Doña María Guadalupe Lancáster y Cárdenas Manrique, IX duquesa de Maqueda decidió en 1709 establecer una dotación a los pobres de las localidades toledanas de Gerindote y de Torrijos, para que se aumentase la devoción al santo rosario en estos dos lugares. Esta noble nació en Azeitão (Setúbal, Portugal) y también -entre otros títulos- fue VI duquesa de Aveiro y consorte del VI duque de Arcos, uno de los títulos nobiliarios más importantes de nuestro país. Fue hija de don Jorge de Lancáster, duque de Aveiro y de doña Ana María de Cárdenas y Manrique de Lara, duquesa de Maqueda. Su esposo fue don Manuel Ponce de León con quien se casó en 1666 y tuvo a su hija Isabel Ponce de León, la cual llegó a ser duquesa consorte de Alba. No podemos olvidar que María Guadalupe fue una mujer muy culta, además de pintora bien reputada y en alguna crónica se afirmó que había sido incluso discípula de Velázquez, destacando entre las nobles de la época por sus dilatados conocimientos, llegando a dominar varios idiomas y a poseer una impresionante biblioteca de más de cuatro mil volúmenes, como así consta en un inventario custodiado en el toledano Archivo de la Nobleza, en el Hospital Tavera. Sabemos que sor Juana Inés de la Cruz dedicó a María Guadalupe un romance en el que la define como «gran Minerva de Lisboa». Ejemplo del apego que tuvo a nuestro país, es el lugar que eligió María Guadalupe para enterrarse, ya que sus restos fueron sepultados en el precioso monasterio de Guadalupe (Cáceres), advocación a la que tuvo mucha devoción durante toda su vida y lugar donde envió muchos donativos, construyendo además en su interior un camarín para esta imagen. Allí sigue su cuerpo, bajo el trono de la virgen, como ella dejó dicho antes de morir.
Como curiosidad genealógica María Guadalupe de Lancáster era descendiente del aventurero inglés John of Gaunt y de otros nobles portugueses de los que heredó además del apellido, una cuantiosa fortuna, llegando a ser junto a los duques de Medina Sidonia y a los de Feria, los mayores terratenientes de Granada, Extremadura y Jaén.
En la donación a la que hoy hacemos referencia, se insiste en que los vecinos de Gerindote y de Torrijos debían fomentar el culto al rosario, debiendo acompañar al estandarte y realizar las correspondientes rogativas todos los domingos, recibiendo por ello un real de limosna, que les entregaría el párroco de cada municipio, el cual debía administrar estas ayudas convenientemente y tal y como había establecido la fundadora. A los muchachos que no asistiesen a la procesión no se les daría «ni una blanca» ya que era obligación el acudir a la misma. La duquesa se comprometía por todos los días de su vida en continuar con esta limosna y los párrocos debían enviar cada mes, los datos sobre el cumplimiento puntual de todo lo ordenado por doña María Guadalupe. Además la misma duquesa podría designar una persona de su confianza para velar que se ejecutasen convenientemente sus deseos e igualmente remitió copias auténticas del documento de donación a los ayuntamientos de Gerindote y de Torrijos. En él se fijaba la obligación de entregar la limosna desde el 1 de enero de 1709 y las cantidades establecidas fueron de 760 reales para Torrijos y 240 para Gerindote. Se conserva uno de los recibos que el cura de Gerindote, don Juan Caballero, recibió de don García Fernández Bazán al recibir los 240 reales de vellón que debía entregar a los pobres de la localidad que acudiesen «al rosario por las calles de la villa todos los domingos y las festividades de Nuestra Señora», si bien no podemos precisar hasta qué momento se siguió realizando esta limosna para los pobres de estas dos localidades toledanas.
Detalle del documento de donación. - Foto: Archivo de la Nobleza de Toledo Ref. Baena CPara entender mejor el origen de este tipo de donaciones muy comunes en los nobles del momento, debemos recordar la religiosidad imperante en aquella época, presente no solo en la vida de aquellos hombres y mujeres, sino también en sus legados, realizados de cara a su muerte y al beneficio espiritual que se conseguía con estas mandas. En el propio testamento de María Guadalupe Lancáster y Cárdenas, aproximadamente la mitad de sus últimas voluntades se dedicaron a asuntos religiosos y espirituales, sirviendo como ejemplo la referencia que hace en su testamento a tres ángeles como sus ángeles tutelares y a cuarenta y tres santos que relaciona uno tras otro, como solía hacerse en este tipo de documentos testamentarios, a los cuales nombra como sus abogados en el trance final de su vida. Igualmente dejó establecidas otras tantas donaciones hacia su marquesado de Elche y a multitud de conventos e iglesias.