El general Francisco Franco, uno de los militares más importantes de entre aquellos que se sublevaron en julio de 1936 contra el Gobierno de la Segunda República, fue nombrado generalísimo por los suyos el 21 de septiembre, dos meses después del inicio de la contienda. El lugar escogido para la distinción fue un hospital de campaña levantado junto al aeródromo de Matilla de los Caños del Río, un pequeño pueblo de la provincia de Salamanca situado a medio camino entre la capital y Ciudad Rodrigo.
Dentro del barracón se reunieron, entre otros, los generales Emilio Mola, Gonzalo Queipo de Llano, Fidel Dávila, Asensio Cabanellas, Andrés Saliquet o Alfredo Kindelán, representantes de la Junta de Defensa Nacional que organizaba el esfuerzo bélico de los insurgentes. «Según las descripciones aportadas por la prensa, el interior estaba decorado con las fotografías de los jefes y oficiales que estuvieron presentes, mientras que fuera ondeaban las banderas de España y de la Falange», explican Alberto González y Carlos Vega en una reciente publicación disponible en el Museo Virtual de la Guerra Civil Española.
Entretanto, y casi al tiempo que se consumaba el ascenso de Franco, se producía la última etapa del asedio republicano al Alcázar de Toledo, donde los leales al bando nacional permanecían atrincherados desde el inicio de la contienda. El mismo día de la distinción a Franco, se produjo un importante bombardeo sobre los edificios colindantes a la fortaleza. Un día después, sin embargo, las tropas sublevadas se acercaron a pocos kilómetros de la ciudad. El día 28, se produjo la toma del gran edificio castrense por parte de las tropas que mandaba el general José Enrique Varela y la consiguiente liberación de los refugiados, con el coronel José Moscardó al frente.
El Alcázar, uno de los símbolos de la Guerra Civil, necesitó una larga restauración tras los daños sufridos en el verano del 1936. Convertido en símbolo propagandístico por el nuevo régimen surgido en 1939, el edificio militar recibió en 1941 el barracón donde Franco había sido proclamado generalísimo, uno de los apelativos que empleó hasta su muerte. El habitáculo se incorporó a las ruinas del Alcázar, una suerte de museo sobre la gesta bélica allí ocurrida. Tal estancia «permaneció en la explanada oriental hasta que, en 1948, a finales del mes de abril, un vendaval lo derribó y quedó completamente destruido».
Los restos del devastado barracón se trasladaron al Museo del Ejército de Madrid. En 1956, el propio Franco inauguró una réplica en Matilla de los Caños del Río. Sobre el primigenio, González y Vega aseguran que «en la actualidad, se desconoce si se conservan los restos del barracón original».