré una carta abierta-, hace que recaiga sobre uno un alud de acusaciones: este tipo quiere tapar con la información internacional los escándalos que se producen en el interior, de la misma manera que Pedro Sánchez hace gasto innecesario yéndose de viaje a Brasil y Chile cuando ante sus narices explotan en España todos los escándalos, dicen los más iracundos. Y no: no es que minimice el 'caso Koldo', o llámelo si quiere 'caso Ábalos', o exagere un poco nombrándolo 'caso Armengol' (creo que el PP se anticipó exigiendo su renuncia como 'cooperadora necesaria en el 'koldogate', aunque a mí no me convencieron muchas de sus tardías explicaciones), o tire la piedra aún más lejos llamándolo 'caso Begoña'; nada de eso.
Simplemente, es que pienso que hay que dimensionar las cosas, dando a Sánchez lo que es de Sánchez y a Trump lo que es de Trump, y conste que ningún ánimo de comparar o equiparar tengo con este comentario, ya que nadie es comparable al excesivo, peligroso, candidato republicano a la Casa Blanca, conste. Y, si estamos ante un trago pestilente en la política doméstica, los nubarrones que se apilan en el exterior creo que necesitan aún mucha más atención, muchos más cuidados y muchos más equilibrios y sentido común que la gestión de los 'affaires' nacionales, donde, por cierto, el Gobierno -y la propia señora Armengol, que no acertó del todo con sus explicaciones- se está luciendo a base de darse tiros en el pie, entre otras, en materia de comunicación.
Sí, yo defiendo que el presidente de mi Gobierno viaje al extranjero, aunque no sea más que por las mismas razones que, recuerdo, Gorbachov esgrimió un día, en presencia de periodistas, ante Felipe González: "me gusta viajar fuera, porque en el mundo exterior soy aplaudido, mientras que en Rusia soy odiado", le dijo. A mí, lo que de veras me angustia no es que el presidente, sea o no odiado aquí dentro, viaje al mundo exterior porque hay vida más allá de la Moncloa; ni siquiera cuando, en pocas horas, se dilucidará la aprobación de una ley de amnistía que, intuyo, acabará con la vida política del actual presidente, y lo veremos. Lo que me inquieta más es que, mientras, ni responde a nuestras preguntas en suelo patrio ni parece demasiado atento a los avisos apocalípticos generados por esa gerontocracia, que son avisos que a algunos nos aterrorizan más que nada, ya digo, pensando en nuestros hijos y nuestros nietos; Gorka que vienes al mundo, del mundo te guarde Dios.