Los restos de Federico Martín Bahamontes ya reposan en el cementerio municipal de Toledo. El ciclista ha sido enterrado en la tarde del miércoles en la intimidad, acompañado por unas pocas decenas de allegados, por expreso deseo de su familia. La sepultura ha sido el último capítulo del adiós emocionado que la ciudad ha brindado a su último gran ídolo. El hombre desaparece; el mito pervive. La estatua del Águila en la calle Armas, colmada de pequeños homenajes, es desde ayer un monumento civil a la memoria colectiva de varias generaciones de toledanos.
Minutos antes de las 17.00 horas, el cuerpo sin vida del ciclista abandonó el Ayuntamiento. Volvieron a resonar los aplausos durante el breve trayecto que separa la sede consistorial de la catedral primada. El féretro, recibido en la seo metropolitana por su titular, accedió al templo por la Puerta Llana. El presidente de Castilla-La Mancha Emiliano García-Page, el alcalde Carlos Velázquez, los exalcaldes Milagros Tolón y Juan Ignacio de Mesa, la presidenta de la Diputación Conchi Cedillo y diferentes representantes del mundo político, empresarial, militar, social y deportivo de la ciudad se reunieron en la celebración de exequias. Tres de los campeones españoles del Tour de Francia, Perico Delgado, Miguel Induráin y Carlos Sastre, también participaron de la ceremonia de despedida del pionero de la bicicleta en el país.
El arzobispo Francisco Cerro Chaves, flanqueado por la venerada imagen mariana del Sagrario y por un maillot amarillo que el Águila regaló después del gozoso verano de 1959, recordó la toledanísima condición del difunto, un amor permanente y correspondido por sus vecinos. La marcha de Bahamontes, además, ha coincidido con la preparación de la solemnidad del 15 de agosto, querido festejo también para el Águila. «Es muy significativo que haya muerto en las fechas en torno a las que celebramos a la Virgen del Sagrario», apuntó el celebrante. El Águila ha perecido «en plena novena de una fiesta tan toledana, tan nuestra». Durante su homilia, Cerro Chaves se reconoció como aficionado al deporte y celebró los «valores que nos enseña», una actitud habitual en la carrera del ciclista perdido.
Bahamontes es enterrado; el Águila ya vuela hacia la eternidad - Foto: Ismael Herrero«Después de tantas metas volantes ha llegado a la meta final», explicó Cerro Chaves. Con el convencimiento de que no muere quien tiene a alguien que «lo lleve en su corazón», el arzobispo remarcó el deseo cristiano de reencuentro en el más allá para escuchar a Bahamontes «contar sus hazañas en el Tour». Además, reivindicó «el pundonor y la fe» que caracterizaron al ciclista como guía frente a cualquier tribulación «y para superar las adversidades».
Finalizado el oficio, el féretro de Bahamontes fue introducido en el coche fúnebre rumbo al cementerio. Antes de partir, un vecino recitó una poesía que fue respondida con la ovación unánime de cuantos se agolpaban frente a la Puerta Llana. El Águila ya descansa en la ciudad que marcó su trayectoria personal y profesional. La luz del mito, una categoría que Fede -tal fue su carisma- alcanzó en vida, seguirá brillando.