Todo parecen buenas noticias profesionales para la arquitecta toledana Sandra Fernández. Un año después de finalizar sus estudios en la Escuela de Arquitectura de Toledo, está trabajando en el Consorcio de la ciudad, donde desarrolla un proyecto de arbolado entre Bisagra y Zocodover y realiza análisis de los conventos. Además, acaba de recibir un importante galardón. Gracias a su proyecto fin de carrera, Fernández es una de las ganadoras de la XIV Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo, promovida por el Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana.
Clave en este premio ha sido de idea de que cuando la arquitectura recoge la esencia de su emplazamiento y la hace suya tiene la capacidad de potenciar la identidad del sitio donde se proyecta. Partiendo del encargo de una vivienda para Brigitte Bardot en el golfo de Nápoles, Fernández investigó sobre la isla italiana de Vivara, junto a Procida, en una reserva natural. El barco es un destacado medio de transporte en el golfo y más aún en esa zona, de forma que la toledana decidió imaginarse la casa como si fuera un barco. Hablamos de la Mare Domun.
Lugar idílico. El trabajo proyecta una casa, la Mare Domun, que nace de la tierra y se relaciona con el mar en todas las escalas del proyecto. Se sitúa en un lugar idílico, frente al infinito horizonte marino que coloca al visitante frente a lo desconocido y el deseo de recorrerlo; una casa ante el mar cambiante, en calma o con fuerza, que impacta en los bordes rocosos erosionando y dando forma a las islas.
Premio a una arquitecta toledana por su fin de carreraLa Mare Domun se asienta en una ladera erosionada, con una serie de terrazas y ahí es donde Fernández aprovecha las plataformas para organizar la vivienda en torno a estas terrazas en tres alturas. Al final, el inmueble en sí tan solo tenía en torno a cien metros habitables, aunque en realidad la vida se hace en las terrazas, de cara al mar.
Está situada en la isla de Vivara, en una ladera de toba erosionada situada al suroeste, un lugar apartado y aislado, con gran presencia del viento y oleaje, buscando su lugar en las terrazas erosionadas que se encuentran. A la vivienda se accede solamente en barco y a partir de ahí se tiene que hacer un recorrido que se relaciona con el mar de varias formas. Sube por una ladera y pasar por una fortificación napoleónica, a través de la vegetación de la isla, hasta una pasarela colgada en el acantilado y de ahí un primer espacio de la vivienda, una zona de descanso.
La casa crece sobre sí misma, con plataformas que salen de la roca y vuelan unas sobre otras y sobre las que aparecen unos muros que forman unas capas de protección. Las mareas del lugar hacen que algunas de las plataformas y cubiertas queden en algunos momentos ocultas bajo el mar, teniendo diferentes espacios útiles a lo largo del día, semana o mes.
Los cimientos del inmueble son de la piedra volcánica del espacio y los suelos son de madera, a modo de embarcación. Las cubiertas cáscaras se construyen con cuadernas de barcos girados. Éstas llegan hasta la casa flotando, arrastradas por un barco grúa que posteriormente las situará en la roca. Las cubiertas son elementos independientes a las plataformas, actuando de forma diferente al colocarse en distintas posiciones.