Es el nombre del diputado socialista por Teruel que se equivocó ayer cuando fue llamado a votar la investidura de Alberto Núñez Feijoo. Dijo sí en lugar de no y un murmullo se formó en el Parlamento. En realidad, la cosa no dejaría de ser anecdótica, si no fuera porque uno tiene la sensación de vivir hace tiempo ya instalado en la psicología del error, donde lo bueno es malo y viceversa. Es como si todos los espejos cóncavos del callejón del Gato se hubiesen unido de golpe para dar la imagen completamente deformada de este país en la segunda década del Veintiuno. Hay algo que no funciona, mitad grosería, mitad desplante. Cuando lo más celebrado del debate es el silencio del presidente del Gobierno y su sustitución por un mamporrero de saldo, es que algo no funciona. Y todo estará muy bien y pintará fenomenal. Pero hay algo que no cuadra.
Hay algo que no cuadra cuando un prófugo dictará la política de este país los próximos cuatro años. Hay algo que no cuadra cuando las pilas del pinganillo se agotan y uno no sabe lo que le está diciendo su socio de gobierno. En realidad, desde que Sánchez fue a la pija y la quinqui, no cuadra nada por ninguna parte. Porque él es las dos cosas a la vez y ninguna. Yolanda Díaz no deja hablar a su grupo mayoritario, que sigue siendo Podemos, y salva la cara porque Guerra le dice que va a la peluquería. Se queda callada, en cambio, en el escaño y manda al comunista Santiago, que ya ha aprendido maneras y se pone corbata como Anguita. La intervención se divide en cuarto y mitad, como España, y la bancada azul se sonríe. La orquesta del Titanic sigue tocando hasta el final.
Herminio Rufino tiene un nombre épico, sonoro, como Bernarda Alba, Rolando, Mío Cid o Arcadio Buendía. Ciertamente, emparenta con esos nombres cerrados, oclusivos, que Cela ponía a sus personajes. Pero la cuestión es que estamos instalados en la psicología del error cuando el líder de la oposición parece el presidente del Gobierno y este, en cambio, un juerguista de feria. Las mandíbulas se le salían a Sánchez contemplando la actuación del ex alcalde de Valladolid. De perdedor a perdedor, ¿tanta bilis cabe en ese cuerpo? Menos mal que los pucelanos reaccionaron a tiempo.
Lo ocurrido estos dos días en el Parlamento da la medida de lo que somos, un país sin rumbo, perdido, donde vale mucho más la sociedad civil que su clase política. Todo va unido, en realidad, pero cuando la política se ha convertido en profesión sin liderazgo, poco pueden atesorar ya los padres de la patria salvo la partida de nacimiento. España tiene unos hijos formidables y siempre que llega al precipicio, encuentra la fórmula para salvarse. Un amigo mío sostiene que, en realidad, los españoles somos unos cachondos y votamos una cosa y la contraria. Es lo que ha ocurrido en estos dos meses que van de mayo a julio. El tahúr se ríe sin reparar en que la soberbia es el primero de los pecados capitales. Contra la soberbia se contrapone la humildad y desde David y Goliat la historia está llena de pasajes donde ocurrió lo imposible e impensable. Ahora caerá Feijoo, pero ni hasta el propio Page callará por más que se lo digan. Como se lee en el Evangelio, «si estos callan, gritarán hasta las piedras». Herminio Rufino casi lo consigue. Me acordé de Luz Casal. Rufino, me invita a comer langostinos.