Las milicias. La defensa y la seguridad un asunto de todos

Arx Toletum
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Casi desde el principio de la presencia española en ultramar, la Corona asumió la defensa de todos los territorios donde tenía jurisdicción

La nueva exposición temporal del Museo del Ejército, lleva por título: Blancos, pardos y morenos. Cinco siglos de americanos de España en el Ejército. Aunque el epígrafe es revelador, puede que haya lectores que desconozcan a que se refiere el nombre que lo encabeza. Vamos a intentar aclararlo en los siguientes párrafos.

Casi desde el principio de la presencia española en ultramar, la Corona asumió la defensa de todos los territorios donde tenía jurisdicción; aquella defensa se basaba en tres pilares fundamentales: las fortificaciones, la Armada y el Ejército. Las fortificaciones se erigían fundamentalmente en lugares costeros considerados estratégicos. El Ejército, a su vez, lo constituían las fuerzas regulares de guarnición en aquellas plazas, y unidades peninsulares que periódicamente eran enviadas a ultramar como refuerzo de las primeras. 

Las fuerzas regulares o guarniciones iniciales las componían las compañías de presidio, que más tarde se transformarían en regimientos o batallones, fuerzas a todas luces escasas para ejercer la necesaria disuasión a las amenazas que se cernían sobre unos territorios que no dejaban de crecer. 

Respecto a las tropas de refuerzo, la dificultad de enviar tropas fuera de Europa, donde casi siempre estaban empeñados nuestros ejércitos, las grandes distancias que hacían difícil una respuesta adecuada y el elevado coste que suponía la creación o movilización de unidades hizo plantearse la necesidad de reforzar las fuerzas de dotación con otro tipo de unidades autóctonas, las milicias. 

Según el Diccionario de Autoridades son milicias: «los cuerpos formados de vecinos de algún país o ciudad, que se alistan para salir a campaña en su defensa, cuando lo pide la necesidad, y no en otra ocasión». Eran por lo tanto unidades formadas por civiles que resultaban mucho más económicas, pues solo recibían remuneración en caso de movilización. Además, los propios milicianos debían costearse su uniforme y equipo, en algunos casos hasta el armamento, munición y pólvora. En los periodos de paz se dedicaban a sus labores y oficios, limitándose a realizar instrucción una vez al mes. 

Las milicias fueron urbanas, gremiales o locales, y provinciales, y se fueron organizando y estructurando en los siglos XVII y XVIII. Inicialmente adolecían de escasa instrucción y poca efectividad, como quedó patente en la guerra de los Siete Años (1756-1763) a la que España se incorporó tarde debido al 'Tercer pacto de familia' (1761) y donde se perdió Manila y La Habana, tomadas por las tropas británicas (1762). Finalizada la guerra recuperó España estas dos ciudades, pero a cambio de entregar Florida a Gran Bretaña. A raíz de ese momento Carlos III, llevó a cabo una remodelación importante militar en ultramar, alumbrando la creación de las 'milicias regladas o disciplinadas', esto es, sujetas a un mismo reglamento y dependientes de la Corona, lo que elevó extraordinariamente su eficacia. 

Las milicias, tanto las urbanas, provinciales, como las regladas jugaron un importante papel en la defensa de los intereses patrios en Hispanoamérica desde un principio y hasta más allá de las guerras de independencia.