El regreso de las noches mágicas

Diego Izco (SPC)
-

El Real Madrid volvió a interpretar una partitura imposible para alcanzar su 33ª semifinal. Una expulsión mató al Barcelona, una idea de fútbol al Atlético de Madrid

Bellingham (i) presiona a Rodrigo para intentar arrebatarle la pelota. - Foto: ADAM VAUGHAN (EFE)

El fútbol es muy fácil de jugar y sencillo de explicar. Casi todas las excepciones llevan la rúbrica del Madrid en una noche europea. La historia de la presencia blanca en su 33ª semifinal de la Copa de Europa (11 más que el Bayern, su próximo rival) tiene muy poco que ver con el juego. «¿Cómo explica el triunfo del Madrid?», le preguntaron a Guardiola. «Es fútbol». 

El City fue mejor, disparó más (34 a ocho), tuvo más posesión (64 por ciento a 36), atacó muchísimo más (120 a 19), lanzó más córners (18 a uno), tuvo más puntería (11 tiros a puerta y dos balones a la madera)… pero pesó más la historia, la tradición, el escudo, lo inexplicable, la inagotable competitividad blanca, el espíritu de Juanito, la 'flor' de Zidane,  la fortuna de Ancelotti (que siempre ha llegado a semifinales con el Madrid) y cualquier otro factor etéreo que poco tenía que ver con la pelota. 

Hubo resistencia, solidaridad y una fe inquebrantable. «Para ganar aquí, solo hay una manera», decía orgulloso el italiano en la sala de prensa… el mismo técnico que pidió a Kepa cuando se lesionó Courtois porque no se fiaba de Lunin. Mientras el 'planeta-fútbol' más sesudo le sigue buscando explicaciones a estas noches de magia blanca, el merengue medio disfruta con eso que describía el humorista como 'ADN Real Madrid': «Vas a un examen de 10 preguntas, respondes cinco y sacas un ocho». En Europa, ese ADN lo arrasa todo. 

Expulsados

En anteriores ediciones, el equipo fue un cadáver del que no se podía extraer ni una noticia positiva. El pasado martes, el culé salió triste, orgulloso, indignado, resignado, esperanzado, furioso y satisfecho. Todo al mismo tiempo. 

Se equivocó Araújo, pero acertó Raphinha; se equivocó Cancelo, pero acertó Lewandowski; se equivocó Xavi, pero se va a final de curso; acertó el árbitro en la expulsión -'faltita', pero si la pita es roja-, se equivocó en el penalti de Gündogan -si pitas el contacto de Araújo, pitas el de Vitinha-; se frenó bien a Mbappé, pero metió dos goles… ¿cómo analizar semejante caos? La inferioridad lo explica todo. Hubo dos eliminatorias. Una de 120 minutos, 11 contra 11, que se saldó con un 4-2 a favor de un buen Barça. Hubo otra de 60 minutos, 10 contra 11, en la que el PSG ganó por 0-4.

Sí: otros años no había brotes verdes por ningún lado para justificar la eliminación de un bloque sin alma; esta temporada, al menos, hay algo a lo que agarrarse para no caer en otro (clásico) episodio de depresión y autodestrucción azulgrana. 

Incapaz

Justificar la eliminación del Atlético en el fallo de Morata a los cuatro minutos es hacerse trampas al solitario. «Si llega a meterla» tiene la misma validez que «si el Bayern llega a marcar alguno de los 47 tiros que no le entraron en la semifinal de 2016». El equipo es un coladero a pesar de la línea de cinco, y Oblak lleva 11 partidos consecutivos recibiendo gol. Mejor mirar hacia atrás que hacia el 'nueve': los colchoneros han encajado 36 goles en 2024, el cuarto que más de Europa. 

Del desastre de Alemania se infiere que ni sabe dominar ni ser favorito, que es mejor boxeador de contra que de ventaja. Fue gigante ante el Inter en octavos y 'enano' contra un Dortmund pasional, físico y solidario que siempre creyó en la remontada... e hizo cuatro.

La vieja Europa

Las apuestas que apuntaron al brillante Arsenal como semifinalista se rompieron con frustración:un Bayern menor, que va a terminar la Bundesliga a una 'puntada' del Leverkusen (ahora mismo son 16 de desventaja) y que ya ha 'despedido' a Tuchel hizo valer los códigos de la vieja Europa, donde el peso del escudo y la tradición valen más que un puñado de buenas intenciones y fútbol primoroso. Que se lo pregunten al City.