Mezclemos, como Cervantes, historias reales con narraciones imaginarias. En las tierras de los filisteos, edomitas, elamitas, moabitas, cananeos, amorritas, nabateos, pero también de Abraham, de Lot, de Moisés, de David, de Salomón y hasta de la reina de Saba, los israelíes recibieron un ataque feroz y ellos devolvieron una venganza atroz. La exhibición teatral de la crueldad que Hamás escenificó el 7 de octubre de 2023 abrió las puertas del infierno y por ella se precipitaron los demonios de las guerras modernas. ¿Habían previsto los terroristas de Hamás la reacción de Netanyahu? En aquella tierra que, en estas fechas, representamos con belenes, ahora solo existe destrucción y muerte. En esa realidad no hay lugar para la dulzura, solo queda la desesperación. El alcalde de Toledo, que utiliza discursos grandilocuentes para asuntos nimios, ha afirmado que Toledo era la ciudad de los belenes. Imaginación y palabrería para alimentar el sentimentalismo de una historia ficticia.
Los belenes cuentan una historia real que habla de la violencia del imperio romano, desplazando de un lugar a otro a la población para controlar y contener la resistencia a su invasión. En medio del caos sucede el nacimiento de un niño en un establo, porque entonces no existían hoteles de diferentes estrellas, pensiones o pisos turísticos. Y sí hubieran existido, daba igual para unos humildes desplazados. Estos movimientos violentos de población, como los que vemos en Gaza o Cisjordania, los hemos disfrazado por aquí con turrones, mazapán, villancicos, estrellas y magos. Que la historia, que empezó en un establo, terminó en el Calvario son hechos aceptados. El niño, ya hombre, fue perseguido por los propios y los ajenos, y condenado a morir en una cruz. Lo lógico sería que en estos días los edificios de los belenes estuvieran destruidos, las figuras hechas añicos entre escombros y lo niños y los mayores en lugar de villancicos entonaran "misereres", en solidaridad con los muertos, hombres, mujeres y niños, por la guerra de devastación que allí transcurre. Aunque, mirado desde la indiferencia, la imaginación nos transporta a cielos imaginarios, mientras la realidad nos sitúa ante un infierno que queremos ignorar. La cuestión es cómo los humanos podemos armonizar el horror actual de las tierras de la Biblia con la banalidad de unas navidades comerciales.