Curanderismo y hechicería en la provincia de Toledo (IV)

José García Cano
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Una religiosa llamada Elvira de la Cruz, novicia del antiguo convento de la Concepción de Oropesa, invocó al diablo, quien se le apareció en su propia celda tras producirse un terrible ruido; acto seguido la novicia renunció a la fe cristiana

Curanderismo y hechicería en la provincia de Toledo (IV)

Dentro de los servicios y curaciones que algunas hechiceras y hechiceros practicaban por nuestras tierras toledanas, abundan los referentes a los temas amatorios, de parejas y amores en general. Uno de esos servicios consistía en ligar a los hombres (aunque algún caso hubo también de mujeres ligadas), que no era otra cosa más que dejar al varón impotente por petición de la esposa, novia o amante, la cuales querían vengarse o castigar a sus parejas por diversos motivos. Tenemos el caso ocurrido a mediados del siglo XVIII en La Puebla de Montalbán, donde Isabel Payo más conocida como la Tía Fruncida, causaba estragos entre los hombres de la población por su capacidad para dejarlos ligados. En la documentación que el archivo de la Inquisición conserva sobre ella, se dice que era alta, morena y con la cara «picada por la viruela». Se recuerda que murió muy anciana y parece ser que cuando llegaba a las casas de sus vecinos, pedía cuantas cosas y alimentos necesitaba, a lo que sus paisanos accedían sin problema ante el temor de que, si no la complacían, dejase ligados a los hombres de esas familias. Fíjense si era tal el miedo que se tuvo a esta mujer y a sus 'poderes', que durante años se recordó una frase que corría por las calles de La Puebla de Montalbán que decía lo siguiente: «guárdate de la tía Fruncida, no te lo quite…», haciendo clara alusión al vigor sexual de los mozos pueblanos. Pero mucho más antiguo fue el caso de otra supuesta hechicera que también ejerció sus servicios en La Puebla de Montalbán, llamada Inés Alonso, conocida por todos como la Manjirona, cuyo proceso de Fe (1524-1525) nos habla de los poderes que demostraba, ya que era capaz de deshacer cualquier maleficio o maldición que tuvieran sus clientes; una de ellas fue una tal Juana Ruiz aquejada de muchos achaques, los cuales fueron curados por la Manjirona, quien utilizaba frecuentemente muñecos de plomo para transmitir grandes males y enfermedades a los vecinos.  Para curar a Juana la Manjirona la obligó a llevar los restos de uno de esos extraños muñecos a una encrucijada donde debía arrojarlos, eso sí, sin mirar en ningún momento hacia atrás porque si no el conjuro no tendría efecto. Después de muchas historias similares, Inés Alonso fue detenida por el Santo Oficio, quien la aplicó el tormento para que confesara sus acciones hechiceriles. 

Por otro lado, La Puebla de Montalbán conoció un caso en el que intervinieron los inquisidores, pero esta vez relativo al caso de una mujer iluminada o alumbrada, como así las llamaban los miembros del tribunal inquisitorial; nos referimos a Ana de Baroja cuyo proceso de Fe arranca en 1625 y en el que descubrimos a una mujer muy enferma del corazón, hecho que impidió que profesase como monja. En algunas ocasiones, Ana al comulgar en la iglesia, entraba en éxtasis y cerraba sus puños con tal firmeza que no podían abrírselos y permanecía con ellos cerrados varios días. Había veces que, dentro de su éxtasis, Ana no paraba de pronunciar palabras malsonantes que provocaban la indignación de todos los que estaban a su lado. De hecho, en alguna ocasión llegó a ser exorcizada, ante la posibilidad de que fuera el mismísimo diablo quien la poseía, constatándose que durante esos exorcismos llegaba a cambiar su voz por otra mucho más bronca y demoníaca. Finalmente, los inquisidores no prestaron demasiado interés en este proceso y lo suspendieron poco después, indicándose en el mismo que se trataba de una persona «ilusa e iludente». No pensemos que estos casos de religiosas alumbradas y dadas a entrar en éxtasis fueron poco comunes, ya que hay otro episodio ocurrido en Oropesa en 1560 en el que además encontramos ciertos tintes de posible posesión demoníaca; se trata de una religiosa llamada Elvira de la Cruz, novicia del antiguo convento de la Concepción de Oropesa. Cierta noche Elvira invocó al diablo, quien se le apareció en su propia celda tras producirse un terrible ruido; acto seguido la novicia renunció a la fe cristiana escribiéndolo en un papel, el cual firmó con su propia sangre y convirtiéndose así en sierva del mismísimo demonio. A continuación, Satanás la propuso yacer con él, a lo que Elvira aceptó, estando acostados hasta la hora de maitines, todo ello (y aquí viene lo sorprendente) sin que las otras monjas que estaban en la celda escucharan nada. Aquellas diabólicas visitas se prorrogaron durante tres años, a lo que se sumaron otros hechos sacrílegos, que la novicia realizaba siempre bajo presión del maligno, como por ejemplo pisotear la hostia consagrada que mantenía dentro de su boca después de comulgar. Finalmente, la religiosa confesó y se arrepintió, a lo cual los inquisidores solamente le impusieron como castigo unas leves penitencias y algunas oraciones. 

Y a menos de 40 km de Oropesa se encuentra Talavera de la Reina, la bella ciudad de la Cerámica y otro importante enclave hechiceril de Toledo, donde convivieron dos importantes hechiceras del siglo XVII: Francisca Virueña e Isabel Hernández. La primera llegó a Talavera cumpliendo un destierro por otras cuestiones de las que había sido juzgada previamente. Algunos de los servicios que realizó Francisca son dignos de conocerse, como lo ocurrido cierto día cuando ayudó a un vecino para que no le pillara la justicia después de haber perpetrado un robo; siguiendo las indicaciones de la hechicera el ladrón debía matar una mula de la persona a la que había robado y luego arrojar el cadáver del animal a los perros; a medianoche tenía que cortarle la cabeza y una pata al cadáver de la mula y llevárselos a ella para que hiciera un conjuro especial. El pobre hombre siguió sus consejos y le llevó las partes del animal a Francisca, la cual las escondió entre la paja de su corral, aunque poco después fueron encontradas por su marido, el cual entre sorprendido y asustado ante el hallazgo, cogió una estaca y le dio una soberana paliza a la pobre hechicera, temeroso quizá de que los volvieran a expulsar a otro lugar por seguir practicando la magia y la hechicería en tierras talaveranas.