La doctora Ana Victoría Mazo, responsable del departamento de Paleobiología del Museo de Ciencias Naturales de Madrid, tiene que repetir el dato ante la incredulidad de su interlocutor a la hora de datar unos huesos que una vez aparecieron en una habitual excavación de arcilla en La Sagra para suministrar a sus fábricas de tejas y ladrillos. «Procede de la Era Terciaria, y puede tener una antigüedad de 14 millones de años». Los restos tan venerables de los que habla, que convierten a la Prehistoria del hombre en un simple ayer, son los del denominado ‘Mastodonte de Yuncos’. Este antiquísimo antepasado de los actuales elefantes, encontrado en la villa sagreña en 1970, es ahora uno de los iconos de una campaña en las redes sociales lanzada por el Museo para divulgar su afamada colección de Paleontología, codeándose con esqueletos de dinosaurios y otros especímenes que aún asombran porque llegaran a existir donde menos nos podemos imaginar.
El que estos huesos fosilizados aparecieran en un terreno arcilloso no es casualidad. Aquella arcilla lacustre es lo que queda de un lago que debió existir en los tiempos en que este ejemplar joven de Gomphotherium angustidens, junto a sus voluminosos congéneres, agitaban su trompa por un territorio muy diferente al que conocemos ahora. Como científica, la doctora Mazo rechaza definirlo con adjetivos de nuestra Era como ‘tropical’, pretextando que «desde luego no estuvimos allí para verlo». Pero sí reconoce que el entorno en que se movía debía estar caracterizado «por un clima que sería muy diferente al actual. Habría más calor y, seguramente, una vegetación mucho más exuberante que la que vemos ahora».
14 millones de años después, es aventurado saber las causas por las que pudo morir un animal joven, de unos 1,5 metros de altura, que básicamente se alimentaba de hojas, ramas de árboles, frutos e hierba. Pero sí se sabe cómo tuvo que ser el lugar donde murió para que pudiera darse el milagro de que su esqueleto, conservado casi entero, llegara a nuestros días. «Murió prácticamente a la orilla del lago -narra la doctora. y tal vez el cadáver flotó en el agua un tiempo, porque quedó reclinado sobre su lado derecho. No sabemos si se quedó en la orilla y allí el agua lo alcanzó o ya murió en una zona parcialmente encharcada. Pero que le cubrió el agua enseguida sí, porque si no se hubiera cubierto muchos de sus restos los habrían devorado otros animales».
Esta circunstancia ha hecho que, de los más de 100 hallazgos de mastodontes de los que se tienen conocimiento en España, «el de Yuncos es especialmente bueno», resalta Mazo. «Solemos encontrar piezas dentarias aisladas o algún hueso, pero el de Yuncos es fantástico porque tiene la cabeza, media mandíbula y muchísimos de sus huesos en conexión». Se estima que a nuestros días ha podido llegar un 85 por ciento del esqueleto del animal.
un acto generoso para la posteridad. Fueron pasando milenios de cambios que desafían nuestra capacidad de contar el tiempo hasta que la osamenta del mastodonte quedaba sepultada a 18 metros de profundidad. Pero la acción humana los hizo volver a la luz. En septiembre de 1970, unos jóvenes operarios de la empresa Cerámica de Yuncos, cuando manejaban una pala excavadora en las afueras del municipio para extraer arcilla, notaban que topaban por algo duro. Parando la máquina, vieron algo que no se correspondían con algo que pudieran conocer.
En aquel momento, Mazo destaca la responsabilidad demostrada por los dueños de la cerámica , los hermanos Félix, Alberto y Venancio López Alonso. Lejos de desentenderse del hallazgo y mantener la extraccion de arcilla, lo que en aquel entonces podían haber hecho sin problema, pusieron el hallazgo en conocimiento de las autoridades científicas, junto con las piezas dentales de otro mastodonte. Expertos del Museo de Ciencias Naturales y de países como Suiza o México acudieron a Yuncos y durante varios meses estudiaron sobre el terreno al mastodonte. La expedición científica, comandada por el profesor Juan Laguna Vélez, consiguió extraer los restos para incluirlo en las colecciones del Museo en enero de 1971. El descubrimiento tuvo una importante repercusión en aquellos días, figurando en las páginas de diarios como ‘Abc’, ‘La Vanguardia’ o el desaparecido ‘Pueblo’.
Aunque Mazo no intervino en aquel rescate, aún recuerda con emoción aquel acontecimiento, ya que tiempo después se ha convertido en una de las principales expertas en este tipo de animales con el estudio del Mastodonte de Yuncos. Y nunca se le agotarán las palabras de agradecimiento para los hermanos López Alonso y las demás personas de un pueblo toledano que, con su honesto proceder, hicieron una ofrenda incalculable para que se pudiera conocer un pasado remotísimo. «Se les debe dar las gracias mil veces por su desinterés, su afecto por la cultura y su generosidad», afirma poniéndoles de ejemplo de lo que debe hacer alguien ante un hallazgo así, exponerlo para el conocimiento todos antes que ocultarlo para que vuelva a perderse.